19 diciembre 2007

Frío

El agua empezaba a cubrirle los ojos y le hacía ser consciente de que no aguantaría mucho más tiempo a flote. Ya no sentía las piernas y los brazos empezaban a borrarse también de su cuerpo por más que se esforzara en moverlos.

Debía llevar unos tres minutos intentando salir de aquel agujero, pero en cuanto se agarraba al hielo, éste se resquebrajaba entre sus brazos. En esos tres minutos había tenido tiempo de ponerse histérica, de serenarse y pedir auxilio, de frustarse al menos cuatro veces intentando trepar por el hielo, de volver a ponerse histérica, de removerse con tantas ansias que parecía que creía que podría salir corriendo de aquellas aguas si se movía lo suficientemente rápido y, finalmente, de empezar a hundirse muy poco a poco mientras su cuerpo iba quedando reducido a una diminuta y dolorida cabeza.

Los demás debían seguir en la cabaña, riendo y bebiendo frente a una potente hoguera, y mientras ahí estaba ella. Por un instante sonrió de forma involuntaria al pensar la cara que pondrían al encontrarla a la mañana siguiente convertida en un cubito de hielo, como en los dibujos animados. Tal vez lo mejor sería intentar flotar lo suficiente como para sufrir una hipotermia que la dejara como a la Bella Durmiente antes de ahogarse y, de esta forma, con un poco de calor y un beso en la frente podrían reanimarla. Esa idea le pareció al mismo tiempo tan genial como estúpida. ¿De verdad iba a acabar congelada como Walt Disney y luego la iban a despertar como a uno de sus personajes?

Apenas podía sacar la nariz fuera del agua para respirar. Las piernas y los brazos inertes estaban completamente dormidos y rígidos. Tan sólo sentía un peso muerto que tiraba de ella hacia abajo. El dolor punzante que sintió tras la caída había desaparecido por completo con el resto de su cuerpo. Apenas podía pensar, era como si sus neuronas también empezaran a congelarse, pero volvió a sonreír de nuevo antes de sumergirse del todo.

Estaba claro que salir de aquella forma de la cabaña en plan misterioso para que él la siguiera y pudieran estar a solas no había funcionado tan bien como su amiga le había asegurado.

05 diciembre 2007

Separación amistosa

Después de más de un año de convivencia los trastos empezaban a amontonarse por todos los rincones, por lo que hemos decidido poner un poco de orden. Tras mucho pensarlo la mejor solución que se nos ha ocurrido ha sido separarnos de forma amistosa.

A partir de ahora las letras ocuparán el primer piso de la casa, mientras que la música se traslada al estudio de grabación que hemos montado en el sótano.

Como podeis ver, ya hemos ordenado las estanterías y cada cosa está ya donde le corresponde (salvo algunas canciones que Orris me ha prestado para que pueda escucharlas mientras escribo).

Estais invitados a seguir visitándonos siempre que querais.
Un saludo,

Orris y Suel.

01 diciembre 2007

Black


I see a red door and I want it painted black
No colors anymore I want them to turn black
I see the girls walk by dressed in their summer clothes
I have to turn my head until my darkness goes

I see a line of cars and theyre all painted black
With flowers and my love both never to come back
I see people turn their heads and quickly look away
Like a new born baby it just happens evry day

I look inside myself and see my heart is black
I see my red door and it has been painted black
Maybe then Ill fade away and not have to face the facts
Its not easy facin up when your whole world is black

No more will my green sea go turn a deeper blue
I could not foresee this thing happening to you
If I look hard enough into the settin sun
My love will laugh with me before the mornin comes

I see a red door and I want it painted black
No colors anymore I want them to turn black
I see the girls walk by dressed in their summer clothes
I have to turn my head until my darkness goes

I wanna see it painted, painted black
Black as night, black as coal
I wanna see the sun blotted out from the sky
I wanna see it painted, painted, painted, painted black


(Painted black, The Rolling Stones)

02 noviembre 2007

Final en tres actos

Acto I.
Es de noche. La lamparilla de una mesilla está encendida. En la escena interviene una pareja, un hombre y una mujer. Uno de ellos está en la cama, el otro está sacando ropa de los cajones muy despacio.


- ¿Qué haces? Son las tres de la mañana.
- Me voy. Si seguimos acabaremos mal, muy mal.
- Pero,... ¿Qué dices? No puedes irte, no puedes dejarme. Venga ya, sólo ha sido una pelea, no saques las cosas de quicio, por favor.
- ¿Y si vuelve a pasar? Venga, los dos sabemos que las cosas no van bien. Mejor dejarlo así que esperar a odiarnos ¿no?
- Yo preferiría eso.
- ¿El qué?
- Si te vas, prefiero que lo hagas cuando nos odiemos y no ahora. Al menos así no lo pasaremos mal.


Acto II.
Es de noche. La lamparilla de una mesilla está encendida. Interviene la misma pareja. Uno de ellos está en la cama, el otro está nuevamente sacando ropa de los cajones muy despacio.

- ¿Qué haces?
- Tenía que haberme ido la primera vez. Esto es absurdo. No podemos seguir juntos.
- ¿Pero por qué haces esto? Todo el mundo discute, todo el mundo tiene días buenos y malos, y nosotros igual. No puedes levantarte a oscuras cada vez que discutimos para hacer la maleta y salir huyendo. Tan sólo hay que arreglarlo.
- ¿Crees que podemos arreglarlo? Yo no lo tengo tan claro. Nos estamos haciendo demasiado daño.
- Si te vas, entonces sí que me harás daño de verdad. Deja eso, anda.


Acto III.
Seguimos en la misma habitación, con la misma lamparilla y la misma pareja. Uno de ellos está en la cama, el otro está cerrando una maleta.

- Hoy sí que me voy. Me da lo mismo lo que me digas. Esto se nos está yendo de las manos.
- Por favor no, no te vayas. No puedes irte. Dijimos que esperaríamos hasta que nos odiáramos para que ninguno de los dos sufriera, y yo no te odio, no podría.
- Suéltame. Esta vez no me vas a convencer.
- Te vas con alguien, ¿es eso? No te vayas, te quiero.
- Lo se, pero yo ya te odio. No siempre, pero a veces te odio tanto que te arrancaría la cabeza.
- Pero ¿qué estas diciendo?
- La primera vez fue una bofetada, la segunda un puñetazo. Hoy te he dejado los ojos morados. ¿Es que no te has visto? ¿No me has visto?

Así termina el guión de la obra. A pesar de que tenemos muchos detalles, sentimos deciros que la obra no podrá llevarse a escena. Acabamos de darnos cuenta de que sabemos como es la habitación, conocemos parte del mobiliario, la hora, pero, por algún motivo, el escritor olvido indicar a quien corresponde cada frase y nosotros no logramos llegar a un acuerdo de qué reparto sería el mejor. Gracias de todos modos por venir a la prueba.

21 octubre 2007

New York, New York



Saludos desde la capital del mundo. Esperamos empaparnos bien de todo lo que veamos, oigamos, olamos, sintamos, toquemos, comamos,... para poner al dia el blog como es debido despues del abandono de los ultimos meses.

See ya.

20 julio 2007

En las nubes

Era una tarde de verano de lo más agradable. El radiante Sol y una leve brisa hacían que fuera el día perfecto para sentarse en una terraza a tomar algo fresco y ver pasear al personal. Yo estaba en mitad de una enorme avenida buscado un sitio libre donde sentarme cuando, de forma repentina, todo empezó a cambiar. La brisa se transformó en un fuerte viento y unas diminutas nubes comenzaron a cubrir el cielo. En cuestión de minutos las mesas y las sillas de las terrazas estaban libres, las servilletas de papel volaban por toda la avenida y las nubes cada vez eran más densas y oscuras.

