Eran una familia pobre desde que el padre de los mellizos desapareció sin avisar el mismo día que nacieron éstos. La casa, vieja y destartalada, tenía las paredes llenas de humedades. La mayor parte de los muebles habían ido desapareciendo en la chimenea para intentar hacer los inviernos más llevaderos, y el jardín no era más que una especie de basurero con los restos de unos columpios oxidados. Los gemelos tenían prohibido salir de casa. Nunca habían podido salir de aquel siniestro jardín, salvo en contadas ocasiones, y siempre acompañados de su madre y una vez que había anochecido.
Adela pasaba gran parte del día fuera de casa intentando conseguir algo de dinero para alimentar a sus hijos. Años atrás trabajaba limpiando casas, pero tuvo que dejarlo al verse sola con dos niños recién nacidos que reclamaban toda su atención. Intentó mantener su trabajo llevándolos consigo, pero siempre pasaba lo mismo. "Claro que puedes traerlos mujer. Mientras eso no te distraiga y tu trabajo no se resienta no habrá problema" Pero tras un primer vistazo a los niños, y un inevitable gesto de aprensión que en raras ocasiones lograban disimular, los "señores" cambiaban de opinión. "Lo siento mucho Adela, pero mi marido no quiere que vengas a trabajar con los niños, no cree que sea adecuados. No hay problema en que sigas trabajando aquí, pero me temo que no puedes traer más a tus hijos"
Una a una todas las puertas se le cerraron hasta que se vio en la calle. Desde entonces salía de casa de madrugada para ir al mercado central y recoger el género que los tenderos descartaban. Todo lo que estuviera en un estado aceptable lo guardaba en su carrito y lo llevaba a las afueras para vendérselo por cuatro monedas a los chabolistas. Después volvía a casa y cocinaba cuidadosamente todos los alimentos que ni los tenderos ni los chabolistas habían querido y metía las monedas ganadas en unos tarros de cristal de tenía perfectamente ordenados en un estante de la cocina. Era lo único de aquella casa limpio y ordenado.
Cada jueves desde hacía dos años Adela salía de casa tras haber anochecido y se acercaba a alguno de los barrios de la ciudad, cada semana le tocaba a uno distinto. En silencio se asomaba por las ventanas y anotaba rápidamente todo tipo de cosas en su cuaderno. Cuando volvía a casa enseñaba a sus hijos la cantidad de notas que había tomado totalmente excitada. Sus hijos la miraban sin entender nada, lo cierto es que casi nunca entendían nada, pero no se atrevían a preguntar. Adela los adoraba, pero sabía que tal y como eran tendrían que enfrentarse a cosas muy duras para salir adelante, y para eso tenían que estar preparados. En su casa no había mimos, ni caricias ni nada de ese tipo. Por norma general no les daba nada que pudieran echar en falta cuando ella no estuviera. No les haría pasar por lo mismo que tuvo que pasar ella cuando su marido se fue.
Llegó el día del cumpleaños de los gemelos. Nada más salir el Sol Adela comenzó a arreglarse cuanto pudo para ir a comprar por primera vez en mucho tiempo. Tras dar un poco de agua oxigenada en las raíces para aclararlas, recogió su pelo grasiento con una horquilla medio oxidada que algún día debió ser color granate. Se maquilló los ojos con dos gruesas líneas azules y una sombra rosa brillante que guardaba desde hacía meses. Rescató del fondo del armarito del baño su barra de labios rojo carmesí y se untó con ella los labios de forma exagerada. Le habría gustado ponerse algún vestido nuevo, pero los ahorros no eran para eso, así que se puso la misma bata de flores de todos los días, cogió su carrito y salió de casa.
Ese día hubo desayuno, comida y cena. Los gemelos no podían creérselo. Estaban orgullosos de su madre. Tanto tiempo de sacrificio para darles aquel regalo. Sí, estaban muy orgullosos de su madre, no cabía duda. Pero aquello no era todo.
- Mamá, ha sido el mejor día de todos. Muchas gracias por la tarta. – Los gemelos tenían una voz pastosa y grave que delataba la edad que realmente tenían, ya que su dicción era más bien propia de un niño de apenas cuatro años.
- Sí mamá, nos ha gustado mucho el chocolate – Los pobres gemelos habían tenido que esperar dieciocho años para probar una triste chocolatina que su madre bautizó como tarta para sus hijos.
- Esto no ha sido mas que el principio hijos míos. Lo más importante viene ahora. No es tan divertido como comer chocolate, pero es muy importante que prestéis atención.
- Sí mamá, nos ha gustado mucho el chocolate – Los pobres gemelos habían tenido que esperar dieciocho años para probar una triste chocolatina que su madre bautizó como tarta para sus hijos.
- Esto no ha sido mas que el principio hijos míos. Lo más importante viene ahora. No es tan divertido como comer chocolate, pero es muy importante que prestéis atención.
Adela salió corriendo en busca de sus libretas. Eran cuatro libretas pequeñas, dos de ellas muy gastadas y viejas. Se sentó con un hijo a cada lado y se las mostró con cuidado de que no cogieran ninguna para evitar que sus enormes manazas terminaran destrozándolas. Abrió la primera libreta con gran parsimonia.
