Lola vivía en una casa llena de humedades en un barrio periférico de una gran ciudad. Era joven, pero sus ojos y, sobretodo, sus manos, estaban más ajados y secos de lo que cabría esperar de alguien de su edad. Desde muy pequeña no había parado de trabajar. Al principio ayudó a sus padres en el campo. Años después, en cuanto se mudaron a la ciudad, comenzó a trabajar los fines de semana como cajera en un supermercado. Desde que sus padres murieron trabajaba desde casa como costurera para unos grandes almacenes.
Aunque podía dar esa impresión, Lola no era una mujer triste, pero tampoco era feliz. La monotonía la aterraba, le obsesionaba pensar que siempre había tenido una vida anodina y que cuando muriera nadie la echaría de menos. Su problema tampoco fue nunca la falta de dinero, sino que simplemente le sobraba tiempo. Por eso hacía unos años que había alquilado dos de las habitaciones de su vieja casa, que hacía así las veces de hostal. Cuando no cosía hacía camas, preparaba la comida, iba a la compra, enceraba los suelos,... cualquier cosa que la mantuviera ocupada las 24 horas del día y le impidiera pensar en sí misma.
Ella dormía y trabajaba en la planta baja, mientras que sus huéspedes se alojaban en la planta superior. Por la habitación del fondo del pasillo habían pasado ya muchos personajes distintos, sin embargo hacía casi dos años que en la habitación junto al baño vivía Ernesto, un escritor que esperaba pacientemente que le llegara su oportunidad. Estaba siendo un invierno bastante más frío de lo habitual, por lo que las sobremesas de la noche se alargaban hasta bien tarde. Era evidente que nadie quería salir del templado comedor sabiendo que le esperaba un cuarto frío con unas sábanas gélidas.
- Menos mal que cambié las ventanas. De todas formas el año que viene pondré estufas nuevas en todas las habitaciones, hasta en el pasillo.
- Yo si tengo suerte me iré en dos meses a Cádiz y me olvidaré de este frío y esta humedad. Me cansa tanta lluvia y tanto abrigo.
- Yo si tengo suerte me iré en dos meses a Cádiz y me olvidaré de este frío y esta humedad. Me cansa tanta lluvia y tanto abrigo.
Ernesto no dejaba de hacer garabatos en un cuaderno mientras Lola y Javier hablaban sujetando fuertemente la taza de café caliente. Javier trabajaba como vendedor ambulante de perfumes para una "empresa líder en el sector". Tenía un buen sueldo, incluso le pagaban lo suficiente como para permitirse un buen hotel en el centro, pero ahorraba todo cuanto podía para poder empezar su carrera como empresario autónomo.
- Voy a abrir un negocio que me va a retirar antes de cumplir los 50. Ya lo tengo todo pensado, tengo hasta la nave ya elegida y los presupuestos para la reforma. Si en estos dos meses las ventas funcionan bien tendré lo suficiente para arrancar antes del verano.
- Que envidia me das. A mí me encantaría hacer algo así, pero no me atrevería, no valgo para esas cosas. No sabría ni por donde empezar.
- Que envidia me das. A mí me encantaría hacer algo así, pero no me atrevería, no valgo para esas cosas. No sabría ni por donde empezar.
Ese era el mayor problema de Lola. Al comienzo pensó que tener gente en casa sería una buena idea. Tendría con quien hablar y además le permitiría arreglar poco a poco la casa de sus padres, pero cada vez se le hacía más difícil. La gente llegaba y unas semanas después volvía a irse para seguir con sus vidas. Vidas interesantes, llenas de anécdotas, viajes, triunfos y fracasos. Pero al menos tenía a Ernesto, que parecía tan anclado a aquella casa como ella misma.
Con la llegada de la primavera en el dormitorio de Javier se instaló Ana, una excéntrica joven de unos veinte años que quería triunfar en el mundo del espectáculo y que de momento trabajaba en un parque de atracciones con un ridículo disfraz de mejicana.
- Ayer me llamaron de esa editorial de la que te hablé. Están muy interesados en publicar la novela. Mañana mismo tengo que ir a hablar con ellos.
- Te lo dije Ernesto. Ya sabía que te llamarían tarde o temprano. Tienes mucho talento ¿sabes?
- Gracias, pero teniendo en cuenta que nunca has leído ni una línea de lo que escribo no sé si tomarte muy enserio. - Durante dos años Lola había intentado en leer alguno de los borradores de Ernesto, pero por más que había insistido él siempre se sonrojaba y le decía que no tímidamente.
- Da igual, no necesito leer nada para saber que tienes talento. Cualquiera que te conozca un poco se daría cuenta de ello. Sólo te falta creértelo un poco y olvidarte de esa timidez tuya.
- Te lo dije Ernesto. Ya sabía que te llamarían tarde o temprano. Tienes mucho talento ¿sabes?
- Gracias, pero teniendo en cuenta que nunca has leído ni una línea de lo que escribo no sé si tomarte muy enserio. - Durante dos años Lola había intentado en leer alguno de los borradores de Ernesto, pero por más que había insistido él siempre se sonrojaba y le decía que no tímidamente.
- Da igual, no necesito leer nada para saber que tienes talento. Cualquiera que te conozca un poco se daría cuenta de ello. Sólo te falta creértelo un poco y olvidarte de esa timidez tuya.
Ernesto se fue, pero no volvió. A los tres días Lola recibió una carta en la que le explicaba que todo había ido muy bien y que ya había firmado un contrato con la editorial. A partir de ahora tendría que trabajar mano a mano con ellos para poder publicar en unos meses, por lo que tendría que quedarse en Madrid una buena temporada. "Te echaré mucho de menos, pero te prometo que serás la primera persona en tener un ejemplar del libro". Otro más, otro que llegaba para irse y empezar una nueva vida llena de anécdotas, viajes, triunfos y fracasos. Antes de pensar demasiado en ello Lola subió corriendo las escaleras y colgó del balcón del dormitorio el cartel de "Habitación disponible". Después bajó corriendo a la cocina y llamó al fontanero para que comenzara a instalar las estufas lo antes posible.
1 comentario:
Ya tengo blog, ya tengo blog
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