Yo observaba toda la escena inmóvil mientras notaba cómo la indignación iba subiendo desde la punta de mis pies hasta la cabeza como si me estuvieran llenando de agua hirviendo. Por increíble que parezca esa era la quinta vez que me pasaba lo mismo a pesar de estar en pleno mes de Julio. Había que hacer algo rápidamente, así que, sin pensarmelo dos veces, me dirigí al edificio más alto de la ciudad. Subí las escaleras sin parar a coger aire ni una sola vez y salí a la terraza del ático. Las vistas eran espectaculares. A mis pies estaba la ciudad entera mientras que sobre mi cabeza tenía aquellas desagradables nubes. La lucha iba a ser más dura de lo que en un principio había pensado, pero no iba a rendirme antes de haberlo intentado. Saqué de mi bolso unas enormes tijeras, estiré los brazos y agarré tan fuerte como pude la nube que tenía encima de mí en ese momento. Tuve surte porque era una nube de esas blanquitas, suaves y de aspecto algodonoso, perfecta para comenzar mi labor.

Al principio me sorprendió la textura de la nube. Esperaba algo similar al algodón o a una de esas esponjas tan suaves de los bebés, sin embargo me encontré con una nube formada de larguísimos mechones de pelo. Era una sensación rara pero agradable al mismo tiempo, ya que se trataba de un pelo tremendamente rizado y sedoso al mismo tiempo. Tan sólo tenía que tirar suavemente de cualquier mechón y éste se desenroscaba del resto, con lo que cortarlos era muy sencillo. Sin apenas darme cuenta en pocos minutos ya había recortado algo más que las puntas a unas cuantas nubes. Algunas eran blancas, otra grisáceas, como si estuvieran empezando a salirles las primeras canas, y otras negras como el carbón. De esta forma, poco a poco, fui logrando abrir algunos huecos entre las nubes por los que el Sol podía abrirse paso hasta el suelo. Sin querer me había convertido en una especie de Eduardo Manostijeras dando formas a aquellas nubes peludas.


Orgullosa iba mirando como se alejaban de mí nubes perfectamente recortadas y peinadas, a lo afro la mayoría de ellas (era sin duda el estilo que mejor les iba), para ver después como llegaba la siguiente, aún sin una forma determinada, pidiéndome en silencio que la dejara tan guapa como a las demás. Al fin, tras una intensa y gratificante labor, el Sol pudo calentar como es de esperar en un mes de Julio las calles. Las terrazas volvieron a llenarse y las estilosas nubes se fueron alejando a toda prisa, probablemente para presumir de sus peinados por otras tierras.

Desde ese día siempre llevo mis enormes tijeras en el bolso y espero con ansia que vuelvan aquellas mismas nubes a que les retoque sus peinados.

11 julio 2007

Qué será, será...

Antes

- Mamá, yo de mayor quiero ser peluquera
- Muy bien hija, pero primero irás a la Universidad, harás una carrera y después podrás ser lo que tú quieras.
- Pero mamá, es que a mí no me gusta estudiar, yo lo que quiero es ser peluquera.
- Ya lo sé hija mía, pero tu padre y yo hemos trabajado mucho para que tu puedas ir a la Universidad, tener un título y así encontrar un buen trabajo con un buen sueldo. Pero si después de terminar tu carrera todavía quieres ser peluquera, tu padre y yo te apoyaremos y te ayudaremos.




Ahora

- Mamá, yo de mayor quiero ser abogada
- Muy bien hija, pero primero te mudarás a Madrid o a Barcelona, te ligarás a un futbolista y después podrás ser lo que tú quieras.
- Pero mamá, es que a mí no me gustan los futbolistas, yo lo que quiero es ir a la Universidad y ser abogada.
- Ya lo sé hija mía, pero tu padre y yo hemos trabajado mucho para que tu puedas mudarte y estar dos años de discotecas en busca de un futbolista. Si todo sale bien la cosa terminará en boda y tendrás montones de dinero, y si la cosa sale mal podrás ir a contarlo a los programas de televisión y ganar montones de dinero. Pero si después de eso todavía quieres ser abogada y trabajar, tu padre y yo te apoyaremos y te ayudaremos.

29 junio 2007

Esperando algo (Parte II)

Todavía faltaba una semana para el verano y el calor ya empezaba a apretar. La obra de las estufas por fin había terminado, pero aún quedaba mucho por limpiar. Además Lola había decidido dar una mano de pintura al salón, así que el trabajo se amontonaba aunque una de las habitaciones seguía aún vacía. Entonces llegó un paquete.

- Lola acaban de traerte esto. Yo me voy a trabajar y luego tengo una audición, así que no vendré a comer. Hasta luego.
- Gracias. Hasta luego.

Era el libro de Ernesto. Al abrirlo vio un pequeño post it amarillo en la segunda hoja "Espero que te guste y entiendas porqué no te lo dejé leer antes. Un beso" Lola se sentó en la silla del comedor donde Ernesto solía escribir durante la sobremesa y empezó a leer.

Toda la historia giraba en torno a Claudia, una hermosa viuda que vivía por y para sus dos hijos varones en un pequeño pueblo costero del norte. Tras una vida de duro trabajo y sacrificios llegó un día en que sus hijos comenzaron a trabajar en un barco pesquero que pasaba largas temporadas en la mar, por lo que de pronto se vio sola y sin saber que hacer. Al principio pasaba el tiempo ocupada con los quehaceres del hogar, pero pronto se aburrió de trabajar para nadie. Entonces se entretuvo leyendo todos los libros que tenía en casa. Disfrutó y envidió las aventuras que en ellos encontró. Cuando se le acabaron los libros se decidió a salir a la calle y buscar más historias entre sus paisanos. Se sentaba en un banco del paseo marítimo y observaba a los que por allí paseaban. Escuchaba las palabras que le llegaban cuando pasaban a su lado y después ella inventaba el resto de la historia. Se quedaba allí horas imaginando mil historias y sin hablar con nadie.


Tan ensimismada estaba que no se fijó en que cada tarde se sentaba frente a su banco un joven pintor que no dejaba de mirarla entre pincelada y pincelada. Durante tres meses estuvieron coincidiendo en aquel paseo hasta que, por fin, una tarde ella se fijó en él. Seguro que no eran más que imaginaciones suyas, pero aquel apuesto joven no dejaba de mirarla, incluso creyó ver que en una ocasión le sonreía y se ruborizó como una quinceañera. Al día siguiente se puso un vestido de flores que dejaba sus hombros desnudos, se peinó con mucho cuidado y volvió a su banco del parque. Al cabo de un rato el joven pintor volvió a instalarse frente a su banco, sus miradas volvieron a cruzarse en un par de ocasiones y Claudia volvió a sonrojarse. Esa noche llegaron sus hijos a casa. Estarían allí unas semanas antes de volver a zarpar. Claudia se olvidó por completo de sus paseos, su banco, su pintor, su vida, y se dedicó a cuidar a sus hijos. Pero llegó de nuevo el día en que tuvieron que partir, ella se quedó de nuevo sola y entonces lo recordó. Se arregló y salió de casa corriendo. Era algo tarde, pero tal vez aún estuviera allí... Cuando llegó al banco vio que no había nadie en el paseo. Al día siguiente esperó pacientemente, pero el pintor tampoco apareció.

Dos años después, al salir de la iglesia con sus hijos, sintió que el corazón le daba un vuelco. Habían instalado una exposición de pintura en el paseo marítimo y al instante supo que eran los cuadros de que aquel joven pintor. Aunque los cuadros no se parecían entre sí, en todos ellos se podía ver una mujer hermosísima sentada en un banco con la mirada perdida y una sonrisa en los labios.

Lola había leído la novela sin moverse de la silla. Envidiaba Claudia porque ella nunca podría ser una musa como ella, y envidiaba a Ernesto por ser capaz de imaginar historias como aquella. Cerró el libro con fuerza dispuesta a volver al trabajo antes de que su cabeza empezara a funcionar, pero el post it se le cayó al suelo. Lo recogió con cuidado, abrió el libro para pegarlo exactamente donde estaba y entonces vió algo que no había visto antes. Debajo de donde estaba pegada aquella nota había unas líneas:

" Para Lola, la hermosa mujer que sin saberlo inspiró cada una de estas líneas".

25 junio 2007

Esperando algo (Parte I)

Lola vivía en una casa llena de humedades en un barrio periférico de una gran ciudad. Era joven, pero sus ojos y, sobretodo, sus manos, estaban más ajados y secos de lo que cabría esperar de alguien de su edad. Desde muy pequeña no había parado de trabajar. Al principio ayudó a sus padres en el campo. Años después, en cuanto se mudaron a la ciudad, comenzó a trabajar los fines de semana como cajera en un supermercado. Desde que sus padres murieron trabajaba desde casa como costurera para unos grandes almacenes.

