28 octubre 2008

Cuatro días devorando

Estos días tendría que haber publicadio algo nuevo, pero no he tenido tiempo porque dos libros me han tenido totalmente absorbida. Como no soy buena haciendo sinopsis simplemente copio lo que dicen las sinopsis oficiales.


El curioso incidente del perro a medianoche (Mark Haddon) es una novela que no se parece a ninguna otra. Su protagonista, Christopher Boone, es uno de los más originales que han surgido en el panorama de la narrativa internacional en los últimos años, y está destinado a convertirse en un héroe literario universal de la talla de Oliver Twist y Holden Caulfield. A sus quince años, Christopher conoce las capitales de todos los países del mundo, puede explicar la teoría de la relatividad y recitar los números primos hasta el 7.507, pero le cuesta relacionarse con otros seres humanos. Le gustan las listas, los esquemas y la verdad, pero odia el amarillo, el marrón y el contacto físico. Si bien nunca ha ido solo más allá de la tienda de la esquina, la noche que el perro de una vecina aparece atravesado por un horcón, Christopher decide iniciar la búsqueda del culpable. Emulando a su admirado Sherlock Holmes —el modelo de detective obsesionado con el análisis de los hechos—, sus pesquisas lo llevarán a cuestionar el sentido común de los adultos que lo rodean y a desvelar algunos secretos familiares que pondrán patas arriba su ordenado y seguro mundo.


David, el protagonista de La Biblia de neón (Johnk Kennedy Toole), es un adolescente que vive en una población miserable del profundo Sur. Una Biblia de neón ilumina el cielo por las noches, y durante el día el fanatismo religioso y la malevolencia hacen estragos en la vida de los ciudadanos. El padre de David pierde su trabajo, no puede seguir pagando su contribución a la Iglesia, y esto marca el inicio de una decadencia que les convertirá en parias dentro de la pequeña comunidad.

22 octubre 2008

La cosecha

Faustino y Eulalia llevaban años intentando hacer crecer algo en el pequeño huerto de detrás de casa, pero jamás habían logrado que creciera ni tan siquiera una mala hierba. El suelo estaba tan seco que parecía más arena de desierto que tierra de labranza, y el Sol calentaba con tan poca piedad que hasta las moscas caían desmayadas tras dos minutos de vuelo. Faustino llevaba su pena en silencio, y su mujer intentaba hacer lo propio, hasta que una noche no pudo soportarlo más y rompió a llorar. Tres días pasaron sin que el pobre Eustaquio pudiera apartar a Eulalia del huerto. Tres días en los que las lágrimas lo inundaron todo de tal forma que transformó el terreno en un auténtico barrizal de arenas movedizas. En cuanto Eulalia se hubo dormido agotada por el llanto Faustino tuvo una brillante idea. Con una sombra maliciosa en los ojos cogió las laves del camión y salió de casa tan sigiloso como pudo.

Debían ser al menos las siete de la tarde cuando a Eulalia la despertaron unas voces extrañas que parecían venir de la parte de atrás de la casa. Al salir al patio se le abrió tato la boca que a punto estuvo de perder la dentadura. No habría podido decir si lo que había ante sus ojos la aterraba o la hacía sentirse en la mujer más feliz del mundo. En su amado huerto, colocaditas en cuatro hileras y perfectamente alineadas, doce cabezas con gesto de asombro asomaban por encima de la tierra.

"Cariño, ¿pero qué has hecho?"
"Ya sé que no son como las lechugas que tanta ilusión te hacían, ni como esas tomateras del Pascual, pero aguantarán bien el clima si las cuidamos, la sequedad de la tierra no les afectará y no tendremos que volver a sembrarlas cada año"
"Pero esta gente debe tener familia, un sitio donde ir,… "
"Confía en mí Eulalia. Estaban solos en el mundo y ahora nos tendrán a nosotros. Cuidaremos de ellos y ya verás como cuando nos conozcan dejan de lamentarse
"

Dicho y hecho. A partir de aquel día Faustino y Eulalia se levantaron con el alba para poner a la sombra su huerto de cabezas y darles de beber. A media maña les limpiaban el sudor con mimo y las regaban con agua bien fresquita para que el calor no las marchitara. A medio día les servían un menú variado de hierro y vitaminas para que no enfermaran y se mantuvieran sanas y robustas. Al caer la tarde retiraban el sombrajo que habían colocado al amanecer para que los rayos indirectos del sol les dieran un aspecto más saludable y volvían a limpiarles el sudor si era necesario. Una vez que el sol caía llegaba el segundo turno de comer y, si refrescaba, las tapaban con unos gorros caseros que la propia Eulalia había confeccionado. Tal era el cuidado que dedicaban a su huerto que una vez al mes Eulalia recortaba con mimo los cabellos de sus cabezas como el que poda las flores más exquisitas de su jardín mientras Faustino limpiaba de insectos la tierra con la única ayuda de sus manos.

Yo que no sólo conozco esta historia, sino que las conozco todas, puedo decir que jamás hubo una pareja que cuidara con tanto celo y cariño su huerto, de igual forma que jamás hubo un grupo de personas enterradas vivas hasta la cabeza más feliz con los cuidados que les daban. Tanto fue así, que cuando encontraron a Faustino y Eulalia tendidos en la cama ambos tenían una sonrisa de oreja a oreja que permaneció en su sitio incluso después de que les llamaran locos y psicópatas en todas las televisiones del mundo. Y no sólo eso, sino que, ante el estupor general, cuando intentaron sacar las cabezas de sus agujeros todas se negaron en redondo y prefirieron marchitarse en aquel lugar donde tanto les habían mimado antes que ser salvadas y arrojadas de vuelta a un mundo en el que nunca se habían sentido especiales para nadie.