16 diciembre 2008

Mis pies aún te hechan de menos

Hoy he estado pensando en ella como hacía antes. Me he plantado en mitad del pasillo descalzo y me he pasado media hora andando muy despacio por cada habitación. A ella le encantaba andar descalza por la casa. Decía que le gustaba sentir el calor de la madera del salón, cómo el frío de las baldosas del baño le ponía la carne de gallina y las cosquillas que le hacía la alfombra del dormitorio.

A mí, la verdad, no me gusta nada eso de desnudarme de tobillos para abajo. Creo que tengo los pies demasiado secos para andar por la madera, demasiado fríos para soportar las baldosas del baño y demasiado sensibles para aguantar cosquillas de ningún tipo. Pero aún así ha estado bien. Me ha gustado pensar en ella e imaginármela en algún pasillo con unos enormes calcetines de lana como los míos.


06 noviembre 2008

Hasta que la muerte nos separe


La niebla era especialmente densa ese día, un martes de esos en los que el frío te congela la punta de los dedos por muchos guantes que les pongas. Pero ya había pasado una semana desde el funeral, y la gente empezaría a murmurar si no iba pronto. Así que la joven viuda se vistió de luto riguroso como mandaban los cánones y se encaminó al cementerio.
Odiaba aquel lugar, odiaba el olor a iglesia de la entrada y odiaba las lápidas de piedra fría y húmeda, así que una vez allí apretó fuerte las mandíbulas, cerró las manos hasta sentir las espinas de las rosas atravesar la piel, levantó la cabeza y enfiló los últimos metros con decisión espartana.
Pero el disfraz de viuda valiente se le desmoronó de golpe al ver una figura postrada ante la tumba de su difunto esposo. Era una mujer, pero la niebla desdibujaba su rostro y no fue capaz de identificarla. Sí vio con claridad, sin embargo, que lloraba amargamente mientras dejaba un ramo de rosas en el suelo.
Paralizada por la extraña situación contempló unos instantes aquella escena en silencio. No parecía ninguna conocida, y estaba claro que no era ningún familiar. Por un momento pensó que tal vez se había vuelto loca de tanto llorar y se estaba viendo a sí misma, pero en ese instante la desconocida se puso en pié y se alejó con parsimonia en dirección opuesta.
Desconcertada y temblorosa la joven viuda reanudó el paso. Aquel ramo idéntico al suyo fue tomando forma a medida que se acercaba, y cuando apenas estaba a un metro de él distinguió una nota. La cogió entre sus dedos y la leyó de forma mecánica un millar de veces "Una rosa por cada año que pasamos juntos. Te quiero y te seguiré queriendo siempre amor mío".
Las tripas comenzaron a hacer movimientos extraños, el corazón le palpitaba de forma alarmante y una rabia inesperada le trepó por la garganta hasta convertirse en gritos de desprecio y desesperación. Todas las lágrimas que había derramado en la última semana se transformaron de golpe en insultos y odio. Golpeó la lápida, le dio patadas completamente fuera de sí, destrozó el ramo que había comprado esa misma mañana pétalo por pétalo y se rasgó el uniforme de viuda plañidera.

Mientras juraba a voz en grito no volver jamás a aquel lugar, detrás de un árbol cercano un viejo amigo del difunto pagaba con un sobre cerrado a la extraña que minutos antes se había arrodillado en aquella tumba fingiendo llorar.
- Tal vez no sea asunto mío señor, pero no entiendo porqué le hace esto a esa pobre mujer si realmente le tiene aprecio alguno. Mírela, odiará al hombre con que se casó por algo que él nunca hizo.
- Eso es exactamente lo que pretendía. Es bien sabido que es más llevadero odiar a alguien que echarlo en falta. Él la quería demasiado como para permitir que arruinara lo que le queda de vida sentada en una habitación oscura llorando por algo que desgraciadamente no tiene remedio. Prefería que le olvidara, incluso que le odiara si fuese necesario si así le ahorraba una vida de encierro y lamentos. Supongo que no hace falta que le diga que esto debe quedar entre usted y yo.

28 octubre 2008

Cuatro días devorando

Estos días tendría que haber publicadio algo nuevo, pero no he tenido tiempo porque dos libros me han tenido totalmente absorbida. Como no soy buena haciendo sinopsis simplemente copio lo que dicen las sinopsis oficiales.


El curioso incidente del perro a medianoche (Mark Haddon) es una novela que no se parece a ninguna otra. Su protagonista, Christopher Boone, es uno de los más originales que han surgido en el panorama de la narrativa internacional en los últimos años, y está destinado a convertirse en un héroe literario universal de la talla de Oliver Twist y Holden Caulfield. A sus quince años, Christopher conoce las capitales de todos los países del mundo, puede explicar la teoría de la relatividad y recitar los números primos hasta el 7.507, pero le cuesta relacionarse con otros seres humanos. Le gustan las listas, los esquemas y la verdad, pero odia el amarillo, el marrón y el contacto físico. Si bien nunca ha ido solo más allá de la tienda de la esquina, la noche que el perro de una vecina aparece atravesado por un horcón, Christopher decide iniciar la búsqueda del culpable. Emulando a su admirado Sherlock Holmes —el modelo de detective obsesionado con el análisis de los hechos—, sus pesquisas lo llevarán a cuestionar el sentido común de los adultos que lo rodean y a desvelar algunos secretos familiares que pondrán patas arriba su ordenado y seguro mundo.


David, el protagonista de La Biblia de neón (Johnk Kennedy Toole), es un adolescente que vive en una población miserable del profundo Sur. Una Biblia de neón ilumina el cielo por las noches, y durante el día el fanatismo religioso y la malevolencia hacen estragos en la vida de los ciudadanos. El padre de David pierde su trabajo, no puede seguir pagando su contribución a la Iglesia, y esto marca el inicio de una decadencia que les convertirá en parias dentro de la pequeña comunidad.

22 octubre 2008

La cosecha

Faustino y Eulalia llevaban años intentando hacer crecer algo en el pequeño huerto de detrás de casa, pero jamás habían logrado que creciera ni tan siquiera una mala hierba. El suelo estaba tan seco que parecía más arena de desierto que tierra de labranza, y el Sol calentaba con tan poca piedad que hasta las moscas caían desmayadas tras dos minutos de vuelo. Faustino llevaba su pena en silencio, y su mujer intentaba hacer lo propio, hasta que una noche no pudo soportarlo más y rompió a llorar. Tres días pasaron sin que el pobre Eustaquio pudiera apartar a Eulalia del huerto. Tres días en los que las lágrimas lo inundaron todo de tal forma que transformó el terreno en un auténtico barrizal de arenas movedizas. En cuanto Eulalia se hubo dormido agotada por el llanto Faustino tuvo una brillante idea. Con una sombra maliciosa en los ojos cogió las laves del camión y salió de casa tan sigiloso como pudo.

Debían ser al menos las siete de la tarde cuando a Eulalia la despertaron unas voces extrañas que parecían venir de la parte de atrás de la casa. Al salir al patio se le abrió tato la boca que a punto estuvo de perder la dentadura. No habría podido decir si lo que había ante sus ojos la aterraba o la hacía sentirse en la mujer más feliz del mundo. En su amado huerto, colocaditas en cuatro hileras y perfectamente alineadas, doce cabezas con gesto de asombro asomaban por encima de la tierra.

"Cariño, ¿pero qué has hecho?"
"Ya sé que no son como las lechugas que tanta ilusión te hacían, ni como esas tomateras del Pascual, pero aguantarán bien el clima si las cuidamos, la sequedad de la tierra no les afectará y no tendremos que volver a sembrarlas cada año"
"Pero esta gente debe tener familia, un sitio donde ir,… "
"Confía en mí Eulalia. Estaban solos en el mundo y ahora nos tendrán a nosotros. Cuidaremos de ellos y ya verás como cuando nos conozcan dejan de lamentarse
"

Dicho y hecho. A partir de aquel día Faustino y Eulalia se levantaron con el alba para poner a la sombra su huerto de cabezas y darles de beber. A media maña les limpiaban el sudor con mimo y las regaban con agua bien fresquita para que el calor no las marchitara. A medio día les servían un menú variado de hierro y vitaminas para que no enfermaran y se mantuvieran sanas y robustas. Al caer la tarde retiraban el sombrajo que habían colocado al amanecer para que los rayos indirectos del sol les dieran un aspecto más saludable y volvían a limpiarles el sudor si era necesario. Una vez que el sol caía llegaba el segundo turno de comer y, si refrescaba, las tapaban con unos gorros caseros que la propia Eulalia había confeccionado. Tal era el cuidado que dedicaban a su huerto que una vez al mes Eulalia recortaba con mimo los cabellos de sus cabezas como el que poda las flores más exquisitas de su jardín mientras Faustino limpiaba de insectos la tierra con la única ayuda de sus manos.