Aunque podía dar esa impresión, Lola no era una mujer triste, pero tampoco era feliz. La monotonía la aterraba, le obsesionaba pensar que siempre había tenido una vida anodina y que cuando muriera nadie la echaría de menos. Su problema tampoco fue nunca la falta de dinero, sino que simplemente le sobraba tiempo. Por eso hacía unos años que había alquilado dos de las habitaciones de su vieja casa, que hacía así las veces de hostal. Cuando no cosía hacía camas, preparaba la comida, iba a la compra, enceraba los suelos,... cualquier cosa que la mantuviera ocupada las 24 horas del día y le impidiera pensar en sí misma.

Ella dormía y trabajaba en la planta baja, mientras que sus huéspedes se alojaban en la planta superior. Por la habitación del fondo del pasillo habían pasado ya muchos personajes distintos, sin embargo hacía casi dos años que en la habitación junto al baño vivía Ernesto, un escritor que esperaba pacientemente que le llegara su oportunidad. Estaba siendo un invierno bastante más frío de lo habitual, por lo que las sobremesas de la noche se alargaban hasta bien tarde. Era evidente que nadie quería salir del templado comedor sabiendo que le esperaba un cuarto frío con unas sábanas gélidas.
- Menos mal que cambié las ventanas. De todas formas el año que viene pondré estufas nuevas en todas las habitaciones, hasta en el pasillo.
- Yo si tengo suerte me iré en dos meses a Cádiz y me olvidaré de este frío y esta humedad. Me cansa tanta lluvia y tanto abrigo.

Ernesto no dejaba de hacer garabatos en un cuaderno mientras Lola y Javier hablaban sujetando fuertemente la taza de café caliente. Javier trabajaba como vendedor ambulante de perfumes para una "empresa líder en el sector". Tenía un buen sueldo, incluso le pagaban lo suficiente como para permitirse un buen hotel en el centro, pero ahorraba todo cuanto podía para poder empezar su carrera como empresario autónomo.
- Voy a abrir un negocio que me va a retirar antes de cumplir los 50. Ya lo tengo todo pensado, tengo hasta la nave ya elegida y los presupuestos para la reforma. Si en estos dos meses las ventas funcionan bien tendré lo suficiente para arrancar antes del verano.
- Que envidia me das. A mí me encantaría hacer algo así, pero no me atrevería, no valgo para esas cosas. No sabría ni por donde empezar.

Ese era el mayor problema de Lola. Al comienzo pensó que tener gente en casa sería una buena idea. Tendría con quien hablar y además le permitiría arreglar poco a poco la casa de sus padres, pero cada vez se le hacía más difícil. La gente llegaba y unas semanas después volvía a irse para seguir con sus vidas. Vidas interesantes, llenas de anécdotas, viajes, triunfos y fracasos. Pero al menos tenía a Ernesto, que parecía tan anclado a aquella casa como ella misma.

Con la llegada de la primavera en el dormitorio de Javier se instaló Ana, una excéntrica joven de unos veinte años que quería triunfar en el mundo del espectáculo y que de momento trabajaba en un parque de atracciones con un ridículo disfraz de mejicana.
- Ayer me llamaron de esa editorial de la que te hablé. Están muy interesados en publicar la novela. Mañana mismo tengo que ir a hablar con ellos.
-
Te lo dije Ernesto. Ya sabía que te llamarían tarde o temprano. Tienes mucho talento ¿sabes?
- Gracias, pero teniendo en cuenta que nunca has leído ni una línea de lo que escribo no sé si tomarte muy enserio.
- Durante dos años Lola había intentado en leer alguno de los borradores de Ernesto, pero por más que había insistido él siempre se sonrojaba y le decía que no tímidamente.
- Da igual, no necesito leer nada para saber que tienes talento. Cualquiera que te conozca un poco se daría cuenta de ello. Sólo te falta creértelo un poco y olvidarte de esa timidez tuya.

Ernesto se fue, pero no volvió. A los tres días Lola recibió una carta en la que le explicaba que todo había ido muy bien y que ya había firmado un contrato con la editorial. A partir de ahora tendría que trabajar mano a mano con ellos para poder publicar en unos meses, por lo que tendría que quedarse en Madrid una buena temporada. "Te echaré mucho de menos, pero te prometo que serás la primera persona en tener un ejemplar del libro". Otro más, otro que llegaba para irse y empezar una nueva vida llena de anécdotas, viajes, triunfos y fracasos. Antes de pensar demasiado en ello Lola subió corriendo las escaleras y colgó del balcón del dormitorio el cartel de "Habitación disponible". Después bajó corriendo a la cocina y llamó al fontanero para que comenzara a instalar las estufas lo antes posible.

(Ilustración "El cuarto nuevo" de Marta Altieri - www.maltieri.com)

18 junio 2007

Algo huele a podrido en Alcorcón (II parte)

Eran las dos y media de la madrugada, estábamos en mitad de una rotonda sin nombre de alguna calle de Alcorcón sin rumbo y sin fuerzas. Las hasta entonces miradas de complicidad y compañerismo se estaban empezando a convertir en miradas cargadas de reproches e incluso ira. El concierto de Pearl Jam no era ya más que un lejano eco en nuestras cabezas, algo que había tenido lugar años atrás. Pero una vez más no quedaba más remedio que seguir. Y entonces la cosa empeoró un poco más.

Empezamos a cruzarnos con restos de la antes vigorosa manada festivalera (no nos engañemos, para la organización del Festimad no éramos más que eso, una manada de borregos) refugiada en todo tipo de soportales y toldos de bares cerrados hace horas esperando tristemente a que saliera el Sol y se restableciera el servicio de autobuses diurnos a Madrid. El espectáculo era desolador. Anduvimos al menos media hora sin rumbo fijo hasta que nos encontramos con un grupo aún más desquiciado que nosotros. Eran unos pobres franceses que en menos de cuatro horas tenían que coger un vuelo en Barajas y que no hablaban ni una palabra de español. Ante la adversidad ajena todos olvidamos nuestras diferencias y nuestras ganas de aniquilarnos los unos a los otros y nos centramos en ayudar al prójimo, aunque sin tener ni idea de cómo.

- La para da de los búhos está en la segunda rotonda a la derecha. Tenéis uno en un cuarto de hora. Es el bus 501. Seguro.
- Pues creo que no vais bien. Que yo sepa los buses nocturnos salen de Alcorcón Central (¿?), y eso está como a veinte minutos andando de aquí.
- No se, yo que vosotros me iría a la estación de la Renfe.
- ¿Madrid?

Otra vez todas indicaciones falsas que no nos llevaban a ninguna parte y, otra vez, la lluvia que comenzaba a caer con ganas tras tres cuartos de hora de tregua. Creo que en ese momento los franceses se preguntaban si no habrían tenido más suerte si hubieran seguido por su camino sin hacernos caso, pero entonces la vimos. Era una suave luz en una esquina al otro lado de la avenida. Apenas se veía por la cantidad de agua que estaba cayendo, pero fuimos hacia ella sin pensárnoslo dos veces. ¡Era un bar abierto!

- Pues yo no puedo llamar a ningún taxi, pero aquí cerca está el bingo y por ahí siempre pasan taxis. Sólo tenéis que bajar la calle hasta la siguiente rotonda.

Ya estabamos más que escarmentados de lo engañosas que eran las rotondas de Alcorcón y sus ciudadanos, pero aún así decidimos hacer caso al amable camarero. Y, efectivamente, en cuanto llegamos a la esquina del bingo un taxi y su maravillosa lucecita verde aparecieron de la nada. Como náufragos a lo Tom Hanks en su isla desierta saltamos, corrimos y gritamos para parar aquel taxi.

- ¿Podría avisar con la radio a otros dos taxis para que vinieran a recogernos por favor? – Ya estábamos tan desesperados que la idea de pagar 25€ por llegar a Madrid y tirar a la basura los bonos del metrobus que habíamos comprado con antelación para evitar problemas nos parecía una idea genial
- Pues lo siento, pero es que no puedo. No tengo radio.

