11 febrero 2008

Gula

Caminaba arrastrando los pies. Se sentía abotargado y el estómago parecía apunto de estallarle. A la difícil digestión se unían además los remordimientos por el exceso cometido. Una hora antes estaba sentado en la mesa frente a una montaña de enormes trozos de carne. Primero se los había comido con los ojos y la nariz. Había mirado cada una de las porciones de carne, la sangre que resbalaba aún de algunas de ellas, y se había detenido especialmente en aquellos ojos que parecían mirarle fijamente. Había olisqueado aquella montaña de carne sin ningún disimulo, como un depredador ante su presa, hasta dejarla casi sin aroma. Después había comenzado el ritual pausado y ceremonioso de la ingesta.

Le gustaba dedicarle unos minutos a meditar con qué parte del cuerpo desmembrado sobre su mesa empezaría y, siempre, sin excepción alguna, empezaba por las piernas y terminaba por la cabeza. Le encantaba notar entre sus dedos impregnados de grasa y jugos cómo la carne se desgarraba de los huesos sin apenas esfuerzo. A veces la arrancaba con las manos, y a veces con los dientes directamente. En esa zona la carne era abundante y podía deleitarse en los enormes y suculentos bocados masticando sin prisa. Una vez terminado el tercio inferior hacía una pausa para dar tiempo a su estómago a digerir y se fumaba un cigarrillo, eso sí, sin quitarle un ojo a lo que vendría después.

Tenía debilidad por las costillas; por la sensación que producía separarlas una a una como el que deshace un puzzle recién montado; por el placer de roer esos huesos lisos y suaves hasta dejarlos blancos y limpios. Cuando terminaba miraba el plato y no podía evitar pensar que tenía un aspecto muy similar al que debía tener un cementerio de elefantes plagado de enormes colmillos de marfil. Para entonces la hinchazón del estómago le exigía aflojar el cinturón y desabrocharse, al menos, el primer botón del pantalón. La frente y el labio superior le brillaban cubiertos de sudor e intentaba limpiarlos con la servilleta, pero ésta no era ya mas que un trapo arrugado repleto de manchas de aceite. El corazón comenzaba a palpitar con más fuerza y la respiración se hacía más pesada. Pero no podía dejar de comer, no ahora que venía la parte más suculenta: la cabeza.

Tras apurar la copa de vino y el segundo cigarrillo contemplaba aquella cabeza con una mezcla de melancolía y ansiedad. Los pocos modales aún presentes en los primeros bocados habían ido desapareciendo a medida que la indigestión había ido tomando consistencia. Ya no sólo se relamía los dedos de vez en cuando, o mordisqueaba los huesos hasta dejarlos raídos, sino que ahora sorbía de forma escandalosa el jugo del tuétano de cada uno de los huesos, lamía la áspera lengua de su plato antes de trocearla como si estuviera besando a su amante, y se deleitaba con la melosa textura de los ojos deshaciéndose entre sus dientes.

Ya estaba llegando a casa. Aún no había podido abrocharse el botón del pantalón y el sudor seguía amontonándose en el labio superior. Esta vez sospecharían algo, seguro que sospecharían algo en cuanto le vieran. Se había prometido no volver hacerlo pero ahí estaba, como la última vez, inmóvil con la mano estirada y la llave rozando la cerradura, repitiéndose "no lo volveré a hacer, ésta ha sido la última vez, no lo volveré a hacer,..."

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Viva la LECHUGA y el TOMATE!!!

El sin nombre

Terminus dijo...

"Como la última vez..." e igual que la próxima, sin duda. La esencia del pecado está en el remordimiento, si no sólo sería placer a secas. Y soy del parecer de que el remordimiento engancha, te hace reincidente, mucho más que el goce sin especias. En fin, errare humanum est, ya se sabe, la carne es débil.

Ya veo que te apañas muy bien por aquí ahora que te han abandonado... ;) Tengo mucho atrasado para leer, así que me pondré las pilas y les echaré un ojo a tus textos.
En este no estoy muy seguro de captar tu intención, Aunque, claro, no sé si precisamente era esa la intención, que no se captara del todo... No tengo muy claro si usas la ironía para reírte del pecado y del pecador, o si tu idea era más bien una especie de proselitismo vegetariano ;) En cualquier caso me gusta el tono y el estilo (odio las moralinas disfrazadas). Las descripciones, te vas a reír, me han dado hambre... Me conformaré con unas magdalenas con café.

Nos leemos, Suel.
Un saludo.


(Sirva como atenuante de mi desvarío que, para mí, aún son las nueve de la mañana de la noche del sábado... hazte cargo. ;)

English Little Pills dijo...

No se alguno de los dos ha visto Sweeny Todd o no, pero yo fui ayer y no pude evitar recordar con una sonrisa mi relato al ver las empanadas de la señora Lovett.
La verdad es que no pretendía criticar el consumo de carnes (soy carnívora vocacional), ni a los pecadores compulsivos (también me considero de esos) ni nada demasiado complejo.
Enm realidad solo pretendía ver las reacciones e interpretaciones de la gente al leerlo. Gracias a Dios la mayoría han respondido de forma bastante normal (empiezo a creer que temgo un problema mental serio), aunque alguno que otro sí ha hecho esa asociación de ideas entre los montones de carne de mi relato y las empanadillas de la señora Lovett.
El que quiera saber a que me refiero que se vaya al cine a ver la última de Tim Burton y sabrá de que estoy hablando.