Yo que no sólo conozco esta historia, sino que las conozco todas, puedo decir que jamás hubo una pareja que cuidara con tanto celo y cariño su huerto, de igual forma que jamás hubo un grupo de personas enterradas vivas hasta la cabeza más feliz con los cuidados que les daban. Tanto fue así, que cuando encontraron a Faustino y Eulalia tendidos en la cama ambos tenían una sonrisa de oreja a oreja que permaneció en su sitio incluso después de que les llamaran locos y psicópatas en todas las televisiones del mundo. Y no sólo eso, sino que, ante el estupor general, cuando intentaron sacar las cabezas de sus agujeros todas se negaron en redondo y prefirieron marchitarse en aquel lugar donde tanto les habían mimado antes que ser salvadas y arrojadas de vuelta a un mundo en el que nunca se habían sentido especiales para nadie.

30 septiembre 2008

Tiempos modernos

- Me ha dicho la Mari que el Paco, el hijo de la Juana está fatal, fatal.
- ¿Y eso?
- Pues ya ves, por lo visto anda con cosas de esas raras, como todos los jóvenes modernos de ahora.
- Como no se explique mejor no me entero.
- Pues parece ser que está metido hasta el cuello en la drogaína esa.
- Madre, será que está metido en la droga.
- Sí bueno, en la droga en general y en la drogaína en particular. Con lo majo que era de chaval.
- Ya, claro. ¿Y a la Mari quien le ha contado semejante historia?
- Nadie hija, que lo ha visto con sus mismísimos ojos. El otro día venía de comprar y se encontró con el mozo en el portal. Por lo visto subieron juntos en el ascensor y dice que tenía ojos como de loco. La pobre pasó un miedo horroroso. Le tuve que dar una tila detrás de otra mientras me lo contaba.
- ¿Pero qué le iba a hacer en un ascensor por mucha cara de loco que tuviera?
- Uy, vete tú a saber. Dice que la miraba de una forma rarísima, ya me entiendes, como si fuera a violarla o algo así.
- ¿Pero cómo va a violar ni el Paco ni nadie a esa mujer?
- Ay por Dios, ¿y por qué no?, que la Mari siempre ha sido bien atractiva.
- No si la mujer está estupenda, ojalá llegue yo así de bien a los 82, pero aún así, y no se ofenda madre, a esa mujer no le remangan la falda ni aunque le ponga velas al santo cada domingo.
- Hay que ver que bruta eres cuando quieres hija mía. ¿No será que andas tú también metida en esas cosas?
- Tú tranquila madre, que si hace falta yo te juro con la mano en la Biblia que jamás he probado la drogaína.

16 septiembre 2008

Final de una etapa

En apenas tres meses he disfrutado de:

Espectáculos
Perle Plasticiens (seres submarinos volando sobre nuestras cabezas)
Le Secret (Cirque ici, es decir, el reino de la imaginación)
Flying Dragon Circus (artes marciales voladoras y contorsionistas)
Kaosmos (teatro aereo argentino)
Niño Costrini (humor apto para niños de entre 0 y 99)
Nimba (circo guineano plagado de ritmos y movimientos imposibles)
Blue Planet (música, imágenes y actores sorprendiendo al personal)
El despertar de la serpiente (Circo del Sol a pie de calle)
El hombre vertiente (juegos de agua y perspectivas)
Iceberg (luces y sonido que muerden y remuerden la conciencia)
Todos estos más los que los pabellones organizaban en sus instalaciones, como los gimnastas rumanos que nos dieron una clase magistral de acrobacias, las diminutas tailandesas que bailaban con sus deditos dislocados al ritmo de extrañas percusiones o los austríacos y sus bailes tiroleses dentro de una bola de nieve.


Conciertos
Bob Dylan (demasiado castigado por los años, aunque único igualmente)
Aakrom Family (LSD convertido en notas musicales)
Teenage Fan Club (pop del bueno)
The Gift (el placer de dar saltos al ritmo de una pin up portuguesa)
Alanis Morissette (la voz y la sonrisa dominando el anfiteatro)
Carmina Burana (música y danza como no había visto antes)
Chambao, Lila Downs, S. Baca, (percusiones, tequila y rumba)
Baskerville (pop de la tierra para todos los públicos)
Patty Smith (veteranía, carisma y fuerza a raudales)
Los lobos (diversión spanglish garantizada)
Bumbury (nervios, contundencia y poesía en mitad de la nada)
Antony and the Johnsons (sensibilidad a flor de piel)
A estos (y alguno que me estoy olvidando) también hay que sumar todos los que nos fuimos cruzando al pasear por las instalaciones, como los percusionistas brasileños, los caribeños y los escandalosos filipinos o los grupos belgas que nos amenizaban las cervezas cada noche.

Con la Expo se puede estar a favor, en contra o pasar de ella por completo, pero lo que no se puede negar es que hemos tenido una oferta ociocultural que en esta ciudad ni se ha visto ni se volverá a ver, y es una verdadera pena.

Así que, a quien corresponda: queremos seguir teniendo conciertos de calidad (los triunfitos y la radio fórmulas del tipo de las que nos esperan para el Pilar más que emoción provocan una depresión profunda) y espectáculos de calle y teatro que no nos dejen los bolsillos temblando (y que no se limiten a los cuentacuentos infantiles, que a los mayores de edad también nos gusta que nos entretengan).


He dicho.

11 septiembre 2008

Borrón y cuenta nueva


El día amaneció exactamente igual que todos los demás. El calor y la humedad asfixiaban a todo aquel que se atreviera a respirar; los escasos transeúntes caminaban encorvados como penitentes bajo el yugo de los grados y, probablemente, las vergüenzas; los movimientos se limitaban a la mínima expresión para ahorrar esfuerzos y sudor como si de oro líquido se tratara. Con la boca seca y los ojos cegados, la ciudad se había convertido en una imitación barata del infierno en la Tierra.

De pronto, sin previo aviso, una leve brisa sorprendió a las sábanas que colgaban acartonadas de los tendederos y las flores marchitas de los parques comenzaron a bailar al son de un viento que, en apenas diez minutos, se había convertido en vendaval. Antes de que pudieran darse cuenta aquel huracán había entrado, no sólo por los recovecos de las hojas de las ventanas y los árboles, sino que invadió también sus ojos y gargantas, insuflando el soplo de vida que necesitaban.

Miradas de sorpresa y estupor aparecían a diestro y siniestro como si fueran conscientes por primera vez en años de lo que estaba sucediendo a su alrededor. Y entonces llegó el aguacero. Unas gotas al principio, cataratas infinitas poco después. Viento y agua arrastraban todo a su paso con fuerza suficiente como para borrar las líneas del asfalto, la rutina del día a día, los pecados escondidos al fondo de los cuartos trasteros y las penas gravadas a fuego en la piel.

Con el tiempo el Sol volvió a salir para iluminar, esta vez, una ciudad nueva dispuesta a volver a empezar con la cabeza bien alta, los ojos abiertos como platos, los pulmones repletos de aire fresco y el estómago ansioso de devorar nuevas experiencias.

Imagen: "La sábana" de Jorge Sánchez

03 septiembre 2008

Agenda del día

10.00 – Llego a casa. Me doy una ducha y me quedo dormido en calzoncillos en el sofá.
14.00 – El teléfono me despierta. Más trabajo para esta noche. Abro una cerveza y una lata de raviolis con tomate. Me encanta comerlos fríos directamente de la lata mientras veo la tele.
16.00 – Se pasan éstos por casa. Nos fumamos toda la hierba que me queda y nos bebemos las cervezas que trae el Pelos.
18.00 – Me entero de que lo de esta noche se suspende de momento porque al tío que íbamos a zurrar lo han detenido por conducir borracho. Para celebrarlo bajamos comprar algo de farlopa y nos la ventilamos con unas cervezas de los chinos.
22.00 – Se me empieza a pasar el pedo de todo lo que llevo encima. Llamo a Natalia para decirle que esta noche estoy libre pero me manda a la mierda. Se me había olvidado que la semana pasada me pilló liándome con la rubia.
23.00 – Sabía que esto pasaría algún día más pronto que tarde, sobretodo por la vida que llevo, aunque no ha sido ni mucho menos lo que había imaginado. A las 22.30 abrí la despensa para coger otra lata de raviolis y se me calló encima una caja enorme que me ha abierto la cabeza como un melón. No he sentido nada de nada. De hecho hace media hora que estoy muerto tirado en mitad de la cocina y sigo sin sentir nada de nada.
Imagen: Dark and lights de www.vladstudio.com

25 agosto 2008

La lotería

Diego y Sara se pusieron de acuerdo por primera vez en catorce años e invirtieron el premio en el coche de sus sueños. Lo que más le gustaba en este mundo a Diego era conducir y frenar el coche al ritmo de la música cuando llegaba a un semáforo. Tres frenazos bien dados y la cara se le iluminaba. Sara no lo soportaba, porque a ella lo que más le gustaba en el mundo era que Diego se vistiera en plan elegante para poder pasear con él como si fueran los protagonistas de Dallas. Estaba claro que un buen coche era la mejor de las inversiones.

Desde que el deportivo llegó a sus vidas, cada viernes Diego aparecía en el salón a las 19h para que Sara le gritara con cara avinagrada ¡¿pero qué te has puesto?!. Durante una hora ella le revolvía los armarios y cajones y le dejaba hecho un pincel. Salían de casa a las 20.30, ella maquillada como una puerta y luciendo sonrisa, él vestido como los que van a ver las regatas y cara de pocos amigos.

