En un lejano y extraño país, en la alcoba más alta de la más alta torre, una hermosa joven dejaba reposar su cabeza sobre el pecho de su amante. Todo era tan perfecto que resultaba difícil de creer. Al fin estaban juntos. Después de tanto tiempo, de tantas luchas, tantas guerras, por fin descansaban acostados juntos bajo una gruesa manta, apartados del resto del mundo y sus ordinarias rutinas. Sólo estaban ellos dos y no hacía falta nada más.
Todo era tal y como ella lo había soñado a solas mil y una veces, todo incluso el intenso palpitar del pecho de su amante bajo su cabeza, aquel constante pumpum que no la dejaba dormir. "Ojalá se detuviera" pensó "Ojalá se detuviera y pudiéramos estar así para siempre". Como si de un deseo formulado ante una lámpara mágica se tratara, en el mismo instante en que ese pensamiento cruzó por su cabeza, el silencio se hizo total y la joven se sumergió el sueño más dulce y profundo de su vida.
Con la luz del amanecer sobre sus ojos, la joven se incorporó y besó con cuidado los ojos cerrados de su amante. Le besó las mejillas y los labios, pero él siguió sin despertar. Sin cambiar el gesto de su rostro, sin borrar la sonrisa de sus labios, la hermosa joven volvió a recostarse sobre el pecho de él diciéndose a sí misma "Ves amor, ya no importa qué pueda suceder fuera de esta torre porque ahora podremos seguir así, juntos, para siempre"
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
1 comentario:
Chulo, pero vaya "cabrona"
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