Estaba harto de todo. Harto del trabajo, los compañeros, su ex mujer, el coche, la ciudad,... todo. Entonces tomó la decisión: Lo dejaría todo esa misma tarde y se largaría bien lejos. A un viaje, uno de esos de dos meses de los que, con un poco de suerte, ni siquiera tienes que volver.
A falta de chinchetas se sacó el chiche de la boca y lo lanzó contra el mapa de la pared del enfrente. Iría donde el chicle se pegara. Abrió los ojos nervioso y, para su decepción, resultó que el chicle se había pegado en la pared, justo encima del Polo Norte, pero sin rozarlo. El tiro no era válido. Sopló un poco el chicle para quitarle la porquería, lo mascó un par de veces para darle consistencia y volvió a lanzarlo. Esta vez se había pegado en mitad del Pacífico lejos de toda isla o, en su defecto, cacho de tierra al que poder llegar. Molesto volvió a coger el chicle, ya algo insípido, y lo lanzó concentrándose tanto como pudo. Al menos cinco veces más despegó el chicle de la pared, el Pacífico, el Atlántico y, mas que nada, del suelo, sobre todo en los últimos tiros, en los que el chicle ya había tomado una consistencia más gomosa que pegajosa, por lo que no había manera de que se fijara en el mapa.
Frustrado, cabreado y con el alma por los pies se tragó el dichoso chicle, tiró de la cadena, se subió los pantalones y volvió a su mesa de trabajo al frente de la agencia de viajes de su ex suegro pero todavía jefe.
2 comentarios:
Perfecto microrrelato
Cuidado con las sustancias peligrosos que se puedan haber adherido al chicle, vaya ser que el viaje sea a Torrero.
Publicar un comentario