A las 21h, ni un minuto antes ni un minuto después se les podía ver a dos kilómetros por hora recorriendo el paseo marítimo. A esa hora aún había algo de luz, lo que sin duda facilitaba que todo el personal pudiera reconocerlos, y además las terrazas estaban hasta los topes con esa mezcla rara de los que se toman la Coca cola en bañador antes de ir a casa a quitarse la arena de la playa, y los que se disponen a cenar con el modelón y las joyas. A eso de las 21.15 empezaba la primera tanda de diversión del fin de semana.

Un, dos, tres. Sincronización perfecta entre el freno y la música. Diego intenta contenerse, pero sabe que Sara le está mirando y no puede controlarse. Sonríe, saborea el momento y gira la cabeza a la espera de la reacción de Sara.
Un, dos tres. A Sara se le encrespa el pelucón de los nervios y mira de reojo las terrazas para asegurarse de que nadie ha visto semejante horterada. Una vez segura levanta la mano con sigilo y le da una colleja a Diego.

Gracias a Dios en el paseo marítimo sólo había tres semáforos, porque en cada uno de ellos la historia se repetía. Seis risas de uno y seis collejas de la otra por semana, los tres de la ida y los tres de la vuelta. De ahí se iban discretamente a casita a cenar y comentaban la tarde.
- Bueno que, te ha visto tía esa de la oficina o no.
- Sí que me ha visto, pero estaba en una mesa que quedaba lejos de la carretera así que igual no se ha dado cuenta de que me he puesto lentillas verdes y que el vestido es de marca.
- Yo estoy sentado a medio metro y la verdad es que tampoco me había dado cuenta.
- Ya, pero tú eres idiota. Y tú que, ¿te ha visto a algún conocido?.
- Gracias a Dios no, pero me lo he pasado pipa con los frenazos y el cabreo que te has cogido.
- Lo que decía, eres idiota.
- Pues eso será.
- Cariño...
- Qué?
- Te quiero
- Y yo a ti.

31 julio 2008

Sol y Torrijas

- Últimamente no me encuentro yo demasiado cristiana doctor.
- Señora Vicenta, está usted estupenda, salvo los típicos achaques de la edad y el azúcar, que le ha salido un poco alta en los análisis. Pero no se preocupe, que eso con una dieta un poco controlada se soluciona.
- ¿No me dirá usted que tengo que dejar de merendarme mis dos torrijas con café, no? Porque mire que es casi el único capricho que me consiento.
- Pues si le digo la verdad sería un buen comienzo. Tenga usted en cuenta que ya no es una moza y que hay que cuidarse, que a sus años cualquier tontería nos puede dar un buen susto.
- Ya, como al señor Paco. El hombre dejó de fumar porque le dijeron que el tabaco le llevaría a la tumba y a los seis meses el pobrecico nos dejó, y no por el humo precisamente, sino por un infarto fulminante que, dirá usted lo que quiera, pero seguro que le dio de los nervios que hizo a cuenta de no poder darle ni una calada a la pipa.
- Hombre señora, la cosa no es así exactamente...
- No, si yo no digo que usted no sepa de medicina, que se le ve que es usted la mar de listo y seguro que lo que me dice lo hace por mi bien. Pero como usted mismo ha dicho ya no soy una moza, y para cuatro días que me quedan que me entierren bien contenta y con el azúcar tan alta como haga falta.

Yo, como la señora Vicenta, pienso darle alegría al cuerpo como pueda y cuanto pueda, y para empezar me voy dos semanas de vacaciones al otro lado de la Península a cambiar de aires y rutina.

24 julio 2008

Sonámbulo


Caminaba sonámbulo, como cada mañana desde hacía diez años. De pronto una hoja de papel le sacó de su ensimismamiento empeñada en juguetear entre sus pies. Tras una insulsa mirada de reojo decidió ignorarla y seguir caminando con paso firme y mirada perdida. Apenas había dado dos pasos cuando la hoja volvió a cruzarse entre sus pies animada por una leve brisa. No le quedó más remedio que detenerse y recoger el molesto papel. Justo cuando iba a reanudar su camino unas curiosas líneas manuscritas con tinta granate llamaron su atención:

"Caminaba sonámbulo, como cada mañana desde hacía diez años. De pronto una hoja de papel le sacó de su ensimismamiento empeñada en juguetear entre sus pies. Tras una insulsa mirada de reojo decidió ignorarla y seguir caminando con paso firme y mirada perdida. Apenas había dado dos pasos cuando la hoja volvió a cruzarse entre sus pies animada por una leve brisa. No le quedó más remedio que detenerse y recoger el molesto papel. Justo cuando iba a reanudar su camino unas curiosas líneas manuscritas con tinta granate llamaron su atención:

"Caminaba sonámbulo, como cada mañana desde hacía diez años. De pronto una hoja de papel le sacó de su ensimismamiento empeñada en juguetear entre sus pies. Tras una insulsa mirada de reojo decidió ignorarla y seguir caminando con paso firme y mirada perdida. Apenas había dado dos pasos cuando la hoja volvió a cruzarse entre sus pies animada por una leve brisa. No le quedó más remedio que detenerse y recoger el molesto papel. Justo cuando iba a reanudar su camino unas curiosas líneas manuscritas con tinta granate llamaron su atención: ... ”"

Imagen - "Lo más importante es saber atravesar el fuego" de Marta Altieri - www.maltieri.com

17 julio 2008

Sombras Chinescas

Para Nuno estaba siendo un día de esos que no le deseas ni a tu peor enemigo. Pensó que una cerveza arreglaría algo la cosa, así que bajó al bar de la esquina. Nada más cruzar la puerta se arrepintió de su decisión, porque el antro estaba hasta los topes de gente. Por lo visto, en busca de una solución desesperada para la falta de clientela, el del bar había montado un ciclo de conciertos gratis cada jueves con una cerveza de regalo incluida en el paquete. El resultado a cinco minutos del comienzo del primer espectáculo no podía ser mejor: barra y mesas abarrotadas de parroquianos jarra en mano.

Reptando entre el personal Nuno consiguió su bebida de regalo, pero por más que lo intentó no hubo manera de situarse frente al escenario, así que tuvo que conformarse con apoyarse en una de las paredes laterales. Casi no había apoyado la espalda en la pared cuando todas las luces se apagaron, salvo un enorme foco situado encima de su cabeza que apuntaba de forma indiscreta la silueta de una joven menuda que acababa de aparecer casi como por arte de magia.

Una voz suave e insinuante acompañada de unos movimientos no menos sugerentes levantaron los silbidos y aplausos de los presentes de forma inmediata. "Tampoco es para tanto" pensó Leo, hasta que la descubrió. Cansado de ponerse de puntillas para intentar ver bien a la cantante volvió a apoyarse contra la pared y ante sus ojos apareció enorme, sutil y provocadora aquella sombra. Bailaba al ritmo de la música, pero de forma más suave y delicada de lo que su dueña lo hacía, se deslizaba silenciosa por la pared, acariciándola como si estuviera haciéndole el amor.

Durante ocho semanas Nuno no faltó ni un solo jueves. Llegaba al bar una hora antes para asegurarse que nadie le robaba su posición privilegiada y, durante todo el espectáculo, clavaba sus ojos en aquella sombra. Al salir no sería capaz de decir de qué color era el vestido de la cantante, o si llevaba tacones, pero podría haber dicho, sin duda alguna, cuántas veces había levantado su sombra los brazos por encima de su cabeza, contorneado sus caderas, acariciado su pelo, flexionado sus rodillas, lanzado besos desde la yema de sus dedos,...

El noveno jueves, al llegar a la puerta del bar Nuno sufrió algo similar a un ataque de risa histérica, aunque tal vez fuera un ataque de ansiedad, ya que ante sus incrédulos ojos el camarero estaba colgando un cartel que anunciaba:
"Por problemas con los vecinos, a partir de hoy el concierto será sustituido por un espectáculo de sombras chinescas. La oferta de cerveza gratis se mantiene sin cambios"

08 julio 2008

Summertime

Este verano voy a:
- Disfrutar en la playa y en la piscina como cuando tenía diez años. Prometo olvidar la compostura por una temporada, saltar desde el bordillo dando giros imposibles, enterrarme hasta el cuello y hacer castillos de arena.
- Aprovechar los días, al menos, hasta el minuto exacto que se ponga el sol y, si la economía lo permite, hasta la media noche. Ya dormiré en invierno, cuando a las 20.30h me tenga que meter en casa quiera o no quiera para evitar la congelación de miembros y/o miembras.
- Agarrar el libro en cuanto termine de comer y evitar a toda costa esos programas veraniegos en los que todos son super simpáticos, super felices, super guapos y super cargantes. Ya perdí suficientes neuronas el año pasado.
- Enamorarme como lo hacen los adolescentes en estas fechas. Pienso dejar que se me caiga la baba sin disimulo cada mañana cuando me gire en la cama y aparezca ante mí ese rostro a lo Mohinder Suresh que tanto me gusta.