- Este es mi regalo más importante para vosotros. Ya os he explicado muchas veces porqué no quiero que salgáis de casa. Ahí fuera hay gente muy mala a la que no le gusta la gente diferente como nosotros, y yo no podía permitir que os hicieran daño. En estas dos libretas tan viejas fui apuntando los nombres de todos los que no nos quisieron ayudar cuando erais unos bebés. Apunté sus nombres, los de sus familias y lo que nos hicieron con todos los detalles. Y en estas dos libretas nuevas es donde he apuntado dónde viven ahora esas personas tan malas, dónde viven sus familias y, lo que es más importante, cómo vamos a hacer que se arrepientan de lo que nos hicieron pasar. - Los gemelos se miraban con cara de sorpresa y expectación. - Eso es en lo que he estado trabajando cada jueves por la noche. Primero encontré a todas estas personas, luego las seguí y anoté cada detalle de su vida cotidiana, lo que les gusta, lo que no, sus amigos,... Todo. Después vino lo más difícil, crear una venganza hecha a medida para cada uno de ellos, algo único. Pero finalmente lo conseguí justo a tiempo.
- Pero mamá, no haremos nada que nos haga ir al infierno ¿no? – Adela siempre amenazaba a sus hijos con el infierno para que se mantuvieran tranquilos. Desde pequeños fueron muy inquietos y no siempre resultaba fácil dominarlos, sobre todo cuando fueron haciéndose mayores. Con los años las peleas entre ellos comenzaron a ser realmente violentas.
- No hijos, no os preocupéis por eso. Lo que vamos a hacer no es nada malo. Esas personas se portaron mal con vosotros cuando no erais mas que unos bebes enfermos, eso sí que es malo. Esas personas no se merecen la vida que tienen ¿entendéis? Lo que vamos a hacer es enseñarles que no se puede maltratar así a las personas. Y además tenéis que pensar que haciéndolo vamos a ayudar al resto de nuestros vecinos eliminando a esa gente tan mala.
- Entonces, ¿cuándo acabemos con todos podremos salir a la calle como los demás? – Eso sí que era un buen regalo de cumpleaños.
- Exacto hijo mío, cuando terminemos con todos ellos ya no habrá nadie que pueda haceros daño. Cuando terminemos podréis ir a donde queráis y nadie podrá pararos, nunca.
- Pero mamá, no haremos nada que nos haga ir al infierno ¿no? – Adela siempre amenazaba a sus hijos con el infierno para que se mantuvieran tranquilos. Desde pequeños fueron muy inquietos y no siempre resultaba fácil dominarlos, sobre todo cuando fueron haciéndose mayores. Con los años las peleas entre ellos comenzaron a ser realmente violentas.
- No hijos, no os preocupéis por eso. Lo que vamos a hacer no es nada malo. Esas personas se portaron mal con vosotros cuando no erais mas que unos bebes enfermos, eso sí que es malo. Esas personas no se merecen la vida que tienen ¿entendéis? Lo que vamos a hacer es enseñarles que no se puede maltratar así a las personas. Y además tenéis que pensar que haciéndolo vamos a ayudar al resto de nuestros vecinos eliminando a esa gente tan mala.
- Entonces, ¿cuándo acabemos con todos podremos salir a la calle como los demás? – Eso sí que era un buen regalo de cumpleaños.
- Exacto hijo mío, cuando terminemos con todos ellos ya no habrá nadie que pueda haceros daño. Cuando terminemos podréis ir a donde queráis y nadie podrá pararos, nunca.
Adela explicó con todo detalle su plan a sus hijos. Les dijo quienes serían los primeros aleccionados y cómo lo harían. Empezarían esa misma noche, así que había ideado un plan sencillo que no requería demasiada habilidad. Poco a poco se irían encargando de los más complicados, cuando tuvieran algo más de práctica. Al fin y al cabo el primero no era más que un pobre viejo que vivía solo, y ni tan siquiera tendrían que llevar nada. Encontrarían todo lo necesario en la consulta que tenía instalada en su propia casa. De allí irían a visitar al cura que se negó a bautizarlos gritando que eran hijos del demonio. Estaba en silla de ruedas desde hace años y también vivía solo, así que tampoco sería difícil.
Cuando salían de casa Adela no pudo evitar pensar en lo orgullosa que estaba de sus hijos. Había hecho un buen trabajo con ellos a pesar de todo. Eran unos niños cariñosos que la adoraban y harían cualquier cosa por ella. No eran como los demás niños, pero ella les había enseñado a defenderse y a no temerle a nadie. Ahora por fin iba a hacer que todos los demás lo vieran. Les obligaría a mirar a sus hijos a la cara, les obligaría a pedir perdón. A partir de esa noche todo sería distinto, todo sería mucho mejor. Sus hijos, aquellos que todos habían menospreciado, iban a convertirse en historia, en leyenda.
Caminó mirando de reojo a sus retoños y sintió ese cosquilleo de satisfacción y tranquilidad que produce el trabajo bien hecho.
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