Jamás se había visto que los Alados caminaran por el suelo; Nunca antes los Gigantes se habían acercado a las construcciones de los hombres de aquella manera; Nunca los Humanos habían tenido el valor necesario para aventurarse en los inmensos campos abiertos de los Gigantes. Por primera vez trabajamos unidos convencidos de nuestro triunfo sobre la arena, pero por desgracia nuestros esfuerzos fueron en vano.
Impotentes tuvimos que ver como la arena no sólo no desaparecía, sino que continuaba su camino enterrando las calles asfaltadas, los campos cultivados y los ríos cristalinos. Resultó entonces evidente que nada podía escapar a aquel lento y agónico avance. La consecuente escasez de agua provocó que los cultivos aún a salvo se secaran y los alimentos comenzaran a escasear. De las fuentes ya no manaba nada que no fuera un barro denso y salado, e incluso nuestras alas se acartonaron por la falta de humedad.
Tal fue la desesperación de los tres mundos que no nos quedó alternativa. Por primera vez rompimos las leyes. Los Gigantes prepararon sus árboles milenarios y los Humanos pusieron su maquinaria a trabajar mientras nosotros nos dispersamos por los cielos. Volamos más allá de lo que habían llegado jamás nuestros antepasados y cargamos todo el camino con las herramientas que necesitaríamos para cumplir con nuestra parte del trato una vez llegado el momento.
Hicieron falta varias semanas, pero al fin las encontramos. Tal y como los Gigantes pronosticaron, las Nubes nos esperaban desprevenidas en el Último Valle. Aquel era el paisaje más bello que estos ojos hayan visto: como un enorme manto de algodón, las Nubes parecían dormir en calma dejándose acurrucar por las laderas de las colinas. Durante horas nos quedamos allí, inmóviles, conmovidos por la belleza de lo que veíamos y paralizados por el terror a lo que estábamos a punto de hacer.
Fue más difícil que cualquier otra cosa que nadie haya hecho jamás. No fue una simple recolección como pensamos que sería, sino una colosal batalla entre los mortales y los inmortales. Tras días de lucha, exhaustos y heridos, al fin logramos atrapar tantas nubes como éramos capaces de transportar. Algunas fueron arrastradas con sogas y arneses, otras envueltas en enormes velas de navíos que se desquebrajaban cuando las cautivas nubes se defendían intentando huir de aquel extraño corsé.
Aquellos fueron los días del miedo.
Impotentes tuvimos que ver como la arena no sólo no desaparecía, sino que continuaba su camino enterrando las calles asfaltadas, los campos cultivados y los ríos cristalinos. Resultó entonces evidente que nada podía escapar a aquel lento y agónico avance. La consecuente escasez de agua provocó que los cultivos aún a salvo se secaran y los alimentos comenzaran a escasear. De las fuentes ya no manaba nada que no fuera un barro denso y salado, e incluso nuestras alas se acartonaron por la falta de humedad.
Tal fue la desesperación de los tres mundos que no nos quedó alternativa. Por primera vez rompimos las leyes. Los Gigantes prepararon sus árboles milenarios y los Humanos pusieron su maquinaria a trabajar mientras nosotros nos dispersamos por los cielos. Volamos más allá de lo que habían llegado jamás nuestros antepasados y cargamos todo el camino con las herramientas que necesitaríamos para cumplir con nuestra parte del trato una vez llegado el momento.
Hicieron falta varias semanas, pero al fin las encontramos. Tal y como los Gigantes pronosticaron, las Nubes nos esperaban desprevenidas en el Último Valle. Aquel era el paisaje más bello que estos ojos hayan visto: como un enorme manto de algodón, las Nubes parecían dormir en calma dejándose acurrucar por las laderas de las colinas. Durante horas nos quedamos allí, inmóviles, conmovidos por la belleza de lo que veíamos y paralizados por el terror a lo que estábamos a punto de hacer.
Fue más difícil que cualquier otra cosa que nadie haya hecho jamás. No fue una simple recolección como pensamos que sería, sino una colosal batalla entre los mortales y los inmortales. Tras días de lucha, exhaustos y heridos, al fin logramos atrapar tantas nubes como éramos capaces de transportar. Algunas fueron arrastradas con sogas y arneses, otras envueltas en enormes velas de navíos que se desquebrajaban cuando las cautivas nubes se defendían intentando huir de aquel extraño corsé.
Aquellos fueron los días del miedo.
Imagen: "Nube atada" de Isabel Ortiz de Landzuri http://timmytimone.blogspot.com/
4 comentarios:
Y que no se me haya ocurrido a mi lo de las nubes...
Desde luego, tienes una facultad especial para enganchar en la lectura. Esta se hace fácil y muy ligera, pero atrapante sin remisión.
***** (cinso estrellas, que lo de cinco jotas lo dejamos para el jamoncito).
Pues si te soy sincera tampoco es que se ocurriera reamente a mí. Primero fue el cuadro (bueno en realidad los cuadros) de la Sra. Timone y luego vino el relato.
De todas formas ¡gracias por la parte que me toca!!
Al final lloverá?
Me
Siempre me han gustado tus escritos, pero he de reconocer que éste es la creme de la creme.
Besos
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