Nuestra euforia se esfumó al mismo tiempo que desaparecía el taxi y los franceses por la siguiente rotonda. Automáticamente, y sin que hubiera palabra de por medio, la ansiedad y la mala leche se apoderaron de nuestros cuerpos de nuevo. Tal era la situación que el ya reducido grupo de 7 personas que quedábamos se dividió en dos grupos, cada cual más lamentable: mientras unos se sentaron a pie de carretera bajo la lluvia para abalanzarse sobre el primer taxi que osara pasar por allí, los otros nos metimos en un cajero automático dispuestos a instalarnos allí de por vida.

Pero entonces algo en nuestro interior, el instinto de supervivencia creo que lo llaman, hizo que nos levantáramos de nuevo, saliéramos a la calle, nos uniéramos a nuestros compañeros de fatigas y volviéramos a caminar por las amplias avenidas de Alcorcón. La dirección ya era lo de menos. Lo único que importaba era permanecer en movimiento. Y por fin la suerte nos sonrió. Apenas quince minutos después dos nuevos taxis libres se cruzaron por nuestro camino. No exagero lo más mínimo si afirmo que ese fue el momento más feliz de nuestras vidas. En unos minutos todo habría terminado.

Mientras subía al taxi y le indicaba la dirección de destino toda la noche pasó ante mis ojos. La llegada a Madrid, la comida de tapeo, el traslado a Leganés, las cañitas antes de entrar al recinto, nuestros bocadillos tirados a un cubo de basura por el guarda de seguridad, los saltos en la piscina de bolas, los grupos teloneros, PEARL JAM en todo su esplendor, los miles de personas en fila para ir al metro, las horas deambulando por Alcorcón,...

Aún hoy, cuando los supervivientes nos reunimos seguimos hablando de aquella extraña noche. ¿Qué pasó realmente en Alcorcón? ¿Por qué nadie fue capaz de indicarnos bien donde estaba el bus que buscábamos? ¿Consiguieron todos los "niños perdidos" del Festimad salir de allí? ¿Por qué llueve tanto en Alcorcón?
Aquí teneis unas imágenes para que os hagais una idea aproximada del número que se montó al acabar el concierto. Y qu conste que estos son sólo unos pocos provilegiados que lograron bajar al andén de la estación de Leganés (para después ser abandonados en Alcorcón), que arriba se quedaron muuuuuuuuuuuchos más. Menos mal que todos estábamos de buen humor.....

11 junio 2007

Algo huele a podrido en Alcorcón (I parte)

- Lo siento, pero ya se han acabado las conexiones de metro, tendrán que salir de la estación por aquellas escaleras.
- Pero no puede ser. Somos al menos doscientas personas, de Leganés ya ha salido el siguiente metro con otras tantas, y eso sin contar todos los que aún están en la estación esperando más los que aún no han llegado desde el estadio. ¿De verdad van a dejarnos a todos tirados aquí con la que está cayendo?
- Como le digo, el último metro a Madrid ha salido hace cinco minutos, pero tienen autobuses a Madrid junto a esta boca de metro.

Resignados y cargados de optimismo todos subimos las escaleras mecánicas con parsimonia. Eramos una masa desigual de camisetas negras de Pearl Jam, pantalones cortos, sandalias, piercings, barbas de chivo, cabezas afeitadas, rastas y ojillos enrojecidos por el humo. Al salir al exterior el cielo amenazaba descargar con ganas, así que nos acercamos a una minúscula marquesina de autobús en la que apenas cabían diez personas apretujadas. Y entonces comenzaron las preguntas:

- Oye, ¿tu sabes si la parada del bus a Madrid es esta o la de enfrente?
- Pues ni idea, yo soy de Málaga.


Las miradas se cruzaban buscando alguna indicación, pero la respuesta siempre era la misma: “yo soy de Bilbao”, “nosotros somos de Barcelona”, “yo es que soy de Murcia”, “pues nosotros de Zaragoza”,... Y entonces la voz de la sabiduría emergió firme y segura de algún lugar al fondo de la marquesina.

- Los autobuses nocturnos a Madrid no salen de aquí, la parada está siguiendo por esta avenida todo recto, y en la tercera rotonda giráis a la derecha. Sale uno cada hora.
- Gracias, gracias oh salvador.


En realidad nadie lo dijo con estas palabras, pero todos lo pensamos ya que para entonces la siguiente remesa de abandonados por la organización del Festimad comenzaba a salir por la boca del metro. De esta forma, la masa desigual y yo comenzamos a caminar por las estrechas aceras de Alcorcón en busca de la parada de autobús prometida. Y llegamos. El problema es que cuando llegamos ya había allí metidos unos veinticinco miembros aventajados del grupo, además el cielo ya había cumplido su amenaza y llovía de forma más que generosa, así que a las camisetas negras de Pearl Jam, pantalones cortos, sandalias, piercings, barbas de chivo, cabezas afeitadas, rastas y ojillos enrojecidos por el humo se sumaron algunos chubasqueros de esos como los del capitán Pescanova en versión todo a cien. Pero nada de aquello importaba. Eramos unos doscientos veinte abandonados junto a una diminuta parada de autobús y en unos minutos llegarían muchos más, pero al fin estábamos salvados. Justo entonces todo cambió.

- Acabo de preguntarle a un policía y dice que por aquí no pasa el búho (= bus nocturno).
- Que dices, el chaval del metro nos ha dicho que era aquí.
- Pues el policía dice que tenemos que andar por esta avenida entre uno y dos kilómetros para llegar a la parada por la que pasan los búhos.

Ante tal desconcierto algunos de los ataviados con chubasqueros capitán Pescanova salieron raudos a interrogar a unos adolescentes que hacían botellón en unos soportales. Tras unos minutos de espera que fueron eternos regresaron. La lluvia ya era casi de tormenta tropical.

- Esos chavales dicen que la parada está dos rotondas más arriba girando a la derecha.

Un murmullo se extendió entre los presentes. Tras serias deliberaciones el grupo se dividió. Aquello era claramente el principio del fin, las adversidades comenzaban a hacer mella, pero había que seguir adelante. Un grupo más reducido y yo decidimos seguir la pista que nos habían dado los adolescentes borrachos de pacharán con chocolate y licor de fresa. La pista resultó ser falsa una vez más. No podíamos creerlo, nos habían mentido por segunda vez. No había más remedio que localizar a otro lugareño y preguntar, pero las calles estaban desiertas. Cuando los ánimos ya casi nos habían abandonado surgió de la nada una amable joven que muy segura de sí misma nos dijo:

- La parada está aquí mismo. Al final de esta calle giráis a la derecha y ahí mismo la tenéis.

Con energías renovadas retomamos nuestra marcha no sin lamentar una nueva pérdida de parte del grupo de expedición. Apenas éramos ya veinte personas caminando bajo la lluvia de Alcorcón cuando giramos y, para nuestra desesperación, vimos que en aquella calle no había ni una sola parada de autobús. Era la tercera vez que nos engañaban de forma deliberada. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué nos estaban mintiendo así? ¿Qué les habría sucedido al resto de los grupos que, como nosotros, buscaba una salida de Alcorcón? Las preguntas se amontonaban en nuestras mentes mientras nuestros pies comenzaban a resentirse de siete horas de conciertos y casi dos de paseo errático bajo la incesante lluvia. Y justo entonces la tormenta arreció. Sin mediar palabra salimos corriendo cada uno por su lado en busca de cobijo. Yo acabé bajo una marquesina, que por supuesto no era la del bus que estaba buscando, con otras diez personas. El pesimismo era notable. ¿Lograríamos salir de aquel infierno? ¿Acaso nos habían tendido una trampa? ¿Habría alguna extraña razón para semejante conspiración?

29 mayo 2007

¿Quien no querría ser como John Wayne?

