Cada mañana me dejaba posar en la cima de la colina y lo que veía no era ni la sombra de lo que debía ser. Las antiguas construcciones de los Humanos, los espacios abiertos de los Gigantes y los cielos de los míos habían cambiado de tal forma que era difícil reconocerlos. Hubo un momento en el que ni siquiera éramos capaces de decir donde empezaban unos y donde terminaban los otros.
Aquellos fueron los Tiempos del Caos.
Todo empezó cuando, de forma repentina, el viento comenzó a soplar violentamente en dirección contraria a su sentido natural. No sabría explicar como, pero en tan solo unas horas el Norte y el Sur ya no eran tales, mientras que Este y Oeste se convirtieron en palabras sin sentido alguno. Los paisajes se difuminaron y cielo y tierra se fundieron en uno. Los traslados se complicaron y cada tribu de cada uno de los tres mundos quedó repentinamente aislada de todo cuanto le rodeaba.
Pasó más tiempo del que los Humanos puedan contar cuando el viento cesó al fin. Fue en aquellos días cuando yo empecé a posarme en esta colina y cuando todos descubrimos con espanto que durante las ventiscas la arena lo había invadido prácticamente todo. Nosotros aún podíamos movernos libremente por nuestro medio, pero Humanos y Gigantes se vieron superados por la situación.
Las construcciones sufrieron daños irreparables, las calles se volvieron intransitables y todo esfuerzo por limpiarlas fue inútil ya que las montañas de arena acumuladas en las afueras cada noche volvían a estar esparramadas por las calles a la mañana siguiente. Los campos tampoco parecían haber corrido mejor suerte por lo que se podía ver desde mi puesto de vigía. Las verdes praderas y los ríos que las regaban apenas se diferenciaban unos de otros. La arena había avanzado también en aquellas regiones sin hacer distinciones de ningún tipo.
Fue como si la mitológica Nada hubiera empezado a tomar posesión de cada metro cuadrado de los mundos inferiores. Era una Nada que había cambiado su temida negrura por unos embriagadores tonos tostados pero que había mantenido intacto su colosal poder de destrucción.
Tal vez porque temimos que la arena viniera por nosotros una vez terminada su labor en la tierra, o tal vez porque nos conmovió lo que vimos, decidimos entonces descender donde no lo habíamos hecho nunca y ofrecer nuestra ayuda a aquellos con los que ni tan siquiera habíamos hablado antes.
Aquellos fueron los días de la incertidumbre.
Aquellos fueron los Tiempos del Caos.
Todo empezó cuando, de forma repentina, el viento comenzó a soplar violentamente en dirección contraria a su sentido natural. No sabría explicar como, pero en tan solo unas horas el Norte y el Sur ya no eran tales, mientras que Este y Oeste se convirtieron en palabras sin sentido alguno. Los paisajes se difuminaron y cielo y tierra se fundieron en uno. Los traslados se complicaron y cada tribu de cada uno de los tres mundos quedó repentinamente aislada de todo cuanto le rodeaba.
Pasó más tiempo del que los Humanos puedan contar cuando el viento cesó al fin. Fue en aquellos días cuando yo empecé a posarme en esta colina y cuando todos descubrimos con espanto que durante las ventiscas la arena lo había invadido prácticamente todo. Nosotros aún podíamos movernos libremente por nuestro medio, pero Humanos y Gigantes se vieron superados por la situación.
Las construcciones sufrieron daños irreparables, las calles se volvieron intransitables y todo esfuerzo por limpiarlas fue inútil ya que las montañas de arena acumuladas en las afueras cada noche volvían a estar esparramadas por las calles a la mañana siguiente. Los campos tampoco parecían haber corrido mejor suerte por lo que se podía ver desde mi puesto de vigía. Las verdes praderas y los ríos que las regaban apenas se diferenciaban unos de otros. La arena había avanzado también en aquellas regiones sin hacer distinciones de ningún tipo.
Fue como si la mitológica Nada hubiera empezado a tomar posesión de cada metro cuadrado de los mundos inferiores. Era una Nada que había cambiado su temida negrura por unos embriagadores tonos tostados pero que había mantenido intacto su colosal poder de destrucción.
Tal vez porque temimos que la arena viniera por nosotros una vez terminada su labor en la tierra, o tal vez porque nos conmovió lo que vimos, decidimos entonces descender donde no lo habíamos hecho nunca y ofrecer nuestra ayuda a aquellos con los que ni tan siquiera habíamos hablado antes.
Aquellos fueron los días de la incertidumbre.
Imagen: Detalle de "Desedificios" de Isabel Ortiz de Landazuri http://timmytimone.blogspot.com/
6 comentarios:
Nada,esperaremos a ver como continua.
"De que andamos huyendo si no hemos hecho Nada" Julieta.
Nada,...inquietante!
Me
Coño....esto es bueno, muy bueno. Con tu permiso, me paso esta tarde a leer con calma, que ahora voy de cu**....Un saludo, y gracias por tus palabras en mi decrépito blog.
Johnny tu espera, pero hazlo publicando la continuacion del tigre que se comió un pato con una naranja please.
Menda, gracis a tí por las risas provocadas, auunque elpost de esta mañana no me ha parecido tan alegre... Te enlazo y me apunto al club de fans.
Lo prometido es deuda, al menos para mi. La metáfora de la nada convertida en arena me ha parecido excelente. Me he quedado con mal sabor de boca(no por tus letras, que son excelente, sino porque espero y deseo que haya continuación), como a la espera de algo más.
Con tu permiso, te añado a mi lista de 'para leer a diario cuando se puede y las obligaciones permiten'.
Uf!!! Cuánto tengo que comentar al respecto. Pero esperaré a que termine el cuento, a ver si encuentro las palabras apropiadas.
Esto, me emociona, y mucho. Y encima leo comentarios como "La metáfora de la nada convertida en arena me ha parecido excelente" de Menda... y tiemblo un poquillo.
De momento sólo diré: qué pasada!!!!
Voy por el II que ya anda por ahí arriba. Genial.
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