Su madre siempre le decía que nació él sólo, sin que ella hiciera el más mínimo esfuerzo. Al principio la gente se sorprendía al escuchar esta historia, pero tras cinco minutos con el niño Uno la historia se iba haciendo mucho más creíble. Lo primero que llamaba la atención de aquel chiquillo era lo pequeño y, sobre todo, lo inquieto que era para su edad. Apenas levantaba cuatro palmos del suelo pero aún así se empeñaba en ir a todas partes andando, y cuando por fin llegaba, en lugar de sentarse saltaba y giraba sobre sí mismo como si le fuera imposible detener sus zapatos ni un solo segundo.
La madre del Niño Uno aprovechaba cualquier rincón para sentarse y descansar. Efectivamente apenas se cansó en el parto de su hijo, pero desde entonces apenas había podido tomarse un respiro. El Niño Uno ya gateaba cuando el resto de los bebés apenas levantan la cabeza, y ya corría por debajo de las sillas y las mesas cuando los demás empezaban a ponerse a cuatro patas. La pobre mujer tenía siempre ojeras y por el color de su cara se diría que se alimentaba exclusivamente de yema de huevo. Todos en el barrio sentían lástima por ella, todo el día sola a cargo de un niño como aquel... Sin embargo ella nunca sospechó que sus vecinos la miraran así, ya que nunca hubo ninguno que se ofreciera a ayudarla.
Pero a pesar de todo el Niño Uno era un buen hijo y eso hacía que su madre se sintiera agotadamente orgullosa de su hijo cada vez que le miraba a la cara. Sus enormes ojos azules siempre sonreían, su pelo rizado siempre saltaba de un lado para otro siguiendo el ritmo marcado por el resto del cuerpo y sus manitas apretaban con fuerza todo lo que quedara al alcance de sus minúsculos deditos. Siempre estaba pendiente de su madre e intentaba ayudarla en todo lo que podía para que descansara, pero el problema era que esto resultaba imposible la mayor parte de las veces.
Un día la pobre Señora Uno estaba tan cansada que se había quedado dormida mientras habría la puerta de la calle para sacar a pasear un rato a su único hijo. El niño se dio cuenta inmediatamente e intentó quedarse tan quieto como le fue posible para no hacer ningún ruido y que mamá pudiera echar una cabezada, pero apenas habían pasado quince minutos cuando tuvo que despertarla. Sus pies estaban tan poco acostumbrados a estar tanto rato en contacto con el suelo que habían empezado a calentarse. Al principio el Niño Uno pensó que serían los zapatos, que ya tenían la suela demasiado gastada y le habían recalentado la planta del pie, pero entonces vio que empezaba a salir humo de sus pies, un humo negro y con olor a barbacoa. Segundos después las suelas de los zapatos estaban ardiendo sin que pudiera hacer nada. De forma instintiva empezó a dar saltos, lo que hizo que la correa que sujetaba su madre se sacudiera bruscamente despertándola. Ella comenzó a andar sin darse cuenta siquiera de que acababa de echar un sueñecito de pie. El Niño Uno comenzó a bajar los escalones y para su sorpresa comprobó que las llamas disminuían con el movimiento y para cuando llegó al final de la escalera ya no había ni rastro de ellas. "Parece que alguien está haciendo carne a la plancha" Esto fue lo único extraño que la Señora Uno notó aquel día.
Otro día la Señora Uno estaba recogiendo la ropa sucia del baño mientras su hijo jugaba en la bañera cuando se quedó dormida sentada en la taza del water con una mano sujetando unos minúsculos calzoncillos y la otra retirándose un mechón de pelo que le había caído en la cara al agacharse. Igual que había hecho unos meses atrás, el Niño Uno se quedó tan quieto como pudo, a pesar de que el agua de la bañera ya empezaba a estar demasiado fría para su gusto. Pensaba que empezaría a tiritar en cualquier momento cuando notó que poco a poco el agua iba estando algo más cálida. Pudo ver que sus dedos antes azulados iban recuperando su tono rosado habitual. Unos minutos después el agua estaba pasando de cálida a caliente sin que el niño moviera ni un solo músculo, mientras observaba que su piel sumergida ya había pasado del rosado al rojo chillón. Entonces dio un salto en el agua que casi abrasaba, lo que evidentemente despertó a su madre que, como si fuera una sonámbula, acabó de retirarse el mechón de pelo de la cara, recogió el calzoncillo y el resto de la ropa del suelo y salió del baño diciéndole a su hijo que tuviera cuidado y no salpicara.
Con el paso de los años el Niño Uno y su madre, que descubrió lo que ocurría cuando el niño se quedaba quieto al ver ardiendo la butaca del cine en la que estaba su hijo, han aprendido a convivir con esta extraña "facultad". Descubrieron que aquello sólo ocurre cuando el niño esta quieto por obligación, y no cuando descansa por voluntad propia o duerme tras una intensa tarde de juegos.
La señora Uno siempre dice que si su hijo hubiera nacido en una familia de gente con estudios seguramente ya se habrían hecho de oro vendiendo al estado toda aquella energía que parece sobrarle a su niño, sin embargo, como todos, no puede disimular un gesto de preocupación cuando piensa en cual será el futuro de su hijo.