04 marzo 2008

Tres años, tres.

Tres años, tres, y el hombre sigue sin enterarse de nada. Tres años, tres, mandándome flores y bombones cada sábado. Al principio me pareció tan romántico que no le dije nada en una buena temporada. Después, de forma sutil, le decía con el inhalador de la mano que a lo mejor no era buena idea tanta flor para arriba y tanta flor para abajo. Y por supuesto no olvidé mencionarle, tan discretamente como me fue posible para no herir sus sentimientos, que cuando como chocolate vomito sin medida durante horas. Pero nada, al siguiente sábado más de lo mismo. La semana pasada ya le dije directamente y sin rodeos: "no me mandes nada más a mi casa, por dios te lo pido, que si no te juro que no me vuelves a ver el pelo". Y ya ves, me miró con esos ojos de cordero degollado y con media sonrisilla me dio un beso en la mejilla de esos de "hay que ver que guapa te pones cuando te enfadas".

Tres años, tres, con flores y bombones saliéndome por las orejas y este sábado no podía ser menos. En cuanto vi al mensajero medió tal ataque de nervios que metí la cabeza literalmente dentro de cada una de las dichosas flores. Hasta creo recordar que prácticamente esnifé incluso el relleno ese de hojas verdes que le ponen a los ramos para que parezcan más imponentes. En cuanto tuve los ojos bien hinchaditos y rojos y respirar era ya un tanto difícil me tiré a por los bombones. Me los comí todos sin hacer distinciones entre los de chocolate negro, blanco, rellenos, con frutas, con almendras o con alcohol. Cuando pensé que me iba a dar algún tipo de colapso general de forma inmediata le llamé por teléfono, le di las gracias y le dije que, ya que estaba, hiciera el favor de llamar a una ambulancia.

Pensé que por fin me había librado, porque digo yo que un cuadro hospitalario como el mío le aclararía las cosas hasta a alguien con la misma perspicacia que un caracol de campo. Pero se ve que la que no se entera de nada debo ser yo, porque ahí lo tengo desde que me ingresaron, como si nada, amodorrado en el sillón junto a la mesilla en la que me esperan una enorme maceta y una caja de bombones con su tarjeta y todo: "No te preocupes cariño, que a partir de ahora estaré siempre a tu lado vigilando para que te comas los bombones con más cuidado, que parece mentira que después de tres años, tres, aún te emociones tanto cuando te llegan cada sábado. Ah!, Siento mucho que hoy no haya rosas, pero el médico me ha dicho que es posible que tengas alergia al polen, pero seguro que esta maceta te ayuda a superar el disgusto"

El caso es que ahora que no voy a tener más rosas que tirar a la basura gritando improperios creo que las mañanas de sábado nunca serán lo que eran.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya, ya. Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. De todas las formas, si lo pierdes es porque tampoco te has preocupado en mantenerlo. Vaya lio, al final si nada tengo, nada pierdo.

Bye