07 mayo 2010

Donde nacen las historias


Como cada viernes se sentó delante del montoncito de cuartillas en blanco, le sacó punta al lápiz y empezó a escribir palabras inconexas. Él funcionaba así. Escribía cosas sin sentido alguno hasta que, de pronto, se producía la “magia” y de la nada surgía una historia perfectamente construida de principio a fin. Pero algo estaba fallando aquel viernes. Ya iba por su segunda cuartilla y, de momento, ninguna historia se había asomado por allí. No tenía ni tan siquiera un triste esbozo de personaje. Nada.

De forma instintiva comenzó a rascarse la cabeza. Nada. Se siguió rascando durante horas, con tanta ansiedad, que de pronto se dio cuenta de que estaba sangrando. Corrió al baño y a punto estuvo gritar al verse en el espejo. Tenía el cuero cabelludo perforado y algo estaba asomándose por el agujero. Estupefacto vio como algo muy similar a una pompa de jabón salía de su cabeza para ir a estrellarse contra el techo del baño. A ésta le siguió otra, y luego otra algo más grande y definida. No era capaz de crear historias nuevas y ahora estaba perdiendo también las viejas. “A este paso en una hora seré idiota perdido”.

Intentó tapar aquello con las manos, pero en cuanto se descuidaba un poco se escabullían entre los dedos. Lo intentó también con una gasa, pero al cabo de unos minutos las pompas acababan por empaparla y traspasarla sin gran dificultad. Y entonces se le ocurrió “el parche de la colchoneta de la playa”. Con sumo cuidado lo colocó sobre la herida y tras dos horas inmóvil frente al espejo se dio por satisfecho. Tenía las ideas a salvo.

Por algún motivo regresó a su mesa de trabajo, sacó de nuevo punta al lápiz y comenzó su tercera cuartilla. A las cinco palabras lo notó, esa sensación de que todo fluye y que, de pronto, todo tiene sentido. Su historia estaba llegando.

La rutina se mantuvo durante una larga temporada, pero la angustia volvió a apoderarse de él cuando, otro viernes cualquiera, se dio cuenta de que había vuelto a escribir dos cuartillas repletas de palabras sin sentido. Se rascó la cabeza sin pensar y notó algo extraño. Al mirarse en el espejo vio el parche de la colchoneta de playa descolorido. Lo había olvidado por completo.

“¿Y si?... Por qué no”. Con cuidado despegó uno de los bordes del parche y lo levantó. Unos segundo más tarde la primera burbuja apareció. La vio estrellarse contra el techo al mismo tiempo que otra asomaba ya por su cabeza. Dejó escapar cuatro o cinco más antes de volver a colocar el parche en su sitio. Se miró fijamente en el espejo y se dijo mirándose a los ojos “Está claro, debo ser idiota”.

Le dio un buen trago a su vaso de agua y se sentó a escribir de nuevo. Esta vez no llevaba ni tres palabras cuando esa maravillosa sensación de estar creando algo nuevo y con sentido propio le invadió. Estuvo horas escribiendo sin detenerse para nada que no fuera repetirse a sí mismo “Soy idiota, pero me da igual”.