El muchacho de camiseta azul entró en el edificio seguro de sí mismo, apretando una pistola en su mano derecha y sintiendo el peso de la otras dos que llevaba en el cinturón. En unas horas todo el país, todo el planeta, conocería su nombre y éste sería pronunciado con una nota de temor y respeto. Ya no habría más burlas a su costa. Caminó por el pasillo desierto de la primera planta donde estaba la biblioteca y algunos de los despachos del profesorado. Apenas había avanzado unos metros cuando vio que una puerta se abría unos pasos delante de él y salía una mujer delgada con los brazos cargados de libros. Sin pensárselo dos veces le apuntó a la cabeza y disparó. La mujer recibió el balazo en el hombro derecho y cayó golpeándose contra la pared. El joven de azul se sintió satisfecho a pesar de haber fallado el disparo. Decidió acercarse un poco más a su víctima y rematarla cuando otra puerta se abrió al final del pasillo y una cabeza con un gran bigote se asomó. Era un señor de unos cuarenta años con un gesto de incredulidad y desconcierto en la cara. Antes de darse cuenta de lo que estaba pasando ya había recibido un balazo en la pantorrilla. De forma inconsciente salió caminando por el pasillo con un gesto desencajado de dolor y rabia en la cara decidido a estrangular al idiota que le había hecho aquello. Pero justo entonces apareció por las escaleras que subían de la cafetería una anciana rechoncha y bajita. Antes de que nadie percibiera su llegada la mujer sacó una pistola que llevaba en algún bolsillo interior de su chaqueta y disparó al hombre del bigote que en esos momentos estaba gritando como un energúmeno a un estudiante que vestía de azul. Seguramente por eso que dicen de que la experiencia es un grado, la anciana no falló su disparo y el hombre del bigote cayó desplomado con la mala suerte de caer sobre la mujer de los libros que acababa de incorporarse. Al tocar el suelo ambos habían muerto, él por el disparo en la nuca de la anciana y ella por el golpe en la cabeza contra el canto de la puerta de la biblioteca.

Entonces el joven de la camiseta azul, más frustrado que satisfecho por como estaba transcurriendo su masacre, se dirigió lentamente hacia la anciana que aún tenía los ojos clavados en aquella pobre mujer que yacía en el suelo a unos metros de ella. Pero el alboroto de los gritos del hombre del bigote y los tres disparos ya se había extendido por lo pisos superiores y la cafetería y, de pronto, la escena se vio interrumpida por grupos de gente que se asomaban con disimulo por las escaleras. El primero en entrar en escena fue un chaval con camisa de rayas que apareció dando un salto detrás de la petrificada anciana y disparó al muchacho de azul dándole en el estómago. La pobre mujer, que todavía se no había percatado de la situación real, se sobresaltó de tal manera que al girarse para ver de dónde procedía el tiro volvió a disparar su arma, esta vez acertando de lleno en el pecho del espontáneo de la camisa.

En aquel momento la situación era: una mujer joven con un tiro en una pierna y la cabeza abierta muerta junto a la puerta de la biblioteca. Sobre ella un hombre con bigote con un tiro en la pantorrilla y otro en la nuca. Unos metros por delante de ellos un joven de camiseta azul de rodillas en el suelo se apretaba el estómago, por donde le brotaba la sangre a borbotones. A su lado, en el suelo, un había un arma. Al fondo del pasillo, en la escalera, un joven con camisa a rayas tenía la mano izquierda en el pecho mientras el brazo derecho le colgaba paralelo al cuerpo como si no tuviera fuerzas para levantar el arma que llevaba en la mano. Delante de él, con cara de espanto, una anciana mantenía sus brazos estirados, rígidos, y sus manos apretaban una diminuta pistola plateada. Los que iban llegando al lugar estaban desconcertados. Era evidente que tenían delante un asesino en serie, ¿pero quien? Era de suponer, que dado que la única persona que mantenía el arma levantada en tan siniestra situación era la anciana, que el objetivo a batir era ella. Otro chico que vestía una llamativa cazadora de piel y que parecía haber salido del mismo despacho del hombre de bigote no se lo pensó. Sacó su arma y disparó contra aquella pobre mujer que seguramente había perdido la cabeza por la edad, y ésta cayó muerta al instante.

El muchacho de azul no daba crédito a lo que veía. Dos cadáveres, un herido grave (además de él, evidentemente), y ninguno gracias a sus armas. La frustración había dado paso a la ira y la indignación. Se olvidó de su estómago, sacó del cinturón sus otras dos pistolas y comenzó a disparar a diestro y siniestro. La respuesta no se hizo esperar. Ante la lluvia de balazos la gente comenzó a correr escaleras arriba y abajo mientras las puertas de los despachos y la biblioteca se abrían y cerraban dando fuertes golpes. Los que tenían un arma, que evidentemente eran la mayoría, intentaron protegerse disparando a todo lo que se interponía en su camino hacia la salida de aquella ratonera. En sus ansias por huir profesores y estudiantes se arrollaban y disparaban los unos a los otros. Como si de una competición atlética se tratara la gente corría, saltaba, disparaba y esquivaba de forma frenética. El balance final: Doce muertos y setenta heridos, sesenta y dos de ellos de bala.

Hoy todos los periódicos y telediarios se hacen eco del suceso, aunque nadie sabe a ciencia cierta quién comenzó aquella masacre ni porqué lo hizo. Hay quien opina que el director (el hombre del bigote) se había vuelto loco y había atacado a la bibliotecaria (la mujer joven de los libros) desencadenando la desgracia; otras teorías apuntan a que la anciana (responsable de la cafetería) había perdido la cabeza al terminar su última jornada de trabajo antes de la jubilación. En cualquier caso, todos dan gracias de que esto haya sucedido en un lugar donde todos, independientemente de su edad, educación, poder adquisitivo o salud mental, pueden tener armas para defenderse. De no haber sido así, seguramente habría que lamentar muchísimas más víctimas y la tragedia habría alcanzado, sin duda, niveles dramáticos.

El joven de azul se desmayó poco después de haber comenzado a disparar debido a la hemorragia de su estómago. Al caer se había golpeado en la cabeza y ahora se recupera en un hospital donde todos aseguran que la herida no dejará secuelas, aunque nadie puede asegurar si algún día recuperará completamente la memoria. En ningún momento fue considerado sospechoso porque una joven había cogido el arma con la que él había hecho sus dos primeros disparos y la había utilizado en su huída para disparar a un par de personas que se le cruzaron por delante. Ella había muerto con la pistola en la mano, así que se dio por hecho sin que nadie pudiera decir lo contrario, que todos los disparos realizados por dicha arma los había realizado la susodicha joven. En los próximos días el muchacho de azul recibirá un homenaje de la comunidad junto con los demás supervivientes del tiroteo por el valor demostrado al enfrentarse al anónimo desalmado que los intentó asesinar a sangre fría mientras estudiaban en sus clases.

14 mayo 2007

Tormentas e Incendios

Rock.

Tormentas que estallan repentinamente, sin previo aviso, que calan hasta los huesos. Tormentas tras las cuales necesitas un lugar al sol o un lugar junto al fuego para recuperarte.

Incendios para acabar con todo, para reducir a cenizas todas las malas hierbas, para borrar las huellas, para dejar solo cenizas para el viento.

Dos bajos, dos guitarras, cuerdas, batería, órgano y muchas horas de pruebas, escuchas, cambios de tono, de instrumentos, de humor,…

La próxima canción será más sencilla. Casi seguro.



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Podeis descargar el tema pinchando aquí. Una vez accedais a la página de Tormentas e Incendios no teneis mas que pinchar con botón derecho en la opción "download mp3"

© 2007 Orris Lavazur

04 mayo 2007

Mía

Tras dos días completamente inmóvil, se levantó con dificultad y abrió con parsimonia una de las pesadas cortinas de la habitación. Dejó que un rayo de luz le cegara sin hacer siquiera una mueca. Se giró muy despacio y se deleitó en las sucias paredes. Le sorprendió la cantidad de manchas nuevas que había en ellas. Esta vez incluso llegaban al techo, lo que le produjo una intensa emoción. Había sido duro, más que otras veces, pero había hecho un buen trabajo, no había duda. Anduvo unos minutos por la habitación como una borracho que no es capaz de caminar erguido. Dos días en aquel rincón le habían dejado entumecidos brazos y piernas. Tras recuperar por completo la sensibilidad comenzó a recogerlo todo. Como siempre metió los restos envueltos en sábanas viejas en pequeñas bolsas de basura y se aseguró de que el suelo quedara reluciente. Al entrar nadie habría sospechado lo que había sucedido allí apenas 48 horas antes. Salvo por las paredes, claro. Siempre se resistió a limpiarlas. Aquellas salpicaduras de diferentes tonalidades de rojos y marrones le hacían sentirse orgulloso, vivo.