Este verano tal vez:
- Pierda los kilos que me sobran, pero sólo lo haré si eso no supone renunciar al tinto de verano, la cerveza con gaseosa, las cenas a base de pinchos en las terrazas y los helados.
- Me ponga en forma a base de nadar en la piscina, aunque sólo podré hacerlo en los ratos en los que esté yo sola en el agua, porque tengo cierta tendencia a torcerme y atropellar todo lo que se cruce en mi camino.
- Consiga disfrutar de una buena tormenta de verano plantada en mitad de algún jardín mientras oigo por detrás los salmos de mi madre rogando a Santa Bárbara Bendita que nos proteja de rayos y truenos.
- Mantenga el ritmo de un post a la semana, pero no prometo nada, sobre todo si tenemos en cuenta la espesura mental que me provocan las altas temperaturas.

Este verano no:
- Veré el Tour de Francia. Me agoto solo de mirar la pantalla.
- Me quitaré la manía de ponerme crema en los pies cada noche. He hecho un amago estas primeras semanas de verano y, definitivamente, no puedo controlarlo.
- Bailaré la canción del verano, ni el chiki chiki, ni reaggeton ni nada que se le parezca. No me gustan en invierno y no van a empezar a gustarme ahora por mucho que se empeñen en que es lo propio del verano.
- Me cortaré el pelo aunque me sude la nuca sin piedad. Cuatro años faltando a mi palabra de dejarme los rizos a su libre albedrío ya son suficientes.


03 julio 2008

Sequía

Llegó el calor y con él las palabras se me secaron por completo. Ayer las regué durante más de media hora debajo de la ducha como si fueran geranios, pero me temo que deben seguir atascadas en algún pliegue de mi cerebro. Hoy probaré con la inmersión total, pero la verdad es que no estoy nada segura de que la cosa vaya a funcionar.

Todos los veranos es igual. Ansío que los días se alarguen, que llegue el calor para tener más horas y mejor humor para escribir sin pestañear hasta que se me irriten los ojos y los dedos se me entumezcan, pero cuando llega el momento las neuronas se aplatanan, pierden velocidad y las palabras dejan de fluir como debieran.

Tengo por ahí caminando con sonámbulos sin destino a una mujer que cada día bebe dos copas de ginebra cuando dan las ocho de la tarde, un joven que escribe de forma compulsiva diferentes maneras de asesinar a la vecina del piso de arriba, una pareja que conduce un Seat Panda con las ventanillas bajadas por los Monegros como si fueran protagonistas de una road movie americana, una niña regordeta que come escarabajos y un abuelo traumatizado porque cree que el fantasma que acosa a su vecino por las noches es el de su difunta esposa.

Ideas y más ideas a las que soy incapaz de dar forma por falta de palabras.
¿Alguna sugerencia?

23 junio 2008

La culpa de todo la tiene Casillas

- Agencia de viajes, ¿dígame?
- Buenos días, le llamo porque estoy muy preocupada por si mi hijo, que está en un viaje organizado por ustedes, corre algún peligro.
- Eh... perdone pero no se muy bien a qué se refiere.
- Hombre, a qué me voy a referir, pues a que están de viaje por Italia y claro, después del partido de anoche a ver si les va a dar una paliza o algo.
- Verá señora, entiendo su preocupación (¿? algo hay que decir), pero no creo que ni su hijo ni ningún otro miembro del grupo corra ningún peligro. De todas formas, si se queda usted más tranquila hablaré con nuestro guía para que preste más atención aún que de costumbre (evidentemente en ningún momento he tenido la intención de avisar a nadie para que esté atento y evite a los italianos con pinta de futboleros radicales).

- Agencia de viajes, ¿dígame?
- Buenos días, mire que mi hija se va mañana de viaje a Italia con ustedes y estoy preocupada, a ver si les van a dar una paliza nada más bajar del autobús.
- Lo dice usted por lo del fútbol ¿no? (pregunta tonta, pero necesito unos segundos para coger aire y relajarme)
- Pues claro.
- Verá ya hemos hablado con todos nuestros guías para que estén atentos por si ven jaleo (estoy desarrollando grandes habilidades para mentir sobre la marcha con una convicción abrumadora), pero en cualquier caso ninguno de los grupos que tenemos allí ha tenido ningún problema, así que no veo porqué iban a tenerlo mañana.

- Agencia de viajes, ¿dígame?
- Mire que mi hijo se va mañana a Italia y estoy preocupada por esto del fútbol, a ver si van a tener algún problema y acaban a puñetazos por ahí y tenemos un disgusto.
- (Pues le dice usted a su hijo que no se emborrache como un piojo, que no se dé de puñetazos con nadie y que si ve que hay jaleo que salga por patas y evite enfrentamientos). No se preocupe que no va a haber ningún problema. Los guías están avisados y la cosa esta noche ha estado muy tranquila.
- De todas formas deme su teléfono móvil para que le llame a preguntar como va el viaje.
- ¿Perdón?
- Hombre es que estas cosas siempre pasan por la noche y a la oficina no la voy a llamar a las doce de la noche ¿no?
- (Ni a la oficina ni a ningún sitio señora, que no soy el ángel de guarda de su criatura) Disculpe pero yo solo trabajo en el horario de oficina como usted bien dice. Fuera de ese horario puede usted llamar directamente a los hoteles, a los profesores acompañantes o mejor aún al móvil de su hijo.


Diez días y los futuros adultos de España estarán de vuelta sanos y salvos en casa con sus mamaitas y yo podré volver por fin a las conversaciones normales con gente normal (bueno, salvo algunas excepciones como las mencionadas hace unos días)

12 junio 2008

Principe suplente

Desde pequeña las historias de príncipes azules y amores eternos la habían acompañado hasta la cama. Los años habían pasado y ningún príncipe azul ni ningún amor eterno se había dignado a aparecer. Pero no estaba dispuesta a quedarse esperando encerrada en casa, no señor, lo la habían educado para quedarse en un rincón viendo la vida pasar. Por eso una mañana salió de casa con su hucha debajo del brazo. Cuando encontró la tienda que buscaba estampó el cerdito de porcelana contra el suelo y ordenó que le dieran tantos sapos como sus ahorros pudieran pagar. Satisfecha regresó a casa y lo dispuso todo tal y como lo había planeado. Guardó los sapos en la bañera del baño de la planta baja con agua bien fresquita y en la repisa del lavabo dejó preparado el bote de moscas que les servirían de alimento. Tras mucho pensarlo decidió que besaría un sapo cada día, no más, y lo haría al atardecer, para que su encuentro fuera lo más romántico posible.

Los cuatro primeros días no hubo reacción alguna por parte de los sapos besados. Daba igual que los besara con los ojos abiertos o cerrados, que fuera un beso rápido o lento, los animales seguían mirándola con cara de enfado y, en el mejor de los casos, croaban de forma contundente. El quinto día, un tanto desesperada, besó al sapo más con pasión que a sus antecesores. Tal vez por eso, o tal vez porque ya estaba más cerca de lograr su objetivo, algo sucedió en cuanto separó sus labios del animal. Como por arte de magia se sintió transportada a un mundo fantástico en el que cualquier cosa era posible. Todos los objetos tenían el color mismo de la felicidad, resplandecían con luz propia y bailaban rompiendo cualquier ley física conocida. Aquel sapo fue a parar al lavabo del primer piso en lugar de reunirse con sus compañeros en el lago del parque.


Durante semanas la pobre siguió besando sapos sin éxito alguno. Cuando la primera tanda se le terminó volvió a la tienda con los ahorros que tenía en la caja de galletas de latón y compró más y más y más, pero el príncipe azul se resistía a aparecer. Cada tarde sin excepción besaba un animal, se lavaba los dientes y lo llevaba al parque, donde la concentración de sapos llegó casi a alcanzar la categoría de plaga bíblica.


Está claro que no habría podido soportar semejante racha de decepciones si no llega a ser por el apoyo que encontró en el sapo suplente del lavabo del piso de arriba, al que pronto decidió reservar de forma exclusiva y especial la noche de los viernes.

04 junio 2008

Humo

La habitación estaba repleta de estanterías, mesas y mesillas, todas ellas repletas a su vez de pañuelos, figuritas, y muchas, muchas varillas de incienso. La bruja abrió sus manos y dejó que los huesecillos se esparcieran por el tapete. Miró de reojo a la joven para ver su cara de aprensión al escuchar aquel desagradable tintineo.
- Mmmmm. Aquí veo algo raro, dudas, y las dudas nunca son buenas querida. ¿Tienes pareja?
- Sí, pero eso no me preocupa, es por el trabajo por.....
- Pues debería preocuparte querida, ya lo creo que debería. ¿Estás casada?
- No, de momento no hemos pensado en eso porque yo no tengo trabajo y por eso...
- Mejor, mucho mejor.
La cosa funcionaba. Estaba terriblemente débil porque hacía ya una semana que tenía la consulta vacía, pero aquella pobre desgraciada iba a compensar tantas horas de ayuno. Se dispuso a disfrutar del festín.

- ¿Es que ve algo de mi novio ahí aunque no haya preguntado por él?
- Verás, normalmente me concentro para no ver más allá de lo que me preguntan. Pero a veces, sólo a veces, las señales son tan claras que no puedo evitarlas. De todas formas si quieres podemos centrarnos en aquello que tú prefieras y olvidarnos de lo demás.
Había puesto su mano sobre la de la joven como si quisiera mostrarse cercana y comprensiva, pero lo único que quería era sentir como empezaba a temblar, cómo los nervios habían comenzado a escalar de los pies a la cabeza.

