A nuestra llegada a casa nos esperaban con todo preparado. En las cimas de los edificios humanos enormes mecanismos de madera y forja sirvieron de anclaje para las ansiadas nubes que darían de beber a hombres, mujeres y niños. En mitad de los campos de los Gigantes, ahora yermos y quemados, los escasos árboles habían sido dispuestos para acoger sus nuevas copas que vapor de agua que darían sombra y humedad a sus raíces con la esperanza de que el verde pudiera así abrirse paso a través de la arena.
Desde el primer día hubo que tomar fuertes medidas de precaución para evitar que los desesperados y los impacientes actos de unos pocos terminaran por destruir la salvación de la mayoría. Tras interminables debates y asambleas se acordaron una serie de reglas y normas que debían ser cumplidas por todos sin excepción bajo condena a muerte. La más importante de esas reglas, evidentemente, se refería al uso del agua.
Todas las noches se recogía el agua llorada por cada nube. Tres cuartas partes de esa agua se dedicaba al uso de los mortales, ya fueran Alados, Humanos o Gigantes. De esas tres cuartas partes se dio prioridad al riego de los campos y el abastecimiento de fuentes públicas de los habitantes de los mundos inferiores. Nosotros tan sólo necesitamos humedecer nuestras alas con cierta frecuencia para evitar que se estropearan. El último tercio de agua recolectada se usaba para regar a la nube productora y mantenerla así tan cuidada como permitía la situación.
Llevó mucho tiempo, demasiado para algunos, pero los esfuerzos al fin se vieron recompensados en forma de flor. A los pies de algunos árboles milenarios el verde ganó terreno a la arena y una explosión de colores ya casi olvidados nos golpeó a todos. No mucho después una nueva sorpresa hizo que nuestros ánimos se fortalecieran aún más: al fin, después de tantas décadas, dos nubes libres fueron divisadas sobrevolando la zona este del río.
Recuerdo que ese día como si fuera ayer porque ese fue el día en el que las hojas secas de mis alas y las de los míos dejaron de caer. Comprendimos entonces que habíamos sido perdonados por nuestros salvajes actos de tiempo atrás en el Último Valle. Aquellos fueron los días de la esperanza.
Han pasado miles, puede que millones de años, y aún hoy en día luchamos contra la arena, pero los ríos de los Gigantes han vuelto a fluir, sus huertos crecen década tras década y las construcciones Humanas se expanden hacia el Norte sin mayores problemas. Las nubes capturadas por los míos fueron puestas en libertad hace tiempo, pero nunca se alejaron demasiado. Creo que entendieron porqué les hicimos aquello y quisieron quedarse cerca por si las necesitábamos de nuevo.
Las cosas vuelven poco a poco a su estado anterior a los Tiempos del Caos, incluidos los límites entre los mundos. Ya tan apenas se mezclan Gigantes y Humanos, y los Alados ya no necesitamos humedecer nuestras alas en tierra. Me resulta curioso ver que todo está cambiando para volver a ser igual que era, por eso sigo dejándome posar en la cima de esta colina cada mañana para comprobarlo.
Desde el primer día hubo que tomar fuertes medidas de precaución para evitar que los desesperados y los impacientes actos de unos pocos terminaran por destruir la salvación de la mayoría. Tras interminables debates y asambleas se acordaron una serie de reglas y normas que debían ser cumplidas por todos sin excepción bajo condena a muerte. La más importante de esas reglas, evidentemente, se refería al uso del agua.
Todas las noches se recogía el agua llorada por cada nube. Tres cuartas partes de esa agua se dedicaba al uso de los mortales, ya fueran Alados, Humanos o Gigantes. De esas tres cuartas partes se dio prioridad al riego de los campos y el abastecimiento de fuentes públicas de los habitantes de los mundos inferiores. Nosotros tan sólo necesitamos humedecer nuestras alas con cierta frecuencia para evitar que se estropearan. El último tercio de agua recolectada se usaba para regar a la nube productora y mantenerla así tan cuidada como permitía la situación.
Llevó mucho tiempo, demasiado para algunos, pero los esfuerzos al fin se vieron recompensados en forma de flor. A los pies de algunos árboles milenarios el verde ganó terreno a la arena y una explosión de colores ya casi olvidados nos golpeó a todos. No mucho después una nueva sorpresa hizo que nuestros ánimos se fortalecieran aún más: al fin, después de tantas décadas, dos nubes libres fueron divisadas sobrevolando la zona este del río.
Recuerdo que ese día como si fuera ayer porque ese fue el día en el que las hojas secas de mis alas y las de los míos dejaron de caer. Comprendimos entonces que habíamos sido perdonados por nuestros salvajes actos de tiempo atrás en el Último Valle. Aquellos fueron los días de la esperanza.
Han pasado miles, puede que millones de años, y aún hoy en día luchamos contra la arena, pero los ríos de los Gigantes han vuelto a fluir, sus huertos crecen década tras década y las construcciones Humanas se expanden hacia el Norte sin mayores problemas. Las nubes capturadas por los míos fueron puestas en libertad hace tiempo, pero nunca se alejaron demasiado. Creo que entendieron porqué les hicimos aquello y quisieron quedarse cerca por si las necesitábamos de nuevo.
Las cosas vuelven poco a poco a su estado anterior a los Tiempos del Caos, incluidos los límites entre los mundos. Ya tan apenas se mezclan Gigantes y Humanos, y los Alados ya no necesitamos humedecer nuestras alas en tierra. Me resulta curioso ver que todo está cambiando para volver a ser igual que era, por eso sigo dejándome posar en la cima de esta colina cada mañana para comprobarlo.
Esta imagen y el resto de las imágenes incluidas en en cada una de las tres partes de "La leyenda de los tres mundos" pertenecen a una la colección de cuadros de Isabel Ortiz de Landzuri que sirvieron de inspiración para escribir dicho relato. Algunos de estos cuadros ya los podeis ver en su blog http://timmytimone.blogspot.com/, los demás irán apreciendo por allí poco a poco, tened paciencia.
5 comentarios:
Pues vaya maravilla de relatos, y totalmente en conjunción con las obras pictóricas. Ambas artes me apasionan.
Me encantan las mitologías inventadas. Y cuando el arte inspira al arte: pintura versus literatura mejor que mejor
Deberiamos ir llamando a nuestros amigos los Gigantes y los Alados, ¿quien sabe?
Me
Qué maravilla de cuadros... y de historia.
Menda, gracias por los elogoios. Ya he visto que ahora eres asidua de Timone ¿eh?
Orris, ya ves, unos escriben El señor de los Anillos y a otros nos sale esto.
Johnny llama a tantos amigos como puedas y luego ya vemos ue hacemos tods juntos. Algo se nos ocurrirá.
Lúcida, si quieres ver mas cuadros ya sabes, visita a Timone, la artista de los colores. Yo por mi parte seguiré haciendo lo que pueda por aqui.
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