04 mayo 2007

Mía

Tras dos días completamente inmóvil, se levantó con dificultad y abrió con parsimonia una de las pesadas cortinas de la habitación. Dejó que un rayo de luz le cegara sin hacer siquiera una mueca. Se giró muy despacio y se deleitó en las sucias paredes. Le sorprendió la cantidad de manchas nuevas que había en ellas. Esta vez incluso llegaban al techo, lo que le produjo una intensa emoción. Había sido duro, más que otras veces, pero había hecho un buen trabajo, no había duda. Anduvo unos minutos por la habitación como una borracho que no es capaz de caminar erguido. Dos días en aquel rincón le habían dejado entumecidos brazos y piernas. Tras recuperar por completo la sensibilidad comenzó a recogerlo todo. Como siempre metió los restos envueltos en sábanas viejas en pequeñas bolsas de basura y se aseguró de que el suelo quedara reluciente. Al entrar nadie habría sospechado lo que había sucedido allí apenas 48 horas antes. Salvo por las paredes, claro. Siempre se resistió a limpiarlas. Aquellas salpicaduras de diferentes tonalidades de rojos y marrones le hacían sentirse orgulloso, vivo.

Ya estaba anocheciendo cuando terminó. Se acercaba el momento que había esperado durante años. Mientras se duchaba para limpiarse la sangre que también le había salpicado a él sintió una punzada de ira al recordar que la última vez casi consigue estropearlo todo por un fallo estúpido, pero esa noche sería la definitiva, estaba seguro. A las 9 en punto iría a la cafetería. Una vez más ella estaría allí, sola, salvo por la compañía de alguno de esos borrachos que se sentaban al final de la barra y se resistían a volver a casa a cenar. Estaría ojerosa y con los ojos enrojecidos de tanto llorar preguntándose qué había hecho mal esta vez. Entonces él le daría consuelo, una vez más.

- No lo entiendo. Esta vez todo iba bien. Tú no le conocías, pero no era como los demás. ¡Me dijo que me quería!
Entonces él la abrazaría con suavidad y le diría una vez más que no era culpa suya. Ella era maravillosa y no se merecía que unos tipos así se aprovecharan de ella para luego esfumarse sin una triste despedida.
- Seguramente estaba casado y ha vuelto a casa con su mujer y sus hijos en cuanto ha tenido lo que buscaba.

Ella se derrumbaría por fin. Y él no dejaría escapar su oportunidad. Se pegaría a ella, la colmaría de halagos, atenciones y mimos. Y entonces ella se daría cuenta de que ese pobre muchacho tímido y amable era lo que necesitaba. El no desaparecería tras acostarse con ella un par de veces como habían hecho los otros, o como ella creía que habían hecho. Él era el hombre con el que debía estar siempre, cada minuto del resto de su vida.

* * * *

- No lo entiendo. Esta vez todo iba bien. Tú no le conocías, pero no era como los demás. ¡Me dijo que me quería!

- Lo siento mucho, de verdad. Tú no te mereces esto. Seguramente estaba casado y ha vuelto a casa con su mujer y sus hijos en cuanto ha tenido lo que buscaba.

Ya eran las tres de la mañana. Llevaban horas hablando y todo estaba saliendo tal y como lo había planeado. Él le había cogido la mano y ella no la había retirado. Era la señal que tanto había esperado. Por fin iba a llevársela a casa para que pudiera estar junto a él cada minuto del resto de su vida.


Cuando salieron juntos a la calle él le rodeó los hombros con su brazo. Había trabajado mucho para lograr aquel maravilloso trofeo y no estaba dispuesto a dejarlo escapar.

(Ilustración: "Las manitas" de Marta Altieri - www.maltieri.com)

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