- Bueno no sé, si usted cree que es importante tal vez debería decírmelo. Si Miguel necesita ayuda, está en apuros o algo así, tal vez es mejor que lo sepa.
- Por supuesto cielo, pero lo que te voy a decir no es una advertencia para tu novio, sino para ti. Verás, yo siempre digo que veo vuestro futuro precisamente para que podáis cambiar aquello que no os guste, por eso creo que es importante hacer caso de las señales de las que te he hablado.
Estaba hecho. La bruja sintió que el momento que tanto ansiaba estaba apunto de llegar. Sintió como la inocencia de aquella extraña se evaporaba mezclándose con los inciensos para satisfacer así sus pulmones, ávidos de aquel mágico alimento.

- Verás, como te he dicho veo dudas, dudas que engendran mentiras y engaños. No es que Miguel quiera engañarte o lo haya hecho ya pero...
- ¿Cómo sabe su nombre? ¿Lo ha visto en esos... en esas... cosas?
No fallaba. A estas alturas de la conversación estaban tan nerviosas que ya no sabían qué habían dicho en voz alta y qué habían callado. La bruja siguió inspirando profundamente la mezcla de incienso, inocencia y estupor, saboreando cada bocanada, pero con cautela para no descubrirse. Pronto el aire se llenaría también de miedo y angustia, ya casi podía sentirlos haciéndole cosquillas en la punta de la nariz, pero antes había que terminar el trabajo.

- Estos huesos me lo muestran todo. Como te decía, la cabeza de Miguel está llena de miles de cosas, y sin embargo no llego a ver tu rostro entre esas cosas. Es como si tú hubieras entrado a formar parte del día a día, no sé si me entiendes. No es que no te quiera, sino que ya no eres algo especial y único, y eso a la larga puede ser un gran problema, porque todos necesitamos a alguien especial y único.
- Entonces no me ha engañado ¿no? Quiero decir ¿no hay nadie más?
- Aún no querida, pero créeme, lo habrá.
Volvió a cogerle las manos con suavidad, cerrando los ojos y tomando otra gran bocanada de aire. La joven estaba confusa, temblaba de rabia, exudaba ansiedad y, aún así, aquella tonta era capaz de devolverle con ternura la caricia en las manos, como el pobre paciente que se compadece del médico que acaba de pasar el mal trago de decirle que se va a morir.

Tal era el apetito de la bruja que ni tan siquiera le cobró. Se apresuró a despedirla y, una vez a solas, se quitó los pañuelos, los pendientes, los collares de cuentas y las pulseras. Se desnudó y, como una vieja boa que digiere su presa tumbada al sol, se dejó caer en su sillón inspirando profunda y pausadamente. Pasó horas respirando aquel humo denso sin cuidado ni cautela segura de que tenía el alimento asegurado por una buena temporada y se durmió profundamente a la espera de que el timbre volviera a sonar.

30 mayo 2008

Como alitas de pollo

La cosa es que no tengo suerte con las mujeres.

Salí un par de veces con una que realmente me gustaba. Pero no se podía hablar con ella. No es que fuera tonta ni nada de eso, el problema era que entráramos donde entráramos, ella se ponía tararear y a cantar como una poseída. No he cambiado tanto de garito en una sola noche en mi vida, y siempre era igual, se sabía todas las jodidas canciones, hasta las del hilo musical de los ascensores. Al principio tuvo su gracia, era divertido y tal, pero acabó sacándome de quicio.
También estuve con una que no cantaba, pero no paraba quieta. Era entrar en un bar con música y se ponía a andar de un lado para otro moviendo los bracitos como si fueran alitas de pollo. Decía que le encantaban los bares a los que la llevaba, que nunca había bailado tanto. Una noche, aprovechando uno de aquellos paseos suyos por el bar me largué. No estuve muy fino, ya lo sé, pero es que me atacaba los nervios sin remedio.
Una noche conocí a una tía genial. No cantaba mas que algún estribillo que otro, bailaba como una persona normal y era bastante divertida. Hubo química, por así decirlo, y acabamos en un rincón besuqueándonos. Todo iba bien hasta que, de pronto, se puso a hacer aspavientos como una loca. Resulta que era claustrofóbica. Podía achucharla todo lo que quisiera, pero sin bloquearle los brazos ni las manos porque si no podía moverlos le daban ataques de pánico. Salí pitando.

Y a estas hay que sumarles a la que se hacía cortes en el estómago cuando estaba de exámenes porque eso la relajaba, la que quería que saliéramos con su madre que se acababa de divorciar, la que no dejaba de hablar de su ex novio, la que quería que me pusiera un pendiente en la ceja porque eso "la ponía", la que no comía nada de color naranja,.... Ya se que yo no soy ningún prodigio de la madre naturaleza, pero Dios santo, al menos me comporto como una persona cuerda.

El caso es que el otro día salimos los colegas, sólo los tíos, en una de esas reuniones de exaltación de la amistad, y de pronto me encontré borracho como no lo había estado jamás. No me di ni cuenta, supongo que por eso precisamente acabé en un estado tan lamentable. En un momento dado agarré a mi colega, el guaperas del grupo (que tonto no soy), y le dije que deberíamos enrollarnos. "Nos llevamos bien, nos conocemos de toda la vida y al final eso es lo importante ¿no? Total lo del roce digo yo que no es más que cuestión de acostumbrarse ¿no? Se nos hará raro al principio pero seguro que al final hasta se nos da bien ¿no? No sé, ¿tú que piensas?, y entonces le toqué el culo. Al principio pensó que estaba de coña, pero cuando vio que iba enserio no le hizo ninguna gracia y se largó.
Estaba tan borracho que me metí solo en un bar que hay camino de casa y de pronto me sentí como poseído. Empecé a cantar como un loco andando de un lado a otro del bar moviendo los brazos como si fueran alitas de pollo. Madre mía si me reí. Pegué la hebra con un grupo de chicas que me miraban con cara de pasmo y les conté que me había emborrachado porque me sentía solo, que ninguna chica me entendía porque me gusta cantar todas las canciones que me sé, porque tengo una forma peculiar de bailar, porque soy algo claustrofóbico y nervioso, y porque me encantan los piercings pero no me los pongo por respeto a mis padres.

Disfruté como un enano, en serio, fue genial, una especie de terapia. Estoy deseando que llegue el próximo fin de semana. Con mi colega ya veré si puedo arreglarlo, y si se pone tonto, ya se lo que voy a hacer: cantar como un energúmeno y pasearme con los brazos en jarra moviéndolos como si fueran alitas de pollo.

26 mayo 2008

Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?

- Buenos días, quiero saber cuanto me costaría un viaje a.... si hombre, al país ese... donde está el río ese lleno de animales peligrosos.
- Pues no sé, ¿el Amazonas?
- No, no, está más cerca, al sur de Europa, ese que tiene un río por el que se va en barco y que está lleno de esos animales tan peligrosos.
- A ver que piense, ¿el Nilo?
- Eso, eso el Nilo, ¿cuánto me cuesta un viaje al Nilo?
- Pues tiene diferentes tipos de viajes por Egipto (hago entrega de los correspondientes catálogos y le cuento un poco lo que hay)
- No si yo no quiero ver las pirámides ni nada de eso. Es que el otro día Jesús me dijo que tenía que ir al Nilo, pero del resto de Egipto no me dijo nada
- De acuerdo, pues espere un momento que le voy a buscar mejor otro catálogo que es sólo de cruceros (voy al almacén dudando seriamente si el tal Jesús sería el mismísimo Jesucristo o el vecino de arriba) .
- Pues muchas gracias señorita. A ver si vuelvo a ver a Jesús para qué me diga cual es el viaje que tengo que hacer y me vuelvo a pasar por aquí.
A día de hoy debe seguir esperando que venga Jesús de donde quiera que esté porque han pasado unos cuantos meses y nunca supe más de él.


- Buenos días, quería mirar un viaje para irme con mi novia en agosto.
- ¿Había pensado algún sitio en concreto?
- Pues no, pero que haga calorcico.
- ¿Y qué presupuesto tiene aproximadamente?
- Nada fijo, depende de lo que me ofrezca, yo lo que quiero es que sea una oferta.
- Pues tenemos estas ofertas (como no tengo mucha información saco la pila completa y empiezo por los chollos). Aquí hay una a Tailandia realmente barata porque es un 2x1. (miramos un folleto de Tailandia al menos 40 minutos)
- Puf, si que es barato, pero son demasiadas horas de vuelo. ¿No hay nada más cerca?
- Aquí hay otra del estilo para ir a Riviera Maya (otros 40 minutos de folleto)
- Pues también me gusta, pero es que yo no me meto más de cuatro horas en un avión que me agobio
- (Ya podías haber empezado por ahí, pienso para mis adentros) Pues entonces podemos mirar Túnez o Egipto. Los dos salen muy baratos en esta época, tiene el buen tiempo asegurado, son destinos bonitos y el vuelo es corto (nos estudiamos los folletos de los dos destinos durante lo que me parece una eternidad)
- La verdad es que los hoteles son preciosos y tal, pero es que a mí lo de ir a un sitio donde no me entiendan me da un poco de cosa. ¿No hay nada para un sitio donde hablen español?
Como no podía ser de otra manera el joven se fue con un paquete de cuatro noches en pensión completa en un hotel de tres estrellas nada más y nada menos que en Salou-La pineda.

