20 octubre 2006

Contador de cuentos

Había una mujer que tenía una vaca
a la que daba de comer en una canasta,
y como cuento basta.

En la puerta de una iglesia que no existía
encontraron el cadáver de un hombre que parecía muerto.
Era de noche y sin embargo llovía.

Los cascarrillos populares nunca sonaron tan bien como cuando los contaba Antonio con una sonrisa de oreja a oreja.

18 octubre 2006

Permitid que me presente

(O cosas que me gustaría que dijeran de mí)

Suel era una niña regordeta y rubia a la que le gustaba por igual trepar a los árboles y los zapatos rosas con lentejuelas. Su pelo rubio, sobre todo en verano, era completamente lacio hasta que se acercaba a las puntas, donde siempre se enroscaba en gruesos tirabuzones. Tenía una voz tan dulce como chillona que siempre hablaba con tanta prisa que fundía el comienzo de una palabra con el final de la siguiente, de forma que en ocasiones era imposible entender lo que decía si te limitabas a escucharla. Mirándola todo era mucho más sencillo porque todo lo que su boca pronunciaba su cuerpo lo escenificaba sin que ella pareciese darse cuenta.

Suel siempre era el centro de atención, aunque ella nunca se daba cuenta. Inquieta e impaciente arrastraba detrás de sí a todo el mundo, primero hacia arriba, luego hacia abajo, derecha, izquierda, la dirección era lo de menos, lo importante era mantenerse siempre en movimiento. Era como si tuviera miedo a quedarse parada, así que podías verla desde la ventana corriendo de un lado para otro hasta que sus enormes ojos se cerraban mientras cenaba su plato de sopa. Esto en ocasiones podía incluso ser peligroso, porque aún dormida había veces que se movía descontrolada, por lo que era posible que su carita acabara buceando entre los fideos, o que un rodillazo inconsciente hiciera saltar por los aires los vasos que en ese momento hubiera sobre la mesa.

Suel era capaz de hacer cualquier cosa, al menos era capaz de intentar hacer cualquier cosa. Apenas levantaba un metro del suelo y ya había cazado lagartijas, comido escarabajos, aprendido a bucear sin antes aprender a nadar, e incluso había intentado volar con la ayuda de lo que al final resultó ser una cometa demasiado pequeña; Saltaba de rama en rama como si fuera una ardilla, corría con su bici de tres ruedas casi tanto como los chicos mayores en sus BH y, en sus ratos libres, disfrutaba fingiendo que cocinaba deliciosos guisos con piedras y barro.

Suel adoraba los colores, todos y cada uno de los colores. Le gustaba verlos en su ropa, sus zapatos, sus dibujos, sus juguetes, seguramente si le hubieran dado una brocha y suficiente pintura no habría dejado sin colorear ni una sola de las casitas blancas de su ciudad. Por supuesto nunca se le presentó la ocasión, pero sin embargo sí que aprovechó un fugaz despiste de los ojos que la vigilaban para colorear como era debido la inmaculada puerta de su casa. La riñeron por aquello, cosa que nunca entendió porque era evidente que ahora la puerta de casa era mucho más bonita.

De todo esto hace ya unos cuantos años y las cosas han cambiado mucho. La vida tiene ahora otro ritmo, otros sonidos, otros olores y otras formas. Los que fuimos pequeños con Suel ya no somos tan niños y ya no tenemos tiempo para jugar a cocinar con las manos metidas en el barro. Algunos incluso hemos olvidado cómo éramos nosotros entonces, qué nos gustaba hacer o qué queríamos ser de mayores. Los días se nos pasan uno tras otro sin que nos demos cuenta y la rutina ha podido con nosotros, al menos con casi todos nosotros. Sin embargo da gusto ver que hay cosas que no cambian, que hay gente que no envejece lo más mínimo por más que pasen los años y las arrugas vayan haciéndose más visibles.

Suel ya no es una niña, ni es regordeta, ni tan siquiera es rubia como era antaño. Ahora es mucho más alta, delgada y los tirabuzones le nacen de la misma raíz del pelo sin esperar a llegar a las puntas. Sin embargo la mayor parte de las cosas siguen igual que entonces: sus palabras siguen fundiéndose unas con otras al hablar y su cuerpo sigue gesticulando sobremanera sin que ella parezca notarlo. Sigue corriendo de un lado para otro haciendo mil cosas al mismo tiempo mientras el resto de la gente tiene que conformarse con intentar seguir su ritmo de vez en cuando. Y como no podía ser de otra forma, Suel sigue adorando los colores, todos y cada uno de ellos y estoy segura de que, si le diéramos una brocha y suficiente pintura no dejaría sin decorar ni una sola de las casitas blancas que se fuera encontrando a su paso.