Ya estaba anocheciendo cuando terminó. Se acercaba el momento que había esperado durante años. Mientras se duchaba para limpiarse la sangre que también le había salpicado a él sintió una punzada de ira al recordar que la última vez casi consigue estropearlo todo por un fallo estúpido, pero esa noche sería la definitiva, estaba seguro. A las 9 en punto iría a la cafetería. Una vez más ella estaría allí, sola, salvo por la compañía de alguno de esos borrachos que se sentaban al final de la barra y se resistían a volver a casa a cenar. Estaría ojerosa y con los ojos enrojecidos de tanto llorar preguntándose qué había hecho mal esta vez. Entonces él le daría consuelo, una vez más.

- No lo entiendo. Esta vez todo iba bien. Tú no le conocías, pero no era como los demás. ¡Me dijo que me quería!
Entonces él la abrazaría con suavidad y le diría una vez más que no era culpa suya. Ella era maravillosa y no se merecía que unos tipos así se aprovecharan de ella para luego esfumarse sin una triste despedida.
- Seguramente estaba casado y ha vuelto a casa con su mujer y sus hijos en cuanto ha tenido lo que buscaba.

Ella se derrumbaría por fin. Y él no dejaría escapar su oportunidad. Se pegaría a ella, la colmaría de halagos, atenciones y mimos. Y entonces ella se daría cuenta de que ese pobre muchacho tímido y amable era lo que necesitaba. El no desaparecería tras acostarse con ella un par de veces como habían hecho los otros, o como ella creía que habían hecho. Él era el hombre con el que debía estar siempre, cada minuto del resto de su vida.

* * * *

- No lo entiendo. Esta vez todo iba bien. Tú no le conocías, pero no era como los demás. ¡Me dijo que me quería!

- Lo siento mucho, de verdad. Tú no te mereces esto. Seguramente estaba casado y ha vuelto a casa con su mujer y sus hijos en cuanto ha tenido lo que buscaba.

Ya eran las tres de la mañana. Llevaban horas hablando y todo estaba saliendo tal y como lo había planeado. Él le había cogido la mano y ella no la había retirado. Era la señal que tanto había esperado. Por fin iba a llevársela a casa para que pudiera estar junto a él cada minuto del resto de su vida.


Cuando salieron juntos a la calle él le rodeó los hombros con su brazo. Había trabajado mucho para lograr aquel maravilloso trofeo y no estaba dispuesto a dejarlo escapar.

(Ilustración: "Las manitas" de Marta Altieri - www.maltieri.com)

26 abril 2007

El hombre Dos

Desde el momento de su nacimiento fue físicamente normal por completo. Fue un bebé, un niño, un adolescente y un adulto totalmente normal, de esos que pasan desapercibidos allá donde van. Sin embargo sus ideas, sus reacciones y su comportamiento en general siempre fueron bastante "originales".

Cuando sólo era un mocoso de unos cuatro o cinco años sus padres lo miraban con ojos llenos de orgullo y pensaban "hay que ver lo bueno que es nuestro niño". Cuando ya había cumplido los doce años empezaron a preocuparse por si su hijo en lugar de bueno era simplemente tonto. A partir de los veinticinco años lo dieron por causa perdida y se limitaban a ignorar (o al menos lo intentaban) las cosas sin sentido que hacía a cada momento. Como es lógico, todo el entorno de familiares y amigos sufrieron un proceso similar en el que la perplejidad dio paso a la indiferencia, aunque siempre con la preocupación lógica en estos casos.

Todo empezó una bonita tarde en el Parque del Sur, cuando el Hombre Dos aún no había cumplido los cinco años de edad. Mientras él jugaba con una reluciente pelota nueva una niña que estaba sentada un par de columpios más allá comenzó a llorar y a patalear gritando que ella quería una pelota igual. En ese mismo momento, el niño se levantó con la pelota entre las manos y se la dio a la niña que, para entonces, no sabía si debía seguir llorando o no. Como es lógico todos los adultos se quedaron desconcertados, pero nadie quiso darle demasiada importancia, al fin y al cabo probablemente no eran mas que cosas de críos. Sin embargo cinco años más tarde la historia ya se había repetido más veces de las que sus padres hubieran querido. Siempre era igual; algún niño lloraba porque se le antojaba algo y el entonces Niño Dos se le acercaba sonriente y le regalaba el objeto del deseo. Ante las miradas de asombro de sus padres siempre decía lo mismo: "Si me da igual. Si otro día me apetece jugar un rato ya se lo pediré".

Con los años estos ataques altruistas se fueron haciendo si cabe aún más generosos. Ya no regalaba simples muñecos de plástico ni pelotas de goma, sino patinetes recién comprados o bicicletas último modelo. Y así llegó al final de la adolescencia sin apenas posesiones, mientras que todos los demás chicos de su edad, como es lógico, ya tenían sus planes para comprar una casa propia y dejar la de sus padres. Mientras otros jóvenes salían de casa tras horas frente al espejo intentando elegir sus mejores galas, el Joven Dos se paseaba feliz con unos pantalones viejos de su padre y alguna camiseta que un amigo ya no usaba. Andaba de un lado para otro siempre a pie o subido en un precario equilibrio en la parte de atrás de la bicicleta de quien se ofreciera a llevarle.Los vecinos murmuraban ya sin apenas disimular y se preguntaban cómo aquel extraño chico podía pretender llevar una vida normal y ser feliz.

Sin embargo, para el ya casi Hombre Dos lo que hacía no tenía nada de extraño o anormal. Él simplemente no necesitaba una bicicleta las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, por eso se la había regalado hacía años a un compañero de clase que vivía cerca y se la había pedido. Tampoco necesitaba a todas horas todos aquellos aparatos electrónicos, simplemente iba a casa de sus amigos cuando quería y se acababa el problema. Evidentemente tampoco le veía utilidad a esas enormes montañas de libros que su madre se empeñaba en ordenar alfabéticamente una vez que ya los había leído.Todo el mundo parecía empeñado en recordarle una y otra vez que aquella no era forma de vivir, que sus ideas acabarían trayéndole problemas, que no era normal, pero él no cambió. Muy a pesar de sus padres siguió sin entender la necesidad de almacenar cosas propias y continuó defendiendo a ultranza que no había nada de malo en compartir cosas o en aceptar regalos usados. Para él las posesiones no parecían tener importancia alguna. Siempre fue como si las cosas se le resbalaran entre los dedos sin hacer ningún esfuerzo por retenerlas.

26 marzo 2007

De vacaciones aunque esté trabajando

Estos días no tengo tiempo para escribir ni una sola palabra, y mucho menos algo que merezca la pena ser publicado. Por desgracia estoy detrás de mi mesa de trabajo enterrada tras un montón de carpetas, archivadores y folios que no sé ni lo que son.

Pero he decidido tomarme unas mini vacaciones de cinco minutos y darme un paseillo por algunos de esos sitios a los que me gustaría volver y aquellos a los que tengo pendiente ir.

Así que, a falta de palabras, os dejo unas cuanta imágenes por si os ayudan a desconectar igual que a mí.



Siempre apetece volver al lejano Oriente una vez que lo has pisado, así que podríamos empezar por ahí.



Para seguir con lugares exóticos confesaré que se me hace la boca agua con las especias del Norte de Africa.....



Aunque ahora mismo no se me ocurre nada mejor que una playa tranquila, sin reloj, sin prisas, sin ruidos.



Pero si no hay tiempo para viajar, ni tan siquiera para imaginar que estamos en cuaquiera de estos lugares, siempre nos queda una solución: Llamar a unos cuantos amigos de los buenos, llenar los coches de buena comida y buen vino y huir de nuestro entorno cotidiano. Aunque el tiempo no acompañe siempre merece la pena una escapadita.

07 marzo 2007

Un familia como cualquier otra

Adela era una mujer baja y fornida. Tenía el pelo grasiento de un extraño color naranja, salvo en las raíces, que siempre fueron negras. Adela vivía sola con sus dos hijos gemelos, que estaban a punto de cumplir 18 años. Para celebrar ese día tan importante Adela había estado trabajando duro los últimos años.