Madre del amor hermoso, que miedo me da que llegue el mes de junio.

19 mayo 2008

Tilly

Que Tilly era diferente resultaba obvio. Tenía la piel tan pálida y fina que daba la sensación de que incluso las camisas de algodón debían provocarle llagas. Los días de viento esperábamos en la puerta del instituto para verla entrar y comprobar que no había sufrido daño alguno. La mirábamos de lejos porque acercarnos demasiado suponía correr el riesgo de rozarla y dejarle quizás el brazo en carne viva. Sus ojos eran tan enormes y brillantes que daba miedo mirar en ellos. Hacíamos apuestas para ver si alguno era capaz de mantenerle la mirada, pero como ninguno tenía tanto valor, la mayor parte del tiempo simplemente hacíamos conjeturas sobre lo que encontraríamos si no nos flaquearan las fuerzas. Unos decían que te reflejabas en ellos de forma tan nítida que podías verte el alma desnuda, con las vergüenzas al aire. Otros aseguraban que tan inmensas pupilas tenían conexión directa con el mismísimo corazón de Tilly.

Las chicas la odiaban. Unas decían que era demasiado extraña y siniestra, otras que era una empollona que no salía de debajo del flexo de su cuarto, pero nosotros estábamos convencidos de que en el fondo la envidiaban. Ninguna de ellas, por muchos voluntarios que surgieran para manosearlas al salir de clase, despertaba tanto interés como lo hacía Tilly, y eso les resultaba intolerable. Aunque la deseábamos, supongo que, de una extraña forma, nos sacrificábamos para cuidar de ella, para que no le pasara nada. Debe sonar extraño, pero lo cierto es que la deseábamos tanto como la temíamos. No habríamos soportado verla sufrir, pero tampoco queríamos sufrir por ella.

Lo único normal en la vida de Tilly era su trabajo de los viernes por la noche en la cafetería de sus padres. A las seis en punto entraba por la puerta de atrás y permanecía en la cocina hasta las once en punto, hora en la que nuevamente cruzaba la puerta de atrás. Jamás la vimos en la barra o en alguna de las mesas, y aún así seguíamos yendo cada viernes con la esperanza de verla aparecer y con el morbo de cenar los bocadillos que sabíamos que ella nos preparaba. Las chicas aprovechaban aquellos ratos para insinuar que gracias a nosotros la señorita misteriosa acabaría sin dedos o con la cara quemada en un accidente de cocina (siempre me sorprendía lo crueles que podían llegar a ser). Sin embargo las cosas tomaron un giro muy extraño un viernes que en principio debía haber sido como cualquier otro.

Nos habíamos sentado en la mesa redonda del fondo, como siempre. El padre de Tilly, el hombre más anodino que jamás pisó la tierra, servía las mesas y su madre, quien tampoco resultaba demasiado llamativa, atendía la barra. Eran la diez y estábamos a punto de pedir otra ronda de bebidas cuando un ruido sordo salió de la cocina, un estruendo que nos puso los pelos de punta. Los padres de Tilly corrieron a la cocina y nosotros nos limitamos a contener el aliento sin mover ni un solo músculo. No se oyeron gritos, ni tan siquiera voces o susurros. Nada. Entonces alguno de los tipos de la barra gritó algo como ¡Pero qué haces?!. Lo recuerdo todo como si lo hubiera vivido a cámara lenta. Me giré hacia la puerta principal y Tilly estaba allí fuera de pie, mirándonos con unas llaves en la mano. Había cerrado la puerta y había puesto en marcha las persianas metálicas de la cafetería. Estábamos confusos, nadie sabía qué estaba pasando ni si se suponía que teníamos que hacer algo. Y entonces lo vimos.

El humo y, pocos segundo después, las llamas se habían comido las puertas de la cocina mientras todos seguíamos sentados en aquella jaula con cara de bobos. Y el caos comenzó. Busqué a Tilly entre las sillas que volaban contra los ventanales intentando forzar las persianas metálicas, los cristales de los vasos que explotaban por el calor, el humo cada vez más denso y pesado, y los brazos y piernas de los que corrían en círculos pensando que así pondrían distancia entre ellos y las llamas. Busqué a Tilly y al final la encontré. Seguía de pie frente a la puerta principal con los pies juntos, las manos cruzadas en su regazo y llaves entre los dedos. La luz roja de las llamas se reflejada en su vestido blanco de algodón y, no se porqué, me vino a la cabeza la imagen de la pobre Carrie bañada en sangre de cerdo en el baile de final de curso.

Por primera vez me atreví a mirarla a los ojos seguro de lo que encontraría en ellos, pero me equivoqué. Creí que vería odio, que aquello no era sino una forma siniestra de vengarse de nosotros por la jaula en la que la habíamos encerrado sin su permiso durante tantos años, pero no había nada de eso en aquellas enormes pupilas. Y tampoco vi mi alma desnuda, ni su corazón latir, sino que de alguna forma entré en ellos y vi el mundo desde los ojos de Tilly.

Por fin vi claro que la frágil no era ella, sino que todo este tiempo los débiles habíamos sido los demás, una pandilla de pobres cobardes que se habían pasado la vida inventando excusas para camuflar sus miedos y justificar sus cobardías. Para ella éramos como esos pobres animalillos heridos a los que la manada tiene que dejar atrás si quiere sobrevivir. Había lágrimas en sus ojos, aquello le estaba doliendo tanto como a nosotros, pero ella no era débil, era fuerte y por eso no movió ni un músculo mientras veía cómo finalmente era nuestra piel la que desaparecía dejándonos el cuerpo en carne viva.

No aparté los ojos de los suyos ni un segundo. Quería que supiera que lo había entendido, que sabía que aquello no había sido culpa suya, que estaba orgulloso de su fortaleza y que la quería. A pesar del inmenso dolor, aquellos segundos dentro de los ojos de Tilly fueron sin duda los mejores de mi vida.

13 mayo 2008

Dos voces, dos caras, una muerte.

Su físico era tan imponente como hubiera podido desear. Tenía una abundante cabellera negra que brillaba incluso cuando no la embadurnaba con cera, las espesas cejas dejaban sus diminutos ojos escondidos tras una permanente oscuridad, los prominentes pómulos resaltaban la palidez de su piel y su fina boca lucía siempre un gesto torcido, como de asco. Tales rasgos, unidos a su enorme cuerpo una cabeza más alto que la media, eran su mejor cualidad, y él lo sabía. Había algo sin embargo que le impedía hacer su trabajo como debía: su voz. Ésta tenía un tono cálido y suave que le era imposible disimular, y el timbre no era ni mucho menos el trueno que cabría esperar, sino que era fino como el de un eterno adolescente y se hacía casi femenino cuando perdía los nervios. Muy a su pesar cada día salía de casa y llevaba a cabo su labor de forma discreta y silenciosa, sabiendo que el resto del mundo simplemente le ignoraba. Todos miraban hacia otro lado simulando que no existía.

Una noche como otra cualquiera tuvo que salir para recoger una mujer a los pies de la catedral, una pobre desgraciada que se había arrojado al vacío tras las campanadas de media noche. Al llegar encontró a una joven que no tendría más de dieciocho años, increíblemente hermosa a pesar del estado en el que su cuerpo había quedado tras el mortal impacto. Intrigado por los motivos que la habían llevado a tomar tan dramática decisión, se saltó todas las normas que le impedían entablar relación alguna con sus almas.

-
Soy tan hermosa como hubiera podido desear, pero ninguna mujer me quiere como amiga y ningún hombre se casará conmigo. Cada vez que abro la boca todos se escandalizan, se ríen y hacen burlas. Me han acusado incluso de brujería y de estar poseía por el diablo. Ningún hombre querrá a una mujer con una voz más grave que la suya.
- Ven conmigo, sígueme y no tendrás que preocuparte más por tu voz. Si me obedeces podrás incluso, si así lo deseas, vengarte de todos aquellos lo que te hicieron padecer tales sufrimientos - La joven, hipnotizada por la cálida voz de aquel siniestro hombre y sus promesas de venganza, no necesitó ni un segundo para aceptar la propuesta.
- Deberás ser discreta. Nadie debe saber que existes y ninguna de las almas que recojamos deberá saber que somos dos. De ahora en adelante tú y yo somos la misma persona.
- Haré lo que me pidas, seré una voz en la sombra si lo deseas, o un rostro sin voz si es eso lo que quieres.

