Era una tarde de verano de lo más agradable. El radiante Sol y una leve brisa hacían que fuera el día perfecto para sentarse en una terraza a tomar algo fresco y ver pasear al personal. Yo estaba en mitad de una enorme avenida buscado un sitio libre donde sentarme cuando, de forma repentina, todo empezó a cambiar. La brisa se transformó en un fuerte viento y unas diminutas nubes comenzaron a cubrir el cielo. En cuestión de minutos las mesas y las sillas de las terrazas estaban libres, las servilletas de papel volaban por toda la avenida y las nubes cada vez eran más densas y oscuras.
Yo observaba toda la escena inmóvil mientras notaba cómo la indignación iba subiendo desde la punta de mis pies hasta la cabeza como si me estuvieran llenando de agua hirviendo. Por increíble que parezca esa era la quinta vez que me pasaba lo mismo a pesar de estar en pleno mes de Julio. Había que hacer algo rápidamente, así que, sin pensarmelo dos veces, me dirigí al edificio más alto de la ciudad. Subí las escaleras sin parar a coger aire ni una sola vez y salí a la terraza del ático. Las vistas eran espectaculares. A mis pies estaba la ciudad entera mientras que sobre mi cabeza tenía aquellas desagradables nubes. La lucha iba a ser más dura de lo que en un principio había pensado, pero no iba a rendirme antes de haberlo intentado. Saqué de mi bolso unas enormes tijeras, estiré los brazos y agarré tan fuerte como pude la nube que tenía encima de mí en ese momento. Tuve surte porque era una nube de esas blanquitas, suaves y de aspecto algodonoso, perfecta para comenzar mi labor.
Al principio me sorprendió la textura de la nube. Esperaba algo similar al algodón o a una de esas esponjas tan suaves de los bebés, sin embargo me encontré con una nube formada de larguísimos mechones de pelo. Era una sensación rara pero agradable al mismo tiempo, ya que se trataba de un pelo tremendamente rizado y sedoso al mismo tiempo. Tan sólo tenía que tirar suavemente de cualquier mechón y éste se desenroscaba del resto, con lo que cortarlos era muy sencillo. Sin apenas darme cuenta en pocos minutos ya había recortado algo más que las puntas a unas cuantas nubes. Algunas eran blancas, otra grisáceas, como si estuvieran empezando a salirles las primeras canas, y otras negras como el carbón. De esta forma, poco a poco, fui logrando abrir algunos huecos entre las nubes por los que el Sol podía abrirse paso hasta el suelo. Sin querer me había convertido en una especie de Eduardo Manostijeras dando formas a aquellas nubes peludas.
Orgullosa iba mirando como se alejaban de mí nubes perfectamente recortadas y peinadas, a lo afro la mayoría de ellas (era sin duda el estilo que mejor les iba), para ver después como llegaba la siguiente, aún sin una forma determinada, pidiéndome en silencio que la dejara tan guapa como a las demás. Al fin, tras una intensa y gratificante labor, el Sol pudo calentar como es de esperar en un mes de Julio las calles. Las terrazas volvieron a llenarse y las estilosas nubes se fueron alejando a toda prisa, probablemente para presumir de sus peinados por otras tierras.
Desde ese día siempre llevo mis enormes tijeras en el bolso y espero con ansia que vuelvan aquellas mismas nubes a que les retoque sus peinados.
Desde ese día siempre llevo mis enormes tijeras en el bolso y espero con ansia que vuelvan aquellas mismas nubes a que les retoque sus peinados.
2 comentarios:
Suel, tu lucha con las nubes es una guerra perdida. Si, un dia pudiste y las engañastes, pero no siempre vas a tener la suerte de que se dejen peinar.
ESTOY INDIGNADA!
Quién es capaz de agredir así a unas pobres nubes?Con lo raro que es ver nubes en Julio...
Recuerden caballeros, la regla matemática: NUBE=AGUA
AGUA=VIDA
VIDA=SUEÑOS
Así que, como pille a alguien dando tijeretazos y recortando mis sueños... no se extrañen luego de que les roben el bolso. ah! y que se vayan preparando los graciosillos del nitrato de plata.
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