Eran una familia pobre desde que el padre de los mellizos desapareció sin avisar el mismo día que nacieron éstos. La casa, vieja y destartalada, tenía las paredes llenas de humedades. La mayor parte de los muebles habían ido desapareciendo en la chimenea para intentar hacer los inviernos más llevaderos, y el jardín no era más que una especie de basurero con los restos de unos columpios oxidados. Los gemelos tenían prohibido salir de casa. Nunca habían podido salir de aquel siniestro jardín, salvo en contadas ocasiones, y siempre acompañados de su madre y una vez que había anochecido.

Adela pasaba gran parte del día fuera de casa intentando conseguir algo de dinero para alimentar a sus hijos. Años atrás trabajaba limpiando casas, pero tuvo que dejarlo al verse sola con dos niños recién nacidos que reclamaban toda su atención. Intentó mantener su trabajo llevándolos consigo, pero siempre pasaba lo mismo. "Claro que puedes traerlos mujer. Mientras eso no te distraiga y tu trabajo no se resienta no habrá problema" Pero tras un primer vistazo a los niños, y un inevitable gesto de aprensión que en raras ocasiones lograban disimular, los "señores" cambiaban de opinión. "Lo siento mucho Adela, pero mi marido no quiere que vengas a trabajar con los niños, no cree que sea adecuados. No hay problema en que sigas trabajando aquí, pero me temo que no puedes traer más a tus hijos"

Una a una todas las puertas se le cerraron hasta que se vio en la calle. Desde entonces salía de casa de madrugada para ir al mercado central y recoger el género que los tenderos descartaban. Todo lo que estuviera en un estado aceptable lo guardaba en su carrito y lo llevaba a las afueras para vendérselo por cuatro monedas a los chabolistas. Después volvía a casa y cocinaba cuidadosamente todos los alimentos que ni los tenderos ni los chabolistas habían querido y metía las monedas ganadas en unos tarros de cristal de tenía perfectamente ordenados en un estante de la cocina. Era lo único de aquella casa limpio y ordenado.

Cada jueves desde hacía dos años Adela salía de casa tras haber anochecido y se acercaba a alguno de los barrios de la ciudad, cada semana le tocaba a uno distinto. En silencio se asomaba por las ventanas y anotaba rápidamente todo tipo de cosas en su cuaderno. Cuando volvía a casa enseñaba a sus hijos la cantidad de notas que había tomado totalmente excitada. Sus hijos la miraban sin entender nada, lo cierto es que casi nunca entendían nada, pero no se atrevían a preguntar. Adela los adoraba, pero sabía que tal y como eran tendrían que enfrentarse a cosas muy duras para salir adelante, y para eso tenían que estar preparados. En su casa no había mimos, ni caricias ni nada de ese tipo. Por norma general no les daba nada que pudieran echar en falta cuando ella no estuviera. No les haría pasar por lo mismo que tuvo que pasar ella cuando su marido se fue.

Llegó el día del cumpleaños de los gemelos. Nada más salir el Sol Adela comenzó a arreglarse cuanto pudo para ir a comprar por primera vez en mucho tiempo. Tras dar un poco de agua oxigenada en las raíces para aclararlas, recogió su pelo grasiento con una horquilla medio oxidada que algún día debió ser color granate. Se maquilló los ojos con dos gruesas líneas azules y una sombra rosa brillante que guardaba desde hacía meses. Rescató del fondo del armarito del baño su barra de labios rojo carmesí y se untó con ella los labios de forma exagerada. Le habría gustado ponerse algún vestido nuevo, pero los ahorros no eran para eso, así que se puso la misma bata de flores de todos los días, cogió su carrito y salió de casa.

Ese día hubo desayuno, comida y cena. Los gemelos no podían creérselo. Estaban orgullosos de su madre. Tanto tiempo de sacrificio para darles aquel regalo. Sí, estaban muy orgullosos de su madre, no cabía duda. Pero aquello no era todo.

- Mamá, ha sido el mejor día de todos. Muchas gracias por la tarta. – Los gemelos tenían una voz pastosa y grave que delataba la edad que realmente tenían, ya que su dicción era más bien propia de un niño de apenas cuatro años.
- Sí mamá, nos ha gustado mucho el chocolate – Los pobres gemelos habían tenido que esperar dieciocho años para probar una triste chocolatina que su madre bautizó como tarta para sus hijos.
- Esto no ha sido mas que el principio hijos míos. Lo más importante viene ahora. No es tan divertido como comer chocolate, pero es muy importante que prestéis atención.

Adela salió corriendo en busca de sus libretas. Eran cuatro libretas pequeñas, dos de ellas muy gastadas y viejas. Se sentó con un hijo a cada lado y se las mostró con cuidado de que no cogieran ninguna para evitar que sus enormes manazas terminaran destrozándolas. Abrió la primera libreta con gran parsimonia.

- Este es mi regalo más importante para vosotros. Ya os he explicado muchas veces porqué no quiero que salgáis de casa. Ahí fuera hay gente muy mala a la que no le gusta la gente diferente como nosotros, y yo no podía permitir que os hicieran daño. En estas dos libretas tan viejas fui apuntando los nombres de todos los que no nos quisieron ayudar cuando erais unos bebés. Apunté sus nombres, los de sus familias y lo que nos hicieron con todos los detalles. Y en estas dos libretas nuevas es donde he apuntado dónde viven ahora esas personas tan malas, dónde viven sus familias y, lo que es más importante, cómo vamos a hacer que se arrepientan de lo que nos hicieron pasar. - Los gemelos se miraban con cara de sorpresa y expectación. - Eso es en lo que he estado trabajando cada jueves por la noche. Primero encontré a todas estas personas, luego las seguí y anoté cada detalle de su vida cotidiana, lo que les gusta, lo que no, sus amigos,... Todo. Después vino lo más difícil, crear una venganza hecha a medida para cada uno de ellos, algo único. Pero finalmente lo conseguí justo a tiempo.
- Pero mamá, no haremos nada que nos haga ir al infierno ¿no? – Adela siempre amenazaba a sus hijos con el infierno para que se mantuvieran tranquilos. Desde pequeños fueron muy inquietos y no siempre resultaba fácil dominarlos, sobre todo cuando fueron haciéndose mayores. Con los años las peleas entre ellos comenzaron a ser realmente violentas.
- No hijos, no os preocupéis por eso. Lo que vamos a hacer no es nada malo. Esas personas se portaron mal con vosotros cuando no erais mas que unos bebes enfermos, eso sí que es malo. Esas personas no se merecen la vida que tienen ¿entendéis? Lo que vamos a hacer es enseñarles que no se puede maltratar así a las personas. Y además tenéis que pensar que haciéndolo vamos a ayudar al resto de nuestros vecinos eliminando a esa gente tan mala.
- Entonces, ¿cuándo acabemos con todos podremos salir a la calle como los demás? – Eso sí que era un buen regalo de cumpleaños.
- Exacto hijo mío, cuando terminemos con todos ellos ya no habrá nadie que pueda haceros daño. Cuando terminemos podréis ir a donde queráis y nadie podrá pararos, nunca.

Adela explicó con todo detalle su plan a sus hijos. Les dijo quienes serían los primeros aleccionados y cómo lo harían. Empezarían esa misma noche, así que había ideado un plan sencillo que no requería demasiada habilidad. Poco a poco se irían encargando de los más complicados, cuando tuvieran algo más de práctica. Al fin y al cabo el primero no era más que un pobre viejo que vivía solo, y ni tan siquiera tendrían que llevar nada. Encontrarían todo lo necesario en la consulta que tenía instalada en su propia casa. De allí irían a visitar al cura que se negó a bautizarlos gritando que eran hijos del demonio. Estaba en silla de ruedas desde hace años y también vivía solo, así que tampoco sería difícil.

Cuando salían de casa Adela no pudo evitar pensar en lo orgullosa que estaba de sus hijos. Había hecho un buen trabajo con ellos a pesar de todo. Eran unos niños cariñosos que la adoraban y harían cualquier cosa por ella. No eran como los demás niños, pero ella les había enseñado a defenderse y a no temerle a nadie. Ahora por fin iba a hacer que todos los demás lo vieran. Les obligaría a mirar a sus hijos a la cara, les obligaría a pedir perdón. A partir de esa noche todo sería distinto, todo sería mucho mejor. Sus hijos, aquellos que todos habían menospreciado, iban a convertirse en historia, en leyenda.

