13 abril 2010

Anestesiada

Cuando la puerta se abrió una corriente de aire helado le hizo cosquillas en los pies descalzos.

No se giró a ver la cara de su asesino, ni tan siquiera hizo el más mínimo gesto. Se quedó inmóvil mirando el retrato que colgaba de la pared. La luz estaba apagada, pero no la necesitaba para mirar fijamente a aquellos ojos de la foto.

Todo fue tan rápido que no sintió nada, literalmente. No se dio cuenta de que el verdugo ya había cumplido su tarea, así que continuó inmóvil en su silla mirando el retrato de la pared una vez que la puerta se volvió a cerrar a sus espaldas.