Noche cerrada. Las sombras no se distinguen entre tanta oscuridad, pero están ahí. Avanzan imparables ante la vista de todos pero sin que nadie pueda verlas. Una humedad gélida se apodera del lugar. En sus camas, los niños se encogen enroscando los brazos alrededor de sus piernecitas mientras los adultos giran el mando del termostato tanto como pueden.
Hace doscientos años, la última vez que las sombras pasaron por la ciudad, se llevaron cuantos encontraron a su paso. No quedó nadie. Pero esta vez todos han contribuido con ofrendas para saciar su ansia: Cada familia ha dejado en la puerta de casa a alguno de sus miembros rezando para que su sacrificio sea suficiente.
Sale el Sol. Las calles se calientan y la luz se desparrama por doquier espantando a las sombras. Las casas están vacías, no queda nadie dentro. Las calles amanecen desiertas también, salvo por los cuerpos acurrucados ante las puertas que miran incrédulos a su alrededor.
2 comentarios:
Me encantan los finales inesperados.
Me parece mu bien, por cabrones!
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