Caminó mirando de reojo a sus retoños y sintió ese cosquilleo de satisfacción y tranquilidad que produce el trabajo bien hecho.

16 febrero 2007

El niño Uno

Su madre siempre le decía que nació él sólo, sin que ella hiciera el más mínimo esfuerzo. Al principio la gente se sorprendía al escuchar esta historia, pero tras cinco minutos con el niño Uno la historia se iba haciendo mucho más creíble. Lo primero que llamaba la atención de aquel chiquillo era lo pequeño y, sobre todo, lo inquieto que era para su edad. Apenas levantaba cuatro palmos del suelo pero aún así se empeñaba en ir a todas partes andando, y cuando por fin llegaba, en lugar de sentarse saltaba y giraba sobre sí mismo como si le fuera imposible detener sus zapatos ni un solo segundo.

La madre del Niño Uno aprovechaba cualquier rincón para sentarse y descansar. Efectivamente apenas se cansó en el parto de su hijo, pero desde entonces apenas había podido tomarse un respiro. El Niño Uno ya gateaba cuando el resto de los bebés apenas levantan la cabeza, y ya corría por debajo de las sillas y las mesas cuando los demás empezaban a ponerse a cuatro patas. La pobre mujer tenía siempre ojeras y por el color de su cara se diría que se alimentaba exclusivamente de yema de huevo. Todos en el barrio sentían lástima por ella, todo el día sola a cargo de un niño como aquel... Sin embargo ella nunca sospechó que sus vecinos la miraran así, ya que nunca hubo ninguno que se ofreciera a ayudarla.

Pero a pesar de todo el Niño Uno era un buen hijo y eso hacía que su madre se sintiera agotadamente orgullosa de su hijo cada vez que le miraba a la cara. Sus enormes ojos azules siempre sonreían, su pelo rizado siempre saltaba de un lado para otro siguiendo el ritmo marcado por el resto del cuerpo y sus manitas apretaban con fuerza todo lo que quedara al alcance de sus minúsculos deditos. Siempre estaba pendiente de su madre e intentaba ayudarla en todo lo que podía para que descansara, pero el problema era que esto resultaba imposible la mayor parte de las veces.

Un día la pobre Señora Uno estaba tan cansada que se había quedado dormida mientras habría la puerta de la calle para sacar a pasear un rato a su único hijo. El niño se dio cuenta inmediatamente e intentó quedarse tan quieto como le fue posible para no hacer ningún ruido y que mamá pudiera echar una cabezada, pero apenas habían pasado quince minutos cuando tuvo que despertarla. Sus pies estaban tan poco acostumbrados a estar tanto rato en contacto con el suelo que habían empezado a calentarse. Al principio el Niño Uno pensó que serían los zapatos, que ya tenían la suela demasiado gastada y le habían recalentado la planta del pie, pero entonces vio que empezaba a salir humo de sus pies, un humo negro y con olor a barbacoa. Segundos después las suelas de los zapatos estaban ardiendo sin que pudiera hacer nada. De forma instintiva empezó a dar saltos, lo que hizo que la correa que sujetaba su madre se sacudiera bruscamente despertándola. Ella comenzó a andar sin darse cuenta siquiera de que acababa de echar un sueñecito de pie. El Niño Uno comenzó a bajar los escalones y para su sorpresa comprobó que las llamas disminuían con el movimiento y para cuando llegó al final de la escalera ya no había ni rastro de ellas. "Parece que alguien está haciendo carne a la plancha" Esto fue lo único extraño que la Señora Uno notó aquel día.

Otro día la Señora Uno estaba recogiendo la ropa sucia del baño mientras su hijo jugaba en la bañera cuando se quedó dormida sentada en la taza del water con una mano sujetando unos minúsculos calzoncillos y la otra retirándose un mechón de pelo que le había caído en la cara al agacharse. Igual que había hecho unos meses atrás, el Niño Uno se quedó tan quieto como pudo, a pesar de que el agua de la bañera ya empezaba a estar demasiado fría para su gusto. Pensaba que empezaría a tiritar en cualquier momento cuando notó que poco a poco el agua iba estando algo más cálida. Pudo ver que sus dedos antes azulados iban recuperando su tono rosado habitual. Unos minutos después el agua estaba pasando de cálida a caliente sin que el niño moviera ni un solo músculo, mientras observaba que su piel sumergida ya había pasado del rosado al rojo chillón. Entonces dio un salto en el agua que casi abrasaba, lo que evidentemente despertó a su madre que, como si fuera una sonámbula, acabó de retirarse el mechón de pelo de la cara, recogió el calzoncillo y el resto de la ropa del suelo y salió del baño diciéndole a su hijo que tuviera cuidado y no salpicara.

Con el paso de los años el Niño Uno y su madre, que descubrió lo que ocurría cuando el niño se quedaba quieto al ver ardiendo la butaca del cine en la que estaba su hijo, han aprendido a convivir con esta extraña "facultad". Descubrieron que aquello sólo ocurre cuando el niño esta quieto por obligación, y no cuando descansa por voluntad propia o duerme tras una intensa tarde de juegos.

La señora Uno siempre dice que si su hijo hubiera nacido en una familia de gente con estudios seguramente ya se habrían hecho de oro vendiendo al estado toda aquella energía que parece sobrarle a su niño, sin embargo, como todos, no puede disimular un gesto de preocupación cuando piensa en cual será el futuro de su hijo.

12 enero 2007

Risas y carcajadas

Todo ha sido muy rápido. Estaba esperando para cruzar, como todas las mañanas. He aprovechado para encenderme un cigarrillo y entonces ha parado el autobús, justo delante de mí. Iba vacío. "Normal a las cinco y cuarto de la mañana" he pensado, y entonces les he visto. Eran dos niños de unos seis años sentados al fondo del autobús. Iban muy repeinados y bien vestidos. Se reían entre dientes de algo que sostenían entre sus manos.

Se me ha dibujado una sonrisa en la cara y he dado una calada justo antes de darme cuenta que era demasiado temprano para que dos niños tan pequeños fueran solos en un autobús que tan sólo tiene paradas en los polígonos industriales de las afueras. Entonces he vuelto a fijarme en los ellos. Ya no estaban sentados al fondo ni estaban sonriendo, ni siquiera creo que fueran niños. Estaban justo delante de mí con las caras pegadas al cristal mirándome fijamente, con unos ojos que no parecían humanos, con un gesto de odio que me ha llegado a los huesos, y esos dedos, esas uñas...




De forma involuntaria he dado un salto hacia atrás y supongo que he debido pestañear. No sé muy bien qué ha sucedido, pero de pronto ya no estaban mirándome, sino que caminaban hacia el asiento del conductor riendo a carcajadas. Las risas se oían desde donde yo estaba, pero el conductor no se ha movido. Ha arrancado al ver el semáforo verde y ha seguido su camino. Al cabo de unos metros me ha parecido que daba un pequeño tumbo hacia la derecha, pero acto seguido ha continuado en línea recta con el resto del tráfico.

Llevo desde esta mañana oyendo esas risas en mi cabeza. Es un sonido frío y estridente que no me ha dejado hacer nada en todo el día. A media mañana he tenido que volver a casa. Apenas he podido comer algo, y lo poco que he conseguido tragar lo he vomitado poco después. Me he quedado dormido en el sofá, pero me he despertado apenas cinco minutos después al recordar algo. Hoy no ha sido la primera vez que he visto esas "criaturas". Hace unos meses me pareció ver dos niños sentados en el arcén de la autopista cuando volvía a casa, pero eran las once y media de la noche y estaba en mitad de la nada. Pensé que había sido mi imaginación, pero eran ellos, estoy seguro. Me miraron igual que esta mañana.

Desde el momento en que he recordado esa visión las risas han dejado de sonar en mi cabeza. Ahora suenan en el rellano de casa. Querría asomarme a la mirilla para comprobar si realmente están ahí, pero no me atrevo a salir de detrás de este sillón. Hace una hora apenas si se oía un leve susurro, pero luego han surgido las risas y desde hace unos quince minutos las carcajadas.


¿Porqué no baja nadie a ayudarme? ¿Porqué nadie les oye?
¡Quiero que dejen de reírse! ¡Quiero que se vayan!
¡No quiero que golpeen la puerta!
¡Están golpeando la puerta!