Cada sábado a las diez ponía su silla a pie de pista y disfrutaba viéndola bailar. Aunque había muchas otras mujeres ella destacaba siempre. Era, con diferencia, la más hermosa. Sabía que, como él, los demás hombres la miraban y se imaginaban sujetándola por la cintura, oliendo su cabello y susurrándole piropos al oído. También sabía que, aunque tampoco lo reconocerían, le miraban por encima del hombro. Sabían que estaba enamorado de ella hasta los huesos aunque él no era hermoso, ni destacaba entre los demás, ni nada de nada. Ese pensamiento le atormentaba hasta que llegaba la media noche del sábado. Entonces ella se le acercaba, le cogía la mano y con ternura le besaba los labios. "¿Cómo lo he hecho hoy cariño? ¿Verdad que bailo mejor que esas otras viejas arrugadas? Que no me entere yo que miras a otra ¿eh?." Sonreía, le besaba de nuevo y empujaba su silla hasta el ascensor para subir al dormitorio. En ese momento se sabía la envidia de toda la residencia.
3 comentarios:
Qué bien describes la ternura.
Que paséis buenos días!
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La ternura puede ser un sentimiento ambiguo ya que puede terminar dando pena.
Bye
Me
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