Debía llevar unos tres minutos intentando salir de aquel agujero, pero en cuanto se agarraba al hielo, éste se resquebrajaba entre sus brazos. En esos tres minutos había tenido tiempo de ponerse histérica, de serenarse y pedir auxilio, de frustarse al menos cuatro veces intentando trepar por el hielo, de volver a ponerse histérica, de removerse con tantas ansias que parecía que creía que podría salir corriendo de aquellas aguas si se movía lo suficientemente rápido y, finalmente, de empezar a hundirse muy poco a poco mientras su cuerpo iba quedando reducido a una diminuta y dolorida cabeza.
Los demás debían seguir en la cabaña, riendo y bebiendo frente a una potente hoguera, y mientras ahí estaba ella. Por un instante sonrió de forma involuntaria al pensar la cara que pondrían al encontrarla a la mañana siguiente convertida en un cubito de hielo, como en los dibujos animados. Tal vez lo mejor sería intentar flotar lo suficiente como para sufrir una hipotermia que la dejara como a la Bella Durmiente antes de ahogarse y, de esta forma, con un poco de calor y un beso en la frente podrían reanimarla. Esa idea le pareció al mismo tiempo tan genial como estúpida. ¿De verdad iba a acabar congelada como Walt Disney y luego la iban a despertar como a uno de sus personajes?
Apenas podía sacar la nariz fuera del agua para respirar. Las piernas y los brazos inertes estaban completamente dormidos y rígidos. Tan sólo sentía un peso muerto que tiraba de ella hacia abajo. El dolor punzante que sintió tras la caída había desaparecido por completo con el resto de su cuerpo. Apenas podía pensar, era como si sus neuronas también empezaran a congelarse, pero volvió a sonreír de nuevo antes de sumergirse del todo.
Estaba claro que salir de aquella forma de la cabaña en plan misterioso para que él la siguiera y pudieran estar a solas no había funcionado tan bien como su amiga le había asegurado.