A partir de aquel momento ambos se convirtieron en la versión más temible de la muerte. Apenas habían pasado unos días cuando empezaron a correr rumores aterradores de una muerte con dos caras de la que era imposible escapar. Unos hablaban de una muerte bella de voz cálida y embriagadora a la que ningún hombre era capaz de resistirse, mientras otros hablaban de una muerte sombría de voz áspera y fría que hacía imposible cualquier intento de huida. La leyenda creció y el temor a aquella ambigua figura con dos caras alcanzó límites que nadie, ni tan siquiera la propia muerte, habría podido predecir. La superchería se convirtió en un negocio de lo más rentable, los sanadores florecían como setas en cada rincón e incluso los paganos rezaban cada noche a cualquier Dios que quisiera escucharles. Mientras, la muerte y su compañera reían en su cubil de la desgracia de aquellos estúpidos que sólo unos meses antes ignoraban sin respeto a la primera y se reían sin piedad de la segunda.

16 abril 2008

Rabia


Sé cual fue el momento exacto en que nació dentro de mí. Recuerdo con gran nitidez como cada día iba notando que crecía, y recuerdo que llegué a pensar que tal vez al final saldría algo bueno de todo esto. Ahora sin embargo me da pavor imaginar qué forma tendrá lo que llevo dentro. Por si acaso cada día soporto sin derramar una sola lágrima que me estruje el estómago, pisotee mis tripas y trepe hasta mi garganta, a ver si así se aburre y para, pero insiste incansable.

Pensé que una vez que te fueras definitivamente dejaría de crecer, pero aún hoy en día se revuelve y engorda cada vez que suena tu nombre. Se me enciende el cuerpo, el vello se me eriza y la ansiedad toma forma humana. Creo que ya no puedo contenerlo y me aterra la idea de que se acabe apoderando de mí por completo sin poder hacer nada por evitarlo.

Pero he estado pensando. Tal vez si antes de llegar a ese extremo le doy un poco de lo que quiere se calme, tal vez así podamos llegar a una especie de tregua. Y se me ha ocurrido que lo mejor es hacerlo por la noche, una de esas sin luna, una en la que no pueda ver lo que mi cuerpo y mis manos hacen. Será esta noche. Me dejaré llevar, que haga conmigo lo que se le antoje, que me use y me tire si quiere, cualquier cosa con tal de poder volver a ser yo mañana por la mañana.
Ilustración - "Can't sleep" Vladstudio

01 abril 2008

La leyenda de la ciudad del viento (Segunda parte)

Sin que se supiera por qué, durante unas semanas la paz pareció volver de nuevo en la ciudad. Un sol inesperado y más caliente de lo habitual se instaló en lo más alto del cielo y permaneció allí impasible. Cada mañana los periódicos anunciaban que no se había denunciado desaparición alguna y que tampoco se había encontrado ningún cadáver. Poco a poco las misteriosas muertes fueron cayendo en el olvido. Con el paso de las semanas la policía dejó de ser acosada por ciudadanos histéricos a cada momento, los periódicos devolvieron la primera página a los temas políticos y los cotilleos de todo tipo, y los avisos de peligro del paseo y las chimeneas empezaron a ser ignorados. La ciudad había retomado a marchas forzadas su ritmo habitual en un intento desesperado por hacer desaparecer aquellas horribles muertes de la memoria colectiva. Y así la primavera dio paso al verano y las calles se llenaron de transeúntes, de ruido y movimiento. Las aceras se plagaron de mesas y sillas abarrotadas de ávidos consumidores de buen tiempo y aire fresco. Los parques se quedaron pequeños para tanto niño y tanto abuelo en columpios y bancos. Y entonces todo cambió.

Fue una tarde de mediados del mes de julio. Se celebraba una festividad patronal por lo que había todo tipo de actividades al aire libre y la mitad de la población de la ciudad estaba en la calle. De pronto el cielo se cubrió y una lluvia torrencial comenzó a caer sin previo aviso. Al mismo tiempo un viento propio de una tormenta tropical comenzó a soplar, pero no como lo hace en cualquier lugar del mundo, sino como solía hacerlo en esta ciudad en los últimos tiempos. Rachas que parecían provenir de todas las direcciones atraparon a los asustados ciudadanos que intentaban ponerse a cubierto dejándolos totalmente inmovilizados.

En ese momento el horror se plasmó en las caras de aquellos que estaban al final del Paseo de la Rivera, justo a la altura del mirador. Entre los crujidos de las ramas de los árboles, la pesada lluvia y el creciente caudal del río llegaba a sus oídos un sonido aterrador. Era como un susurro suave pero que, al mismo tiempo, les impedía oír ni sentir nada más. Era como si el mismo demonio les hablara a cada uno de ellos al oído enumerando uno por uno todos sus pecados, sus secretos y miserias. Tras unos minutos el viento cambió de dirección liberando a sus víctimas, aunque sin dejar de rugir entre el agua y la vegetación. En toda la ciudad hombres y mujeres corrían a refugiares a bares y soportales, pero al final del paseo la situación era muy diferente. Los allí presentes se miraban unos a otros avergonzados y muertos de miedo preguntándose si los demás oían lo que el viento decía de ellos, si aquello era una señal, una alucinación, o si tal vez habían perdido la cabeza. Con aquel susurro metido en la cabeza uno por uno se fueron acercando al borde del mirador y, como almas en pena, se fueron dejando caer sobre el empedrado.

En otros dos puntos muy distantes de la ciudad algo extraño estaba pasando también. En lo alto de la Chimenea Norte y la Chimenea Sur, dos oficiales de mantenimiento habían escuchado sobrecogidos una aberrante voz que subía desde el fondo de la boca de la chimenea como si quisiera devorarlos en cuanto saliera a la superficie. Aterrados y sumidos en la más absoluta desesperación se vieron obligados a poner fin a aquel horror saltando al vacío. En total fallecieron catorce personas en menos de una hora sin que nadie pudiera hallar explicación alguna. La policía acordonó de nuevo las zonas, investigó a fallecidos, familiares y amigos hasta la extenuación. Investigadores y curiosos de todo el mundo llegaron a la ciudad en busca de respuestas, pero nadie encontró jamás ninguna.

Con el paso del tiempo las fábricas acabaron siendo derruídas dejando en pie tan sólo las chimeneas como homenaje a los que allí habían muerto. El paseo se cerró a tránsito durante una temporada y finalmente se reformo por completo para eliminar los diferentes miradores y desniveles que daban al río. Año tras año, con la llegada del otoño, las extrañas rachas de viento y las tormentas siguieron reapareciendo con la misma fuerza e ímpetu que lo hicieron entonces. Año tras año, algunos periodistas curiosos recogían diferentes testimonios de personas que, al pasear por determinadas zonas cercanas al río en tardes de mal tiempo, habían sentido un extraño malestar, una desazón interior que no eran capaces de explicar que les invadía, pero los suicidios no llegaron a repetirse.

De esta forma, con el transcurrir de los años la historia se convirtió en poco más que una de esas leyendas urbanas que circulan de boca en boca, los ciudadanos se acostumbraron a caminar encogidos y cabizbajos para sortear la rachas feroces de viento, y la vida continuó como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, aún hoy es posible ver al entrar y salir de la ciudad sendas chimeneas de ladrillo en mitad de los modernos edificios de apartamentos.

28 marzo 2008

La leyenda de la ciudad del viento (Primera parte)

Hacia días que algo raro flotaba en el ambiente. El viento soplaba más de lo normal, y no en una dirección concreta, sino en todas al mismo tiempo. Los peatones se detenían, no por voluntad propia, sino porque quedaban atrapados en mitad de una de aquellas ráfagas de viento que los rodeaban impidiéndoles avanzar en ninguna dirección. Los hermosos arboles del paseo de pronto recogían sus ramas entre crujidos y desgarros como si fueran simples paraguas de finas varillas cerrándose. Las tormentas aparecían de forma inesperada en mitad de una soleada tarde descargando agua, rayos y truenos por igual. Las calles se inundaban en cuestión de minutos, los comercios no daban abasto limpiando y reponiendo escaparates arrasados y en el río se podían apreciar subidas y bajadas de caudal tan rápidas como las mareas de los océanos.

Y entonces apareció la noticia en primera plana: "Un cadáver diario durante los últimos diez días". En un breve articulo se explicaba que, durante diez días consecutivos, las fuerzas de seguridad habían recogido un cadáver en la orilla del río, en el empedrado que había justo a los pies del mirador del Paseo de la Rivera. Todos eran ciudadanos normales, con vidas normales, que a menudo paseaban por el lugar. La policía se decantaba por el suicidio puesto que no había indicios de lucha o de la presencia de otras personas aparte de los fallecidos, pero aun así confirmaron que esa noche habría presencia policial en la zona para evitar nuevas muertes. Al caer la tarde el lugar estaba abarrotado de curiosos. La policía tuvo que acordonar la zona para evitar accidentes, ya que el viento volvía a ser intenso y las ramas de algunos árboles amenazaban con desprenderse. La multitud señalaba con el dedo el lugar donde habían aparecido uno tras otros los cuerpos, se movían de un lado para otro ansiosos de detalles morbosos y lanzaban todo tipo de hipótesis que incluían la mala suerte, los asesinatos en serie y las sectas demoniacas. Pero la inquietud apenas si duró un par de horas. El cansancio, la oscuridad y, sobretodo la falta de carnaza, hicieron que la patrulla de policía pronto se quedara sola refugiada bajo una frágil carpa azul marino. Pero nada sucedió.

