Todavía faltaba una semana para el verano y el calor ya empezaba a apretar. La obra de las estufas por fin había terminado, pero aún quedaba mucho por limpiar. Además Lola había decidido dar una mano de pintura al salón, así que el trabajo se amontonaba aunque una de las habitaciones seguía aún vacía. Entonces llegó un paquete.
- Lola acaban de traerte esto. Yo me voy a trabajar y luego tengo una audición, así que no vendré a comer. Hasta luego.
- Gracias. Hasta luego.
Era el libro de Ernesto. Al abrirlo vio un pequeño post it amarillo en la segunda hoja "Espero que te guste y entiendas porqué no te lo dejé leer antes. Un beso" Lola se sentó en la silla del comedor donde Ernesto solía escribir durante la sobremesa y empezó a leer.
Toda la historia giraba en torno a Claudia, una hermosa viuda que vivía por y para sus dos hijos varones en un pequeño pueblo costero del norte. Tras una vida de duro trabajo y sacrificios llegó un día en que sus hijos comenzaron a trabajar en un barco pesquero que pasaba largas temporadas en la mar, por lo que de pronto se vio sola y sin saber que hacer. Al principio pasaba el tiempo ocupada con los quehaceres del hogar, pero pronto se aburrió de trabajar para nadie. Entonces se entretuvo leyendo todos los libros que tenía en casa. Disfrutó y envidió las aventuras que en ellos encontró. Cuando se le acabaron los libros se decidió a salir a la calle y buscar más historias entre sus paisanos. Se sentaba en un banco del paseo marítimo y observaba a los que por allí paseaban. Escuchaba las palabras que le llegaban cuando pasaban a su lado y después ella inventaba el resto de la historia. Se quedaba allí horas imaginando mil historias y sin hablar con nadie.
Tan ensimismada estaba que no se fijó en que cada tarde se sentaba frente a su banco un joven pintor que no dejaba de mirarla entre pincelada y pincelada. Durante tres meses estuvieron coincidiendo en aquel paseo hasta que, por fin, una tarde ella se fijó en él. Seguro que no eran más que imaginaciones suyas, pero aquel apuesto joven no dejaba de mirarla, incluso creyó ver que en una ocasión le sonreía y se ruborizó como una quinceañera. Al día siguiente se puso un vestido de flores que dejaba sus hombros desnudos, se peinó con mucho cuidado y volvió a su banco del parque. Al cabo de un rato el joven pintor volvió a instalarse frente a su banco, sus miradas volvieron a cruzarse en un par de ocasiones y Claudia volvió a sonrojarse. Esa noche llegaron sus hijos a casa. Estarían allí unas semanas antes de volver a zarpar. Claudia se olvidó por completo de sus paseos, su banco, su pintor, su vida, y se dedicó a cuidar a sus hijos. Pero llegó de nuevo el día en que tuvieron que partir, ella se quedó de nuevo sola y entonces lo recordó. Se arregló y salió de casa corriendo. Era algo tarde, pero tal vez aún estuviera allí... Cuando llegó al banco vio que no había nadie en el paseo. Al día siguiente esperó pacientemente, pero el pintor tampoco apareció.
Dos años después, al salir de la iglesia con sus hijos, sintió que el corazón le daba un vuelco. Habían instalado una exposición de pintura en el paseo marítimo y al instante supo que eran los cuadros de que aquel joven pintor. Aunque los cuadros no se parecían entre sí, en todos ellos se podía ver una mujer hermosísima sentada en un banco con la mirada perdida y una sonrisa en los labios.
Lola había leído la novela sin moverse de la silla. Envidiaba Claudia porque ella nunca podría ser una musa como ella, y envidiaba a Ernesto por ser capaz de imaginar historias como aquella. Cerró el libro con fuerza dispuesta a volver al trabajo antes de que su cabeza empezara a funcionar, pero el post it se le cayó al suelo. Lo recogió con cuidado, abrió el libro para pegarlo exactamente donde estaba y entonces vió algo que no había visto antes. Debajo de donde estaba pegada aquella nota había unas líneas:
" Para Lola, la hermosa mujer que sin saberlo inspiró cada una de estas líneas".
1 comentario:
Ya tengo blog, ya tengo blog
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