Cada cual volvió a su vida cotidiana con mas o menos ganas envueltos en una calma tensa. Sin embargo otro extraño titular apareció unos días mas tarde: "Nuevos suicidios misteriosos en los últimos días" Esta vez los cuerpos habían aparecido a los pies de dos chimeneas de dos fábricas, una en el norte de la ciudad y otra al sur. En este caso el tipo de fallecidos incluía algunas variantes con respecto a los diez anteriores. Siete de ellos eran trabajadores de las fábricas que acostumbraban a subir a las chimeneas para fumar un cigarrillo a escondidas en sus respectivos descansos laborales. Los otros cuatro eran dos parejas de policías que habían acudido al lugar para investigar como hicieran días atrás sus compañeros en el Paseo.
Nadie encontraba explicación a estas nuevas muertes. Todos aseguraban que, tanto los trabajadores como los policías, eran personas completamente normales sin mayores problemas. Además ahora estaba la dificultad añadida de explicar el suicidio, no de una persona aislada en un punto en concreto, sino el de los policías que habían saltado estando juntos allí arriba, y el hecho de que hubiera sucedido en dos lugares tan distantes prácticamente al mismo tiempo.

- Lo único que sabemos es que no hay terceras personas implicadas en las muertes. Todas parecen ser accidentales o voluntarias, pero en ningún caso se puede hablar de asesinatos. Los fallecidos de la Rivera no guardaban ninguna relación entre ellos, simplemente acostumbraban a pasar por la zona, y de hecho lo hacían por diferentes motivos y a diferentes horas. En cuanto a los fallecidos en la Chimenea Norte y la Sur, ni tan siquiera se conocían entre sí. Cada uno de los trabajadores tenía diferentes funciones y no compartían horarios, y los agentes pisaban aquellos edificios por primera vez. De momento hemos cerrado el paseo y las chimeneas como medida de precaución. Tan pronto como tengamos novedades las haremos publicas.

Lejos de calmar los ánimos, estas declaraciones provocaron el caos general en la población. Nadie se sentía seguro ya estuviera en plena calle o a cubierto, solo o acompañado. Todos llamaban cada noche a sus seres queridos para asegurarse de estaban bien, temerosos de que la policía estuviera ocultando nuevos cadáveres en algún punto de la ciudad. La gente seguía inventando asesinos en serie con poderes mágicos que les permitían ser invisibles o sectas secretas que lavan el cerebro de cualquiera con palabras embriagadoras cargadas de veneno. El caos parecía invadirlo todo.

19 marzo 2008

Baile para dos


Cada sábado a las diez ponía su silla a pie de pista y disfrutaba viéndola bailar. Aunque había muchas otras mujeres ella destacaba siempre. Era, con diferencia, la más hermosa. Sabía que, como él, los demás hombres la miraban y se imaginaban sujetándola por la cintura, oliendo su cabello y susurrándole piropos al oído. También sabía que, aunque tampoco lo reconocerían, le miraban por encima del hombro. Sabían que estaba enamorado de ella hasta los huesos aunque él no era hermoso, ni destacaba entre los demás, ni nada de nada. Ese pensamiento le atormentaba hasta que llegaba la media noche del sábado. Entonces ella se le acercaba, le cogía la mano y con ternura le besaba los labios. "¿Cómo lo he hecho hoy cariño? ¿Verdad que bailo mejor que esas otras viejas arrugadas? Que no me entere yo que miras a otra ¿eh?." Sonreía, le besaba de nuevo y empujaba su silla hasta el ascensor para subir al dormitorio. En ese momento se sabía la envidia de toda la residencia.

04 marzo 2008

Tres años, tres.

Tres años, tres, y el hombre sigue sin enterarse de nada. Tres años, tres, mandándome flores y bombones cada sábado. Al principio me pareció tan romántico que no le dije nada en una buena temporada. Después, de forma sutil, le decía con el inhalador de la mano que a lo mejor no era buena idea tanta flor para arriba y tanta flor para abajo. Y por supuesto no olvidé mencionarle, tan discretamente como me fue posible para no herir sus sentimientos, que cuando como chocolate vomito sin medida durante horas. Pero nada, al siguiente sábado más de lo mismo. La semana pasada ya le dije directamente y sin rodeos: "no me mandes nada más a mi casa, por dios te lo pido, que si no te juro que no me vuelves a ver el pelo". Y ya ves, me miró con esos ojos de cordero degollado y con media sonrisilla me dio un beso en la mejilla de esos de "hay que ver que guapa te pones cuando te enfadas".

Tres años, tres, con flores y bombones saliéndome por las orejas y este sábado no podía ser menos. En cuanto vi al mensajero medió tal ataque de nervios que metí la cabeza literalmente dentro de cada una de las dichosas flores. Hasta creo recordar que prácticamente esnifé incluso el relleno ese de hojas verdes que le ponen a los ramos para que parezcan más imponentes. En cuanto tuve los ojos bien hinchaditos y rojos y respirar era ya un tanto difícil me tiré a por los bombones. Me los comí todos sin hacer distinciones entre los de chocolate negro, blanco, rellenos, con frutas, con almendras o con alcohol. Cuando pensé que me iba a dar algún tipo de colapso general de forma inmediata le llamé por teléfono, le di las gracias y le dije que, ya que estaba, hiciera el favor de llamar a una ambulancia.

Pensé que por fin me había librado, porque digo yo que un cuadro hospitalario como el mío le aclararía las cosas hasta a alguien con la misma perspicacia que un caracol de campo. Pero se ve que la que no se entera de nada debo ser yo, porque ahí lo tengo desde que me ingresaron, como si nada, amodorrado en el sillón junto a la mesilla en la que me esperan una enorme maceta y una caja de bombones con su tarjeta y todo: "No te preocupes cariño, que a partir de ahora estaré siempre a tu lado vigilando para que te comas los bombones con más cuidado, que parece mentira que después de tres años, tres, aún te emociones tanto cuando te llegan cada sábado. Ah!, Siento mucho que hoy no haya rosas, pero el médico me ha dicho que es posible que tengas alergia al polen, pero seguro que esta maceta te ayuda a superar el disgusto"

El caso es que ahora que no voy a tener más rosas que tirar a la basura gritando improperios creo que las mañanas de sábado nunca serán lo que eran.

27 febrero 2008

Mascando chicle no se piensa bien

Estaba harto de todo. Harto del trabajo, los compañeros, su ex mujer, el coche, la ciudad,... todo. Entonces tomó la decisión: Lo dejaría todo esa misma tarde y se largaría bien lejos. A un viaje, uno de esos de dos meses de los que, con un poco de suerte, ni siquiera tienes que volver.

A falta de chinchetas se sacó el chiche de la boca y lo lanzó contra el mapa de la pared del enfrente. Iría donde el chicle se pegara. Abrió los ojos nervioso y, para su decepción, resultó que el chicle se había pegado en la pared, justo encima del Polo Norte, pero sin rozarlo. El tiro no era válido. Sopló un poco el chicle para quitarle la porquería, lo mascó un par de veces para darle consistencia y volvió a lanzarlo. Esta vez se había pegado en mitad del Pacífico lejos de toda isla o, en su defecto, cacho de tierra al que poder llegar. Molesto volvió a coger el chicle, ya algo insípido, y lo lanzó concentrándose tanto como pudo. Al menos cinco veces más despegó el chicle de la pared, el Pacífico, el Atlántico y, mas que nada, del suelo, sobre todo en los últimos tiros, en los que el chicle ya había tomado una consistencia más gomosa que pegajosa, por lo que no había manera de que se fijara en el mapa.

Frustrado, cabreado y con el alma por los pies se tragó el dichoso chicle, tiró de la cadena, se subió los pantalones y volvió a su mesa de trabajo al frente de la agencia de viajes de su ex suegro pero todavía jefe.

23 febrero 2008

Érase una vez...

En un lejano y extraño país, en la alcoba más alta de la más alta torre, una hermosa joven dejaba reposar su cabeza sobre el pecho de su amante. Todo era tan perfecto que resultaba difícil de creer. Al fin estaban juntos. Después de tanto tiempo, de tantas luchas, tantas guerras, por fin descansaban acostados juntos bajo una gruesa manta, apartados del resto del mundo y sus ordinarias rutinas. Sólo estaban ellos dos y no hacía falta nada más.

Todo era tal y como ella lo había soñado a solas mil y una veces, todo incluso el intenso palpitar del pecho de su amante bajo su cabeza, aquel constante pumpum que no la dejaba dormir. "Ojalá se detuviera" pensó "Ojalá se detuviera y pudiéramos estar así para siempre". Como si de un deseo formulado ante una lámpara mágica se tratara, en el mismo instante en que ese pensamiento cruzó por su cabeza, el silencio se hizo total y la joven se sumergió el sueño más dulce y profundo de su vida.

Con la luz del amanecer sobre sus ojos, la joven se incorporó y besó con cuidado los ojos cerrados de su amante. Le besó las mejillas y los labios, pero él siguió sin despertar. Sin cambiar el gesto de su rostro, sin borrar la sonrisa de sus labios, la hermosa joven volvió a recostarse sobre el pecho de él diciéndose a sí misma "
Ves amor, ya no importa qué pueda suceder fuera de esta torre porque ahora podremos seguir así, juntos, para siempre
"

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.